Verónica Pazos - Noche en Tintagel

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Era una noche de lluvia cuando Uther Pendragon se enamoró de la esposa del conde Gorlois. También lo era cuando suplicó a Merlín que le diera el rostro de su enemigo por tan solo el espacio de una larga noche, aunque entonces no fuese consciente de cómo de larga sería. La lluvia siempre es más espesa en Tintagel, la noche siempre es más aterradora en la guerra, Igraine siempre es más bella cerca del mar. La batalla ya ha sido librada cien veces en los sueños del destino.

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—No hay fortaleza en el mundo más segura que esta —intenta tranquilizarla—. No es contra mí con quien debe medirse Uther, sino contra los elementos. El mar jamás lo dejará pasar.

Igraine baja la cabeza y, por un segundo, parece conforme.

—El merlín. —Sus ojos estallan en un oleaje de terror—. Tiene al merlín. El mar no será un problema para esa criatura.

Corre hacia la ventana y Uther se da prisa en seguirla. Las olas baten contra las rocas con una maldad inusual y la lluvia se ha hecho más fuerte ahora, pero no es eso a lo que mira Igraine cuando habla, no es eso lo que señala cuando la miel de su voz se diluye hasta convertirse en bilis, toda ella, toda ella.

—La luna… —murmura— no se ha movido en toda la noche.

V Igraine calma Uther la persigue a grandes zancadas a lo largo de los - фото 8

V

—¡Igraine, calma!

Uther la persigue a grandes zancadas a lo largo de los oscuros pasadizos de la fortaleza, pero ella los conoce mucho mejor que él, mucho mejor. Piensa en emprender la carrera para lograr atraparla, aunque entonces sería sospechoso, así que debe limitarse a caminar todo lo rápido que puede, a pesar de que ella sí pueda permitirse correr y por ello la pierda de vista más de lo que le gustaría cada vez que dobla una esquina.

—¡La luna! —la oye gritar escaleras abajo, recogiéndose los bajos para no tropezarse con la tela—. ¡Ya la has visto!

—¡Vas a…!

«Vas a alertar a los guardias». Igraine ya hace tiempo que ha dejado de escucharlo. Es inútil.

Cuando llega al gran salón la ve allí, de pie en mitad del cuarto, moviendo la cabeza en todas las direcciones. Apenas le llega la luz y toda su silueta parece haberse ocultado en la noche.

Uther camina hacia ella, despacio, dice su nombre para avisarla de su presencia al ver que está de espaldas, pero solo obtiene un murmullo inaudible como respuesta. Piensa en que al menos no hay guardias aquí, al menos están solos. Vuelve a decir su nombre.

—¿Qué no…? —contesta ella.

—¿Cómo has dicho?

—¿Qué no sería capaz de hacer? —repite, ahora más alto. Se gira para enfrentarlo—. Sospecho que Uther planea venir a Tintagel esta noche.

—Ya te he dicho que…

—¡La luna! —Le da un golpe con el puño cerrado a la mesa que tiene más cerca—. El merlín está alargando la noche, ¿es que no lo ves?

Uther ríe, ni siquiera tuvo que pedírselo.

—¿Y qué sentido tendría hacer eso? ¿En qué iba a ayudarlo una noche más larga en sus planes por matarme?

—Así tendría más tiempo para asediarnos…

—No se puede asediar —la corta—. Vuelve a la cama, necesitas descansar. Y te quejabas de que yo estaba preocupado por la guerra.

—¡No es la guerra lo que me preocupa! —Se aleja de él cuando Uther intenta agarrarla del brazo—. ¿Qué sentido tiene esta artimaña? ¿Por dónde planea atacar? ¿Dónde están nuestros guardias?

—En la puerta, vigilando la entrada. No hay motivo para…

—¿Y nadie vigila el aljibe? El merlín habita el agua. ¡El pozo! Hemos de comprobar el pozo.

—Igraine…

La ve marcharse de nuevo, atravesar la puerta que lleva a las cocinas. El silencio del salón se hace más grande, apenas lo había notado antes, pero ahora lo siente alto y claro. Un silencio que lo persigue tras cada paso que da, ahogando sus pisadas como en el cuento del príncipe cruel. Decide seguirla…, antes se detiene a encender otra vela con la lumbre que todavía escupe las últimas brasas al fondo de la estancia. Cuando se agacha para hacerlo le parece observar una forma en las llamas, pero es solo una pluma blanca. Parpadea, sus ojos ya se habían acostumbrado a la falta de luz.

