Rubén Vélez - A esa fea no se le abre la puerta

Здесь есть возможность читать онлайн «Rubén Vélez - A esa fea no se le abre la puerta» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

A esa fea no se le abre la puerta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «A esa fea no se le abre la puerta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

155 piezas conforman este rompecabezas sobre el paso del tiempo y la acechanza de la muerte. Con una prosa agradable el autor va uniendo las piezas que retratan las vidas de ancianos ricos e inmortales, los viajes por el tiempo a sitios significativos: las fincas de vacaciones de colegial, las estancias en Salgar o Barichara, una cuadra de la calle 41 de Medellín, la Universidad de Antioquia, antros de aquí y allá y el barrio Chueca de Madrid. Se dibujan, además, en estas piezas, las sombras de personajes como Mao, Tirofijo o Pablo Escobar y las siluetas de seres ficticios como Madame Lucifer, mujer encantadora por extraña e intrusiva

A esa fea no se le abre la puerta — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «A esa fea no se le abre la puerta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El héroe y la recompensa

Nada sabemos de Jonás. No nació ni se levantó aquí. Ha hecho varios trabajos de héroe. Para el rey y sus ministros, él es una amenaza. No se explican ese heroísmo. Y es inexplicable, porque no ha pedido nada a cambio. “Alguien tendría que matarlo”, hemos oído decir en la plaza. Pero todavía no se le ha puesto precio a su cabeza. El poder debe temer que esa medida provoque una situación incontrolable. Un tumulto en la plaza o en los alrededores del palacio, algo así. Ya todo estaría patas arriba si ese forastero nos hubiera dado la orden de levantarnos. A nadie más seguiríamos. Por nadie más arriesgaríamos la cabeza. El hecho de saber que hay un héroe entre nosotros nos ha traído vida. Antes de que él llegara, pensábamos que aquí no había salida, y que no tenía sentido renunciar a la política del encogimiento de hombros. Éramos gente apagada, resignada: cadáveres. De pronto, como caído del cielo, llegó el hombre sin par, y empezaron a pasar cosas que ya dábamos por irrealizables. Alguien tuvo que llamarlo. Estamos seguros de que no fue uno de nosotros. Toda la vida nos hemos relacionado con gente común y corriente y de aquí. No nos ha quedado otra alternativa. Vivimos en un mundo inmóvil. Él debió nacer y levantarse en un mundo muy distinto. Tuvo que haberlo llamado alguien que ha tenido la oportunidad de salir y relacionarse con personas excepcionales. Gracias a un privilegiado hemos tenido el privilegio de contar con un héroe. Uno que ya habría podido usurpar el trono. Nada sabemos de Jonás, salvo que no fue llamado por uno de los nuestros. “Cuidado con los extraños”, hemos oído decir desde siempre. Sí, hay que matarlo, y no importa que ese heroísmo no sea recompensado.

Abuela, sucede que la vejez ya no se lleva

Nadie le decía abuela ni abuelita a Carlota Soto. No porque no tuviera nietos o porque ella detestaba que la designaran con esas detestables palabras. Porque no las inspiraba. Carlota Soto era una mujer madura que no daba la impresión de decadencia. Las mujeres no le perdonaban que no se le notaran los años y los hombres la admiraban. Tampoco se notaba que hubiese tenido tratos con el bisturí. ¿Cuál era su secreto?, ¿un gen que casi nadie hereda? Ni idea: un escritor no tiene la obligación de sabérselas todas. Eso era en otros tiempos. Pero Carlota Soto, la mujer que no se marchitaba, estaba harta de ser algo así como un mito o una institución. Su fama le imponía la obligación de mantenerse siempre delgada y de mostrarse siempre atractiva y elegante. Había perdido el derecho de decepcionar al mundo y la cámara. Tenía que dar un paso trascendental. Y la dio: cambió la capital por un pueblo del departamento de Santander, el único de Colombia que merecer ser calificado de terapéutico. En Barichara ya se habían instalado ochenta millonarios entrados en años (también puede decirse mayores adultos. Viejos, jamás). Ella fue la número ochenta y uno. Así que Carlota Soto, en realidad, se fue a vivir a un asilo de cinco estrellas, donde, hasta el fin de sus días, se esmeró por verse más joven que ochenta contemporáneos suyos que odiaban la vejez y la muerte y lamentaban que la juventud todavía no se pudiera comprar.

