Adolfo Pascual Mendoza - El accidente

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El accidente, una novela donde los convencionalismos sociales quedan anticuados, donde la opción sexual de los protagonistas pierde toda su importancia e impera la fuerza del amor y la amistad, talismanes que moverán al protagonista a embarcarse en una aventura trepidante apostando sus opciones al todo, o al nada. Un relato que no te dejará indiferente, despertará en ti sentimientos supremos hasta ahora desconocidos, un punto de vista inexplorado que te abrirá una nueva visión de la realidad, desde un punto de vista muy diferente.

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Yuncler, Villaluenga, Cabañas de la Sagra, Olías del Rey… Miro el reloj, son casi las siete y empiezo a sentir algo de nerviosismo. Esta mañana, cuando he hablado con Raúl, estaba muy tranquilo, pero no sé cómo le habrá afectado la noticia del traslado. Deja de sonar el CD que llevo puesto, miro el display y, de pronto suena el teléfono, llamada entrante, Raúl.

Al llegar a la habitación me lo encuentro dormido, su llamada era solo para avisarme de que ya estaba en la habitación y lo iban a sedar, para relajarle de lo estresante del viaje. Acerco la silla y me siento a su lado. Su sueño es placido, su rostro refleja ilusión y esperanza, su voz por teléfono me sonó a intranquilidad, pero con esa sensación del niño expectante ante lo desconocido, el niño temeroso ante una nueva andadura, esta nueva afrenta, en la que ya no tendría un papel tan pasivo como hasta ahora, si no que sería el protagonista y ese papel estaría lleno de esfuerzo y dolor, de aguante y constancia, de sufrimiento y esperanza.

Le cojo la mano, que tiene a mi lado encima de la sabana, y una mueca, que se transforma en una especie de sonrisa, llena su cara, la dulcifica y un pequeño gesto, como queriéndome decir que sabe que vigilo su sueño, me reconforta.

A los pocos minutos se abre sigilosamente la puerta.

—Hola, soy Rosa, la enfermera.

—¿Debes de ser Ricardo?

—Sí, así es.

—Ya nos han informado de que tú eres la persona más allegada a él.

—No, realmente tiene algunos primos, pero tuve que hacerme yo cargo, de facto y también legalmente. Después, Raúl, cuando fue consciente, me dio un poder notarial para estos asuntos.

—Bien, Ricardo.

—Richard, por favor. Richard es como me conoce todo el mundo. Ricardo es casi un desconocido para mí.

—Bueno sí, mejor. Richard, hemos estado estudiando el historial de Raúl y al doctor Fernando Chozas le parece oportuno tener una reunión contigo y presentarte el plan de recuperación que tenemos previsto. Raúl estará dormido como una hora, así que, si te parece…

—De acuerdo —contesto, mientras me levanto y la sigo.

—Este es Ricardo, bueno Richard, el doctor Fernando Rozas, que llevará a Raúl, la doctora Margarita Rivas, la psicóloga, y bueno, ya sabes, yo soy Rosa.

—Encantado —respondo a media voz.

—Bienvenido —me dice el doctor Chozas. Margarita asiente con la cabeza.

En pocos segundos, me sentí envuelto en una atmósfera amigable, en un ambiente acogedor, familiar.

Poco a poco, me presentan toda la problemática, las complicaciones, los riesgos y, por fin, el resultado final si se salvan todas las dificultades.

Los oigo hablar y las voces me suenan distantes, al mismo tiempo que mi mente memoriza cada frase, cada gesto, cada una de la muecas, de los movimientos de manos o de cabeza y, conforme los oigo, me encuentro cada vez más cómodo, más animado, más positivo, más cercano a Raúl.

De camino a casa, le doy vueltas y vueltas a la reunión, cada frase que he escuchado la repito mentalmente. En mi cerebro resuenan una y otra vez las complicaciones, y mi mente se evade, se aleja y me lleva a nuestra primera juventud. Hoy todo es esperanza, hoy todos son recuerdos, mi mente va por libre y a cada instante abre retazos de memoria olvidada, pedazos de mi vida, secuencias de nuestras vivencias compartidas que reposaban en recónditos escondites, y que especialmente hoy afloran al recuerdo. Estamos en aquel cañón del río Piedra, cercano al Monasterio de Piedra, y allí, contemplando en lo más alto de las rocas los buitres planeando, estas frases, estos problemas, estas complicaciones, las rocas me las devuelven una y otra vez.

