Paco Sánchez - Las golondrinas nunca regresan en otoño

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Las golondrinas nunca regresan en otoño: краткое содержание, описание и аннотация

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Las golondrinas nunca regresan en otoño es un recorrido por la vida de su protagonista, Alejandro Cantero , una historia donde se habla de amor, sexo, soledad, celos, malos tratos; en definitiva, sobre las relaciones humanas.A caballo entre el género romántico, en ocasiones erótico, y costumbrista , esta novela juega en numerosos momentos con un lirismo caracterizado por su elegancia. Cabe destacar también la originalidad en su construcción, lo que convierte esta obra en un texto singular e interesante a partes iguales, donde el lector descubrirá diferentes atmósferas y múltiples subtramas , repartidas entre España y Francia.

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Ella apoyó su cabeza en el hombro de él; él la rodeó con su brazo. Y se quedaron mirando al infinito a través de la ventanilla, sin importarles nada más que aquel instante, como si fuera el último. Hay momentos de nuestra vida que se nos graban para siempre en la memoria de las emociones; a veces vivimos el presente con tal intensidad, que hasta las heridas más profundas dejan de doler. Y aquel era uno de esos momentos especiales, únicos, uno de esos en los que, hasta las lágrimas más amargas, dejan de escocer en el alma. Poco después, mientras el avión se acercaba a su destino, ellos entornaron los ojos y se adormecieron de nuevo. Y volvieron a escuchar el rumor de las aguas cristalinas que bajaban serpenteando entre las piedras, a percibir la brisa que mecía los juncos de la ribera, a sentir el agua del río mojando sus cuerpos desnudos, a revivir la emoción de la primera caricia, de la primera vez... Ya no importaban las noches en vela, la espera que acabó en desesperanza y el viaje hacia una nueva vida, aunque él sabía que estaba huyendo de su pasado. Tampoco importaban las caricias recibidas mientras ella soñaba otras manos en su piel, el frío de la soledad invitándole a regresar, los hijos nacidos de otros amores... Solo importaba el ahora, solo ellos dos y dejarse llevar por aquellas ganas renovadas de vivir intensamente, como solo vivimos cuando nos desprendemos de la pesada carga de nuestra propia historia. En aquel avión, mientras surcaban el cielo en dirección a París, ambos se sintieron definitivamente libres; libres de cargas, de miedos, de culpas; libres para amarse. Y ambos decidieron, en silencio, vivir aquellos días como si fueran los últimos, sin importar que no quedaran poros en su piel por explorar, ni rincones en sus almas donde no se hubieran perpetuado ya. Porque ambos sabían que solo el último beso tiene la intensidad del primero, que solo la última caricia nos hace estremecer como la primera. Porque solo cuando somos conscientes de que no habrá más veces nos entregamos al amor con la misma desesperación con la que el moribundo se aferra a la vida; solo entonces sentimos esa imperiosa necesidad de amarnos intensamente, con toda nuestra pasión. Así vivirían aquellos días en París, dejando que sus sentidos atraparan cada instante, cada emoción, guardando en la memoria del alma cada sensación experimentada, profundamente, tan honda que ni siquiera el polvo del tiempo podría borrar su huella, soñando que ya no volverían a separarse nunca más, sabiendo que la vida nos puede cambiar de un instante para otro, siendo conscientes de que una vida entera solo nos alcanza para unos cuantos momentos inolvidables, únicos, tan especiales que marcan el resto de nuestros días. Ambos lo sabían. Después de todo lo vivido, después de todo lo ganado y lo perdido, aquel era su momento, inesperado, merecido... Porque, cuando dejamos de lamentar las derrotas del pasado, entonces —solo entonces— comprendemos que cada instante vivido, cada risa y cada llanto, no era sino la forma de prepararnos para el ahora, ese tiempo escurridizo que se nos escapa mientras nos aferramos al pasado, o cuando pretendemos adelantarnos al futuro.