Que todo se marchite, menos el eterno femenino

—¿Qué sabe usted del extraño que se ha tendido a su lado?

—Sé que nunca podré librarme de su aburrida compañía.

—¿No le recuerda a nadie en particular?

—No se parece en nada a Jean, ni a Pierre, ni a…

—¿Espera palabras de poeta de las sombras que está invocando?

—Ni a Carlo, ni a Francesco, ni a…

—¿Le consuela saber que también ellos terminaron mal emparejados?

—Ni a Rafael, ni a Germán, ni a…

—¿Podría un mantra parisino modificar el argumento de una historia clínica?

—Mi pelo ya debe ser un hecho escandaloso. Por favor, páseme ese espejo.

Ella nos deja solo con tres palabras

A que no adivinas la edad de la señorita Ester. A que no. Hasta la fecha ningún médico lo ha hecho. Tiene varios achaques, y pese a que ninguno es de cuidado, vive de consultorio en consultorio, de los que sale radiante, rejuvenecida. ¡Otro que me puso muchos menos años de los que tengo! ¡Otro que cayó! La señorita Ester consulta a siete especialistas para que esos caballeros se queden sin palabras (en su rutina de paciente no hay mujeres). No puede ser. No puede ser. Ellos, atónitos, y ella, orgullosa del único hecho memorable de su vida. ¿Qué hace esa siempreviva además de durar y sorprender a los médicos?, ¿cuál es su causa? Durar, durar, durar, qué programa más absurdo. Cuál no lo es, se preguntarán algunos lectores de la edad de nuestro caso de hoy. Esos que leyeron a un filósofo francés que leyó mal a un filósofo alemán. Entonces, estaba de moda hacerse preguntas trascendentales, de esas que nos envejecen antes de tiempo. En la era del apogeo de la apariencia, las únicas preguntas que debemos hacer y hacernos son las que prescribe la filosofía de tocador. ¿Cómo me ves?, ¿cuántos años me pones? A que no adivinas, a que no. Como la señorita Ester ha enterrado a medio mundo (gente de todas las edades), ya debe pensar que la muerte la sacó de su agenda. Ya tiene una razón poderosa para vivir muerta de la risa. Un conocido mío dice que solo los artistas, los filósofos y los científicos deberían alcanzar la edad de Matusalén. Eso sí, si no dejan de ser lo que siempre han sido. Así que a la señorita Ester le debemos reprochar que no sea un Norberto Bobbio o una Rita Levi Montalcini. Hasta el fin de sus días, esos italianos fueron: tuvieron cerebro. ¿Cuántos años dices que tiene?, ¿estás seguro? No puede ser, no puede ser. Agradezcamos, entonces, que lo de esa momia no sea la política.

La piel y el misterio

A Julián Correa, cuando era joven, le decían “El Dorian Gray de Laureles”. Él pasó sus primeros treinta años en ese barrio. Ese apelativo lo convirtió en un devoto del mito de la eterna juventud: lo comprometió con la causa que ha sido el hazmerreír de los espejos. Le pasó lo mismo que le ha pasado a las reinas de Colombia. Toda la vida tienen que ser dignas de ese título. Todos los días, hasta la hora de su muerte, así se encuentren en su casa, tienen que verse tan bellas como se vieron el día de su coronación. Una reina de Colombia se las debe arreglar para no arrugarse. Si se arruga, es que no merecía la corona. Parece imposible, pero el caso de Luz Marina Zuluaga nos ha hecho pensar lo contrario. Algunos decían que Julián Correa lo tenía fácil para ser siempre joven y bello porque era un rico heredero. Otros meneaban la cabeza. “Ese muchacho no demora en echarse a perder; la plata que nos cae del cielo es una maldición”. Si nos cayera a nosotros, diríamos que es una bendición y dejaríamos de sugerir que la penosa vida de self-made-man es la única que Dios aprueba y apoya. El sudor propio ha movido montañas, pero ninguna de ellas como las que ha movido el sudor de los otros. Está en los libros de historia y de economía. A Julián Correa, la fortuna que sudó su padre no lo llevó al abismo. No le hizo ningún mal. No podríamos precisar cuál fue su desgracia. ¿Haber llegado a viejo?, ¿no haber sido llamado “El Dorian Gray de Colombia”? En el asilo de cinco estrellas donde pasó sus últimos días, el estado de la piel de su cara pasmaba a todos. Tersa, intachable, como la de Luz Marina Zuluaga, los bebés y las monjas de clausura. La enfermera que lo cuidaba no se cansaba de celebrar esa misteriosa lozanía. “Qué cutis, señor Correa; qué cutis. A ver si un día de estos me revela la fórmula”.