Son como el eco de mi conciencia, que quisieran aturdir mi conformidad, y de forma aplastante, enumeran una y otra vez cada uno de los datos adversos con que nos encontramos.

«Hemos perdido mucho tiempo, mucho tiempo, tiempo, empo…»

«Esto hace cuatro meses hubiera sido mucho más fácil, más fácil, fácil…»

«Tendremos que buscar un donante válido, buscar un donante válido, donante válido, válido…»

«El riesgo al rechazo es grande, al rechazo es grande, es grande, ande.»

«Necesitará una monitorización constante, torización constante, constante, ante…»

«Para rebajar el sufrimiento en las pruebas deberíamos sedarle, pruebas deberíamos sedarle, deberíamos sedarle, sedarle, arle…»

De pronto, me sobresalto. Los coches de atrás me tocan insistentemente el claxon. El semáforo hace rato cambió a verde y yo, absorto en mis pensamientos, no me he dado cuenta. Entro en la rotonda y salgo a la izquierda. La circunvalación que pasa cerca del hotel Beatriz me lleva en pocos minutos a la carretera que une Toledo con Madrid. Una vez me incorporo a esta, vuelvo a sentirme relajado, ya es terreno conocido. Ahora de nuevo mi mente se aleja del tráfico y se concentra en cómo planteárselo a Raúl, y me sumerjo en una nueva espiral, en un nuevo laberinto, que no me abandonará durante todo el trayecto, y en la entrada de Madrid, ya tengo una estrategia marcada, una forma clara de planteárselo, una manera de enfocarlo.

Nuevamente, mi mente se apodera de mí y me controla. Ahora pone en on la conversación que ayer mantenía con Lucía.

«¿Sabes? ¿No será que estás enamorado de Raúl?»

Sonreí para mis adentro, y mi corazón, y solo él, sabía la verdad. En lo más profundo de su interior estaba la respuesta, y esa respuesta solo la conocemos Raúl yo.

El accidente - изображение 14

PARTE 2

EL AMOR

El accidente - изображение 15

EL ENCUENTRO

картинка 16

Llevaba meses en el hospital con mi hermano. Aquel pasillo lo había recorrido cientos de veces, y la habitación 212, desde hacía un par de días, ejercía una poderosa atracción sobre mí. En ella, una sola cama. Un hombre de mediana edad, del cual solo llegaba a ver el perfil de su cara, reclama mi presencia, pero tuve que pasar varias veces antes de entrar.

Creo que fue a la tercera, por aquello de que a la tercera va la vencida, cuando me decidí a entrar.

La habitación, orientada al este, a esta hora casi del mediodía me ofreció un trasluz casi mágico y su rostro era reflejo de una serenidad sublime, de una tranquilidad apaciguadora, de dignidad majestuosa.

Lo contemplé desde varios ángulos, lo observaba, y sentía mi mirada sobre ese cuerpo inerte tan potente, que me daba la impresión que, por esto mismo, en cualquier momento le vería abrir los ojos, mirarme y sonreírme.

A sus pies, un nombre solo. Un nombre y un epígrafe.

Raúl Fernández

Traumatismo medular

Absorto en el rótulo y retumbando su nombre en mi cabeza, percibo un roce próximo, una presencia conocida.

—Hombre Luís, me parece que te has equivocado de habitación.

—Hola Rosa –apenas atino a contestarle. —No, ya sé que esta no es la de mi hermano, pero al pasar ya varia veces por la puerta y verlo aquí, con la puerta abierta, tan solo, no pude resistir el impulso de entrar.

—Bueno, no creo que le vayas a molestar. Viene de un grave accidente de tráfico.

—¿Está en coma?

—No, no lo está.

—Como no responde a nada.

—Está fuertemente sedado, lo tendremos así durante algunos días. Tiene que sufrir unas pruebas muy fuertes y dolorosas, y los médicos han decidido tenerlo prácticamente dormido durante el calvario.

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