Betina Plomovic - Anorexia y psiquiatría - que muera el monstruo, no tú

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Anorexia y psiquiatría: que muera el monstruo, no tú: краткое содержание, описание и аннотация

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Comparto mi testimonio tras haber convivido con un monstruo bicéfalo: el de un sistema psiquiátrico que aún daña y una grave enfermedad poco comprendida, que mi hija superó contra todo pronóstico médico.
Mi primer impulso fue intentar olvidar estas vivencias lo antes posible, sin embargo, opté por visibilizarlas y abrir espacio a la reflexión. Aporto mis búsquedas y mi deseo de acompañar a personas que sufren procesos similares, como enfermas o como acompañantes. Siempre con gran agradecimiento a todo el buen hacer profesional y sin ningún ánimo de queja ni confrontación, mi objetivo es sensibilizar sobre el daño invisible que aún se ejerce en psiquiatría y cuestionarnos juntos: ¿Por qué no se respetan las garantías constitucionales ni los derechos humanos en los psiquiátricos?¿Por qué las malas praxis judiciales, médicas y de los servicios sociales resultan impunes, y esta agresión a personas tan vulnerables no es de interés de los políticos ni del público?¿Por qué en una unidad psiquiátrica se invisibiliza o ridiculiza el sufrimiento ajeno? ¿Cómo no hay consenso médico para definir ni tratar la llamada anorexia, a pesar de ser una enfermedad descrita desde hace más de veinte siglos? ¿Seremos capaces de rehacer nuestra íntima conexión con la naturaleza para dejar de ser una sociedad enferma?
Todas las personas tenemos la indelegable responsabilidad de cuidar de nuestra propia salud y también podemos ser parte de la red asistencial comunitaria. Esta es mi invitación a reflexionar, a comprometernos con las más vulnerables y a seguir compartiendo.

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Se desconocen las causas que provocan la llamada anorexia, por tanto, no aceptemos ni culpables ni pronósticos. Sigamos buscando soluciones, pues mientras hay vida hay esperanza y como decía Friedrich Hölderlin13: «Allí donde está el dolor está también lo que salva».

Diario

Un día de ingreso

AYÚDAME PERO NO DEJARÉ QUE ME AYUDES

La actitud de no querer vivir se recluye en un espacio pequeño de ventanas cerradas y paredes deslucidas. El espacio que te rodea sintoniza con el desprecio hacia ti misma, no me permites traer nada que te alivie, no deseas nada bello junto a ti.

Y busco, busco alternativas que rompan la letanía de la autodestruccción. El fatal crecimiento de un monstruo, enloquecido por el macabro acristalamiento hacia la nada.

Busco los viajes que deseas, un lugar donde estés bien, protegerte de tu enfermedad y acompañarte para que logres todo lo que necesites desde el compromiso contigo misma.

Y busco el pronóstico.

Y otras opciones de tratamiento. Donde sea.

Y leo cómo se nos incrustan creencias a través de frases lapidarias:

«La anorexia es una afección médica grave y potencialmente mortal.»

¡Por supuesto, igual que una infección!

«El diagnóstico y tratamiento es complejo.»

¡Como cualquier enfermedad grave!

«El cuadro clínico es tan desesperante que consume físicamente a quien lo padece y agota emocionalmente a los familiares.»

… Sin duda.

La destrucción corporal, la huelga de hambre, la tozudez obstinada, la forma desconsiderada, insensata y caprichosa, me hunde en el vacío.

Justo entonces leo:

«Cuando el paciente colabora se puede curar totalmente.»

Este es mi SÍ y mi deseo de contagio a todo el sistema médico.

11. Natalia Seijo, “Trastornos alimentarios y disociación”. ESTD Newsletter Volume 4, Number 1, March 2015. Interesantísimo artículo que plantea la «disociación» como uno de los problemas habituales en los llamados trastornos alimentarios, y la necesidad de trabajar sobre las partes disociadas.

12. Viktor Frankl (Psiquiatra y filósofo austríaco, 1905—1997).

13. Friedrich Hölderlin (Poeta alemán, 1770—1843).

4. ENFOQUE EN EL SÍNTOMA… Y OTROS TRATAMIENTOS POSIBLES

El llamado sistema sanitario es en realidad un sistema de enfermedad. Se practica una medicina de enfermedad y no de salud.

Dra. Ghislaine Lanctôt

La extrema necesidad de buscar soluciones a la enfermedad de mi hija me hizo rechazar los tristísimos pronósticos y me impulsó a recopilar toda la información posible para comprender cómo actuar y localizar el tratamiento que necesitaba. Como seguía empeorando a pesar de estar hospitalizada, empecé a contactar con diversos profesionales responsables de investigaciones y fui percatándome alarmada de que las intervenciones terapéuticas a las que la sometían eran no solo ineficaces sino además perjudiciales.

Por mi parte, profundizaba en cualquier indicio o referencia que parecía pudiera ayudarnos a comprender mientras veía con desespero que la enfermedad se enquistaba y cada día dominaba más la vida de mi hija. El sondeo sobre otros modelos de intervención médica me hizo tempranamente sospechar que no existía consenso ni en la línea de estudio ni en la de tratamiento efectivo de esta enfermedad, y la esperanza era que cada día estuviéramos más cerca. Compartir esta búsqueda quizá pueda acompañar a quién se inicia en una pesadilla similar y en este mismo momento transita con desconcierto por esos largos pasillos de hospital psiquiátrico, a veces tan desiertos de humanidad. Así que expongo mis hallazgos por si pudieran ayudar o inspirar a seguir investigando.