El crimen de la Librería Junín

El pasado fin de semana, para tomarle el pelo, le leí la mano a una vieja conocida. Esa lectura le hizo creer que tengo poderes especiales. Ahora quiere que le interprete un sueño que tuvo anoche. Una de sus mejores amigas se le apareció, vestida de monja. “Esa piel de bebé. Qué impresión”. Se le apareció la única que no llegó a vieja, con una sonrisa que no supo calificar. Dejémosla en enigmática, para no complicar la historia. Se llamaba Aura. Hace cerca de treinta años la mataron en su librería, que quedaba en el centro de Medellín. Como de bebé el cutis de Aura. Pero su temperamento era áspero. Yo conocí a la víctima. Me caía bien. Leía. Sabía. Dominaba tres idiomas (ella decía que no saber inglés era como ser analfabeta). Los libreros de ahora no deberían ser libreros. No leen. No saben. Algunos no dominan ningún idioma. Antes de ser librera, Aura había sido monja en un convento de clausura. Tal vez por eso tenía una piel intachable. La piel de la vieja conocida es un desastre. Desde los quince hasta los cincuenta jugó tenis de campo. Si hubiera seguido el ejemplo de Aura, no habría caído en manos de los dermatólogos. De esos especialistas no hay manera de zafarse. De cuáles, se preguntará el avisado lector. Dos mujeres. Ninguna de ellas se casó. A raíz del asesinato de la que siempre fue religiosa (el cargo de librero es un apostolado), se hicieron algunas especulaciones sobre su vida sentimental. Se llegó al extremo de convertir la Librería Junín en el escenario de un amor loco. A las seis y media de la tarde, cuando ya se habían ido todos los dependientes, llegaba un hombretón que no estaba interesado en ningún libro. Se aparecía con una botella de vino. El amor y el alcohol cambiaban la naturaleza de la mujer. Un viernes de hace treinta años, por la noche, no se realizó ese milagro, y hubo un altercado, y el hombre, ya más fiera que hombre, ahorcó a la mujer, y se volvió humo para siempre. Esa versión no era gratuita, ya que la justicia encontró una botella de vino medio vacía en la pieza del fondo, y en el cuello de la víctima, “huellas de un par de manos inmensas, que no son comunes en nuestro medio”. Huellas que no figuraban en ningún archivo dactiloscópico, ni local ni nacional. En la librería donde se conseguían las mejores novelas policíacas, se cometió un crimen perfecto. Tras la correspondiente investigación (exhaustiva, como siempre), el caso no avanzó: un par de manos descomunales, como las que salen en tantos cuentos infantiles, y cambiemos de asunto. Nos quedamos sin saber quién y por qué mató a una abnegada sierva del Libro. “Esa piel de bebé. Qué impresión”. La vieja conocida que sufre de cáncer de piel y sus prioridades. Para un cutis que no hablaba del paso del tiempo, palabras efusivas. Para el asesinato de una de sus mejores amigas, apenas un comentario ácido. “Se veía con un animal. Debió preocuparse menos por el estado de su piel y más por el de su cabeza”.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «A esa fea no se le abre la puerta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «A esa fea no se le abre la puerta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «A esa fea no se le abre la puerta»

Обсуждение, отзывы о книге «A esa fea no se le abre la puerta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x