Anteriormente, se ha estudiado la eclesiología y las políticas de los puritanos, junto con la manera concienzuda (pero reacia y con tropiezos) en la que realizaron la transición de los gremios medievales al individualismo de sus posturas inconformistas y republicanas. Pero sólo recientemente se le ha dado una atención seria y académica a la teología de los puritanos y a su espiritualidad (palabra que ellos utilizaban para referirse a la piedad). Sólo últimamente se ha hecho evidente que, entre la dividida iglesia occidental ocurrió un avivamiento devocional durante el siglo siguiente a la Reforma, y que el puritanismo fue una expresión importante (en mi opinión, la más importante) de este movimiento. Sin embargo, mi interés propio hacia los puritanos siempre se ha centrado en ese punto, y los ensayos de este libro son el fruto de más de 40 años de analizar este aspecto. Mi interés no es meramente académico, aunque mi esperanza es que tampoco sea algo menos que académico. Los gigantes puritanos me han moldeado en al menos siete formas, de manera que, la intención de los siguientes capítulos será más clara para el lector si antes de comenzar enumero estas formas, por las cuales conscientemente reconozco mi deuda para con ellos. (Sin embargo, si algún lector considera que esta información personal se vuelve un tanto tediosa, puede evitar leerla; ya que no le adjudico ninguna importancia intrínseca).
(1) Cuando tuve una especie de crisis justo después de mi conversión, John Owen me ayudó a ser realista (es decir, ni miope ni pesimista) con respecto a mi pecaminosidad continua, y me ayudó a entender la disciplina de la auto examinación y la mortificación, a la cual, junto con todos los cristianos, estoy llamado. Ya he escrito acerca de eso en otro lugar, 1y no es mi intención repetir ese tema aquí. Me conformo con decir que, sin la ayuda de Owen pude haber caído en la locura o me pude haber enredado en una especie de fanatismo místico, y estoy seguro de que mi entendimiento de la vida cristiana no hubiera sido el mismo que tengo actualmente.
(2) Algunos años después de eso, Owen (bajo la autoridad de Dios) me permitió ver cuán consistente e inequívoco es el testimonio bíblico de la soberanía y la particularidad del amor redentor de Cristo (que, por supuesto, también es el amor del Padre y del Espíritu Santo, ya que las Personas de la Trinidad siempre son uno). Las implicaciones teológicas de las palabras: “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí ” (Gálatas 2:20); “Cristo amó a la iglesia , y se entregó a sí mismo por ella ” (Efesios 5:25); “Dios muestra su amor para con nosotros , en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros ” (Romanos 5:8); y muchos otros pasajes como esos se volvieron más claros para mí, después de algunos años de haber estado abrazando lo que ahora sé que se llama amiraldianismo, y después de cinco años, a través de un estudio de la obra de Owen The death of death in the death of Christ [La muerte de la muerte en la muerte de Cristo], se consolidó el ensayo que realicé acerca de este título y que se incluye en este libro. Me he dado cuenta de que pude haber aprendido la misma lección en sustancia a partir de los sermones de Spurgeon, de los himnos de Toplady, o de los discursos de San Bernardo acerca de Cantar de los Cantares; pero en realidad fue Owen el que me lo enseñó, y eso marcó mi cristianismo desde ese momento, y dejó una marca tan importante como la marca que me dejó el entendimiento de una realidad semejante, el cual me había llegado unos años antes, es decir, la realidad de que la religión bíblica es Dios–céntrica y no antropocéntrica. Tener un buen enfoque del amor de Cristo cambia por completo nuestra existencia.
(3) Richard Baxter me convenció hace mucho tiempo de que la meditación discursiva es una disciplina de vital importancia para la salud espiritual, ya que, a través de ella, como él mismo lo expresa, uno puede «imitar al predicador más poderoso que ha escuchado», aplicándose a uno mismo la verdad espiritual y convirtiendo esa verdad en alabanza. Esa era una opinión unánime entre los puritanos, y ahora, esa también es mi opinión. Dios sabe que soy un pobre practicante de esta sabiduría, pero cuando mi corazón está frio, al menos sé qué es lo que necesito. En la mayoría de las enseñanzas actuales acerca de la oración, la contemplación es algo que «está de moda» y hablar con uno mismo ante la presencia de Dios es algo que «pasó de moda». Yo soy suficientemente puritano como para pensar que esta moda contemplativa es, en gran medida, una reacción en contra del formalismo devocional, y que en parte se debe al anti–intelectualismo del siglo XX y al interés por el misticismo pagano, y en parte a las Escrituras, pero una vez que se abandona la forma meditativa de los Salmos, de los Padres, y específicamente de la herencia agustiniana que adoptaron los puritanos, en ese momento se pierde la ganancia. El estilo contemplativo no es el todo de la oración bíblica. De manera que, en este punto, la influencia puritana me ha puesto fuera de sintonía con las tendencias de mi época, sin embargo, creo que eso me ha beneficiado mucho.