Empuja la puerta que da a la cocina: Igraine ya no está allí. Pasa de largo la alacena, sabe que habrá ido al aljibe, así que comienza a bajar los mellados escalones que conducen al sótano del castillo. Se alegra más que nunca de llevar consigo la vela, ¿cómo habrá conseguido ver ella? ¿Se habrá tropezado? No puede soportar la idea de que se haya hecho daño, aunque siente un agradable cosquilleo al pensar en Igraine desvalida, Igraine recostada sobre la húmeda piedra, Igraine rogando por su ayuda.

—¿Amor mío? —la llama.

Nota el espesor del agua en el aire cuando respira y sus pisadas comienzan a chapotear según avanza. Las columnas son sobrias, las paredes también, no hay nada aquí abajo que alivie su preocupación. Al fondo, la ve.

Igraine está detenida frente al depósito de agua y lo observa fijamente. Cuando la ilumina, no pasa desapercibido que tiene el cabello mojado, más oscuro ahora, incluso con la luz.

—¿Has venido a comprobar que no se nos ha colado nadie? ¿Estás más tranquila ya? ¿Te has metido en el agua?

Al preguntar se da cuenta de que tiene la ropa seca. Ella niega.

—He hundido la cabeza.

—¿Y a que no has visto nada raro?

—No. No he visto nada.

—¿No es eso acaso suficiente prueba? Vamos, vas a enfermarte y no será Uther quien acabe con tu vida entonces, ni la guerra ni ese maldito veneno.

—Es incluso peor…

—¿La enfermedad? Desde luego, los enemigos invisibles siempre son los más aterradores.

—No, que no esté aquí. ¿Dónde se habrá metido? ¿Debemos comprobar también el pozo? ¿Pero cómo subiré entonces de vuelta? ¿Crees que la cuerda soportará mi peso?

Uther deja escapar un largo suspiro. ¿Cuánto tiempo durará la noche de Merlín? ¿Noche y media? ¿Dos noches? ¿Una semana de oscuridad? ¿Será acaso una noche eterna? No, seguramente sea mucho menos, una noche lo bastante corta para pasar inadvertida al resto, una noche normal, quizá algo más extensa, pero no demasiado, de una banalidad perfecta para todo el mundo salvo para la mujer más atenta del reino. Ah, por eso la amaba. No le queda mucho tiempo.

—Escucha…, incluso si es verdad lo de que está usando magia para alargar la noche, es probable que lo haga para prepararse mejor para la batalla, esperar nuevas mesnadas, abastecer a sus hombres, equipar los caballos, mandar un mensaje urgente… Quizá los señores del norte no hayan llegado aún al campamento. Domilioc no está demasiado cerca de Camelot.

Igraine tiene los dedos apretados alrededor del pequeño muro de piedra que la separa del agua. Las venas de sus brazos son estrechos filamentos de una medusa, azulados y largos hasta casi llegar al codo. El cabello ya ha mojado su vestido. Respira con dificultad y Uther la sostiene por la muñeca.

—Ven, volvamos al lecho. Sigue contándome esas historias que tanto te gustan, háblame de la dama del lago, la doncella del agua.

Igraine da un tirón fuerte para soltarse de él. Lo observa, desafiante.

—No me atreveré a invocar al mar tras estos muros. No después de lo que sé ahora.

—¿Y la historia del príncipe ruin y del príncipe del inframundo? ¿Puedo oír cómo termina esa?

—¿Ya no te parece un mal augurio?

—Igraine…

¿Pronunciará su marido así el nombre? Alargando la última consonante, manteniéndola en el aire un segundo más allá de lo que sería necesario, el péndulo que oscila en los campanarios de Francia.

—Deberías llamar a los hombres. —Se escurre la melena cuando pasa a su lado—. Reunirlos en el gran salón, redoblar la guardia en la entrada, volver a por tu armadura. No podré dormir hasta que hayamos registrado todo el castillo. Sé que Uther está aquí.

—¡Igraine! —No puede evitar gritar esta vez y ella se gira, sin sorpresa—. ¡Los hombres deben descansar para mañana! ¡Ya tenemos suficientes guardias en pie, no puedo despertar a los demás! Volvamos al cuarto, yo también debo descansar para mañana y, si lo que dices de Merlín es cierto, tú también deberías. Te sacaré de Tintagel con la primera luz del día, si eso te hace sentir más segura.

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