A las 9:50 de la mañana, tras 2 horas y 7 minutos en el aire, divisaron la Ciudad de la Luz. Después, y más al fondo, una gran mancha verde: le Bois de Bologne. La aeronave empezó a perder altura de forma progresiva. Poco después desplegó el tren de aterrizaje y, segundos más tarde, tomaba tierra en el aeropuerto Charles de Gaulle, deslizándose a continuación por la pista mientras reducía progresivamente la velocidad, hasta detenerse por completo. Un aterrizaje sin incidencias puso fin al trayecto Málaga-París. A continuación, los pasajeros se fueron alineando en el pasillo y, tras recoger sus equipajes de mano de las estanterías superiores del avión, se dirigieron hacia la salida, desfilando ante las sonrientes azafatas de vuelo. Poco a poco, los pasajeros del vuelo AF2031 fueron bajando por las escalerillas del avión, en dirección al autobús articulado que los llevaría hasta las puertas de la terminal 2.0. Una vez dentro de la misma se dirigieron al pasillo D y, a continuación, se fueron situando junto a la cinta transportadora, por la que ya desfilaban un buen número de maletas de muy diferentes tamaños y colores.

Entre el pasaje que esperaba para recoger su equipaje, un hombre y una mujer de mediana edad se regalaban miradas cargadas de promesas. Ella apoyaba la cabeza en el hombro de él, al tiempo que su brazo lo rodeaba por la espalda y sus dedos se perdían en el bolsillo trasero de sus tejanos; él la rodeaba con su brazo a la altura de la cintura, justo por encima de los ajustados vaqueros. Él tenía los ojos verdes y la sien plateada; ella, largos bucles azabache y profundos ojos negros. Sus caras reflejaban el cansancio tras una noche sin apenas dormir, un poco por el madrugón y un mucho por la emoción de aquel viaje compartido, un viaje que no se hubieran atrevido a soñar solo unos meses antes. Era su primer viaje juntos, a pesar de que muchos años antes habían soñado compartir el viaje de la vida. Pero incluso entonces, cuando soñaban un amor para toda la vida, París ni siquiera había sido un sueño, mucho menos cuando ya no imaginaban volver a encontrarse. Apenas llevaban cinco minutos en aquella estancia del aeropuerto cuando ella señaló hacia una de las maletas que se acercaba por la cinta transportadora.

~~~~~~

Mientras ellos recogían su equipaje, a más de mil kilómetros al sur, dos hombres se habían citado para desayunar. Uno se tomó unos minutos del trabajo; el otro hacía ya un tiempo que no trabajaba. Tenían que hablar. Las vidas de ambos habían dado un giro repentino en los últimos tiempos, un cambio tras el cual, nada volvería a ser como antes.

«Todo es cosa del destino. Estaba escrito así», se justificaba el mayor de ellos. «Tú lo provocaste todo. ¡No me jodas con el destino!», le reprochaba el otro. Y no le faltaba razón: nuestro destino no es sino la consecuencia de cada una de nuestras decisiones. Cada vez que tomamos una decisión, estamos cambiando nuestro destino. ¿O es el destino el que nos empuja a tomar cada decisión? Aquellos dos hombres habían sido compañeros de trabajo durante mucho tiempo pero, sobre todo, habían sido amigos, muy buenos amigos, y cómplices... Se habían guardado las espaldas mutuamente y habían compartido secretos, alguno de ellos inconfesable. Tenían que hablar, mas empezaron lanzándose reproches, acusándose mutuamente, y se despidieron entre amenazas. Quizá los dos tenían parte de razón; quizás, en el fondo, los dos eran iguales.

Pero en sus amenazas había una clara diferencia: uno, el más joven, se aprovechaba de ciertos hechos del pasado para amenazar con el chantaje a su antiguo superior; éste, sin embargo, no quería ni oír hablar del pasado. A él solo le preocupaba el futuro inmediato. El hombre de mediana edad no estaba dispuesto a detenerse ante nada ni nadie pero aquel jubilado le dejó muy clara su postura desde el primer momento: era capaz de cualquier cosa con tal de evitar lo que parecía inevitable. Tenían que hablar. Pero no sirvió de nada, si acaso para empeorarlo todo. Poco después, cuando se separaron, uno volvió al trabajo; el otro, sin embargo, se quedó un rato más, el tiempo suficiente para verlo salir de su centro de trabajo. Necesitaba comprobar unas fechas escritas en el tablón de anuncios, los turnos de vacaciones. Apenas leyó aquel nombre tomó una decisión: saldría de viaje. Y debía hacerlo sin demora, de lo contrario llegaría tarde a su próxima cita, una cita que habían acordado ellos dos en el silencio de aquella última mirada, en aquella despedida sin un adiós, cuando ambos supieron que ya no había vuelta atrás.

CAPÍTULO II

EL HUÉSPED

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