(4) Baxter también centró mi visión del oficio pastoral del ministro ordenado. Y de la manera en la que Warfield comenta acerca de la obra de Lutero La esclavitud de la voluntad , yo digo lo mismo con respecto a la obra de Baxter El pastor renovado : sus palabras tienen manos y pies. Éstas trepan encima de ti; encuentran la manera de entrar a tu corazón y conciencia, y no hay manera de desalojarlas. Mi sentido del llamado a predicar el evangelio, enseñar la Biblia, y pastorear a las almas podría haber sido desarrollado a partir del ordinal anglicano que fue usado para mi ordenación pastoral, pero en realidad, este sentido se cristalizó en mí a través del estudio del ministerio de Baxter y de su obra El pastor renovado (o Avivado , como diríamos nosotros). Desde mis días de estudiante he sabido que yo fui llamado a ser pastor conforme a las especificaciones de Baxter, y mi subsecuente involucramiento en la realización de conferencias y escritos, simplemente me ha ayudado a definir la forma en la que debería cumplir ese llamado. Desearía haberlo hecho mejor.
(5) Los puritanos me han enseñado a ver y sentir la transitoriedad de esta vida, y a pensar en ella, con todas sus riquezas, esencialmente como el gimnasio y el vestidor en el cual nos preparamos para el cielo, y me enseñaron a considerar la disposición a morir como el primer paso para aprender a vivir. Aquí tenemos una vez más un énfasis cristiano histórico —patrístico, medieval, reformado, puritano, evangélico— del cual, el protestantismo que yo conozco se ha alejado grandemente. Los puritanos experimentaron una persecución sistemática por causa de su fe; todo lo que podemos pensar hoy con respecto a las comodidades del hogar, era algo desconocido para ellos; los medicamentos y las intervenciones quirúrgicas de su época eran muy rudimentarias; ellos no tenían aspirinas, tranquilizantes, pastillas para dormir, o antidepresivos, y de la misma manera, tampoco tenían seguro social ni seguro de vida; vivían en un mundo en el que más de la mitad de la población adulta moría a una edad joven, y más de la mitad de los niños morían en sus primeros años, un mundo en el que la enfermedad, la angustia, la incomodidad, el dolor, y la muerte eran compañeros constantes. Ellos hubieran estado perdidos si no hubieran mantenido sus ojos en el cielo, y si no se hubieran visto a sí mismos como peregrinos que viajaban a su hogar en la Ciudad Celestial. Al Dr., Johnson se le atribuye la observación de que, cuando un hombre sabe que le quedan dos semanas antes de ser llevado a la horca, su mente tiene una capacidad asombrosa para concentrarse; y en ese mismo sentido, la manera en la que la conciencia puritana reconocía que en medio de la vida nos cruzamos con la muerte, y que estamos a un solo paso de la eternidad, eso les daba una seriedad profunda y apacible, que al mismo tiempo era apasionada, en lo que respecta a los negocios de esta vida; pero eso es algo que rara vez puede ser igualado por los cristianos occidentales de este mundo opulento, sobreprotegido, y ligado a las cosas terrenales. Yo creo que muy pocos de nosotros vivimos al borde de la eternidad, de la manera consciente en la que lo hicieron los puritanos, y como resultado, sufrimos las consecuencias negativas. Porque yo creo que la extraordinaria vivacidad, o incluso la alegría (sí, alegría; como lo podrán notar en la sección de las Fuentes) con la que vivían los puritanos, son cosas que surgieron directamente del realismo inquebrantable y práctico con el cual se preparaban para la muerte, de manera que, por así decirlo, ellos siempre tenían sus maletas listas para partir. Tener en mente la muerte les permitía apreciar cada día de sus vidas, y el conocimiento de que Dios, sin consultar la opinión de ellos, con el tiempo decidiría el momento en el que su obra en esta tierra estaría completa, era algo que les daba energía para continuar con sus labores mientras Dios les siguiera concediendo el tiempo para realizarlas. A medida que me acerco a mi séptima década, con una mejor salud de la que puedo esperar, me siento más alegre de lo que puedo expresar, por causa de lo que puritanos como Bunyan y Baxter me han enseñado acerca de la muerte; era algo que necesitaba, pero los predicadores que escucho en estos días nunca hablan de eso, y pareciera que los escritores cristianos modernos no tienen ni idea acerca del tema — con la excepción de C. S. Lewis y Charles Williams, cuya visión con respecto a este y muchos otros temas es verdaderamente única en el siglo XX.
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