Recuerdo los primeros tiempos de desconcierto. Cuando mi hija adolescente empezó ya a manifestar un claro rechazo a comer, me pareció prudente asegurar que no existía ningún problema en asuntos escolares o de relación con sus compañeros que pudiera condicionar algún tipo de crisis y me estuviera pasando desapercibido. En esos momentos vivíamos las dos solas y no contábamos con ningún apoyo familiar. Las tutorías académicas me confirmaron que seguía siendo una alumna muy querida por todos, y su tutora se convirtió en una mentora amorosa, muy cómplice conmigo y atenta a participar generosamente en todo lo que se necesitara. Aun así, la situación empeoró. Mi hija se decantó por un mutismo selectivo conmigo y día a día resultaba todo más difícil. Sin embargo, aceptó que conviniésemos una cita médica para revisar su situación y recibir apoyo médico sobre cualquier asunto que pudiera preocuparle. Allí se sinceró con su doctora y empezamos a organizar una red de apoyo para poder gestionar el problema. Aun así, la situación se volvió dramática en cuestión de semanas: mi hija seguía con sus estudios pero se mostraba totalmente hermética en casa, evitaba al máximo alimentarse y además adquirió una gran habilidad para ocultar sus purgas, es decir, provocarse el vómito de lo poco que ingería. En muy poco tiempo ningún apoyo fue suficiente. Su doctora seguía atentamente su evolución y me aconsejaba, ambas impotentes ante la rebeldía de una enfermedad que empezaba a ser la gran protagonista. Mi familia, siempre distante, empezó a atosigarme sin ninguna empatía ni comprensión de lo que estaba ocurriendo, incluso llegué a escuchar reproches de no alimentar a mi hija, así como más adelante las críticas por tener que ingresarla en un hospital, a las que se referían cruelmente. Era tanta la soledad y la presión vivida, que llegué a plantearme si mi percepción de la realidad era hiperbólica o si, como era el caso, efectivamente mi hija estaba manifestando una inanición voluntaria en un contexto enfermo y repleto de gran sufrimiento. Llegué a plantearme si empezaba a perder mi propia cordura ante una evidencia que parecía pasar desapercibida para otras personas cercanas, tal era la situación de total cuestionamiento de mi rol. Rogué reiteradamente a mi hija que me aceptara una consulta especializada en la patología llamada anorexia para poder aclarar la situación, a lo que finalmente accedió. Tuvimos la cita una fría tarde de enero, y tras el interrogatorio de rigor la recomendación fue de un ingreso inmediato en su centro de tratamiento diurno. Sería el primer ingreso de tantísimos otros, en unos ocho años de intensa lucha en primera línea, de logros y de enormes retrocesos, de muchas incertidumbres y de total agotamiento.

Efectivamente, la primera intervención terapéutica que conocimos fue un hospital de día especializado en trastornos de la conducta alimentaria adónde mi hija acudía cada mañana como una jornada escolar, de lunes a viernes. Nos dieron pautas organizativas muy estrictas referidas a la alimentación —todo giraba entorno al comer— con horarios muy marcados de «desayuno/tentempié/comida/merienda/cena» para los fines de semana, unas normas estrictas sobre menús y la indicación de forrar todos los espejos de casa con folio opaco para evitar que mi hija pudiera ver el reflejo nítido de su imagen. En mi posición de acompañante, veía con desconsuelo cómo el cuerpo era el gran enemigo en terapia. En la clínica se llevaba a cabo un control de peso y una sesión continua de terapia cognitivo-conductual. El ambiente era tenso y se respiraba un cierto aire a reformatorio. Psicólogas inmersas en un rol hiperactuado y parapetadas tras su bata blanca en un clima aséptico no facilitaban que la enferma —ni los acompañantes— tuviéramos acceso a entender la enfermedad ni a saber manejarla.

Durante este tratamiento diurno mi hija empeoró rápidamente. Tras el permanente forcejeo entre las normas y la oposición, simplemente decidió dejar de comer y de beber. Recibimos mucho acompañamiento por el grupo de iguales, e incluso una persona recuperada nos asistía durante los fines de semana, para envolvernos con su empatía y comprensión y facilitar que mi hija comiera. Sin embargo, pocas semanas más tarde, nos resignamos a pedir socorro en urgencias hospitalarias. La tajante negación a nutrirse fue el criterio lógico de ingreso. Se iniciaba el primer tratamiento cerrado, que también estaría centrado en el control del índice de masa corporal y el mismo protocolo cognitivo-conductual a cumplir, impecablemente impuesto sin explicaciones y sin opción a comentar. El sufrimiento se agravaba con el castigo con aislamiento cuando el aumento de masa corporal era lento o ausente. Como el criterio principal era el IMC/Índice de Masa Corporal, es fácil prever que el tratamiento centrado en el síntoma de la llamada anorexia promovería la conocida puerta giratoria, ese fenómeno de recurrente reingreso por pérdida de peso tras la enésima salida del hospital.

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