Guido, yo quisiera que tú y Lapo y yo / fuéramos sorprendidos por un encantamiento / y metidos en una barca que, obedeciendo a todo viento, / corriese por el mar conforme a vuestra voluntad y mía, / de tal suerte que ninguna tempestad o mal tiempo / lograse ponernos en mal trance, / antes, por el contrario, / viviendo todos en un mismo querer, / creciese siempre más el anhelo de estar juntos. / Y D.ª Vana y D.ª Lagia después, / con aquella que está por encima de los treinta, / pusiese entre nosotros al buen encantador, / y así siempre hablaríamos del amor / y todas ellas estarían contentas, / como creo que estaríamos todos. 9
Guido —escribe Dante— me gustaría que tú, Lapo y yo fuéramos sorprendidos por un encantamiento y metidos en una embarcación, sin que nada se pusiera por delante, y viviendo siempre «en un mismo querer», en una sola voluntad, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos», el deseo. El cumplimiento de la amistad, el cumplimiento de la vida, es que se acreciente el deseo. No hay otra definición verdadera de la amistad. ¿Quién me es amigo? ¿Quién es el amigo de verdad? Aquel que sostiene mi deseo y siempre lo relanza. Aquel que, cuando estoy metido en algo grande, lo reconoce, también lo mira y me ayuda a mirarlo mejor, a entenderlo mejor.
Algo te ha herido, te ha impresionado —algo bueno, doloroso o fatigoso— al igual que a mí, hemos compartido algo grande; cuanto más grande es lo que hemos compartido, más fuerte y tenaz es el sentimiento que nos une. La amistad nace de ahí, de la experiencia humana que se comparte con el otro y no de un vago sentimiento. Nace de la fuerza que tiene lo que miramos juntos, lo que deseamos juntos, lo que nos ha sucedido y que es más grande que nosotros.
A veces también imprevisible. Hasta el punto de que es verdad que se puede decir que tengo grandes amigos, pero que no los he elegido. No es que haya ido por ahí y, como uno me gustó más que otro, le dije: «Venga, seamos amigos». No los he elegido, los he encontrado. En la vida muchas veces he estado ante cosas grandes y, en ese momento, he tenido a alguien al lado. No elegido, no buscado, pero nos hemos mirado y hemos dicho: «Pero, si tú y yo estamos ante algo tan grande juntos, somos amigos». El amigo es aquel que reconoces por la grandeza que tiene él en los ojos y que tú tienes en los ojos. Dante y sus compañeros entendieron que el objeto de la amistad es alimentar el deseo, que, estando juntos, «creciese siempre más el anhelo de estar juntos».
Es una afirmación que se puede aplicar también a la experiencia del amor. Así que alguien que está realmente enamorado, después de pasar un día con su novia, ¿qué hace cuando la deja? ¿Cómo os despedís de un amigo con el que habéis pasado un gran día? «¿Cuándo nos vemos?». Te preguntas cuándo os volveréis a ver. Haber estado juntos ha alimentado el deseo de volver a verse. A nosotros nos cuesta conquistar este dinamismo como el modo normal de vivir una relación. Sin embargo, para Dante y sus compañeros era normal.
Y aquí la experiencia de la amistad se encuentra con la de la memoria. Porque, cuando nos sucede algo grande, todos necesitamos a un amigo con quien compartirlo. Después, necesitamos también que esa experiencia se pueda repetir siempre. Y para ello necesitamos un lugar concreto, una compañía humana. «La casa es el lugar de la memoria», reza una fórmula de una asociación de laicos consagrados que conozco; todos ellos tienen esa frase en sus casas. Porque todos necesitamos la memoria; y lo que custodia esa memoria, lo que te la devuelve incluso cuando la extravías es tu casa, la compañía que te rodea, los amigos, los hermanos, la gente que guarda en su corazón lo acontecido, los que recuerdan contigo lo que habéis vivido y por lo que vale la pena vivir.
Desde este punto de vista, por ejemplo, se comprende —se trata de un inciso, pero siempre me conmueve— lo que es la misa dominical para los católicos, cuando en el corazón de la semana, en el corazón de la vida, está esa hora en la que vuelve a acontecer lo que pasó hace dos mil años, que Jesús se hace realmente presente cuando el sacerdote dice: «Haced esto en conmemoración mía». Esa es una casa, una morada; esos son los hermanos, porque entre ellos todo se plantea como ayuda para vivir esta memoria, para no olvidar.
Después, sigue la trama amorosa. Y, en cierto sentido, sigue mal. Mal porque, frente a lo que le ha sucedido, Dante se comporta torpemente, de modo inadecuado. ¿Qué hace nuestro poeta enamorado? Lo que haríamos cualquiera de nosotros en semejantes circunstancias: hacer de todo por volver a ver a su Beatriz. «¿Qué tiene eso de malo?», os preguntaréis. Os respondo con las palabras de una canción de Claudio Chieffo: «Este extraño amor ha nacido como un hijo que nadie esperaba, ¿y por qué ahora queremos ser los dueños de un amor donado?». 10Esta es la tentación que surge enseguida: adueñarnos de lo que no es nuestro, ponerle las manos encima, querer decidir nosotros cómo tiene que ser, cómo tiene que continuar, olvidándonos de que, si es un milagro que nazca el amor, como milagro debe continuar. Sin embargo, Dante intenta adueñarse de ese amor, y entonces empiezan los problemas.
Un día sucedió que aquella gentilísima estaba en un sitio donde se oían palabras acerca de la reina de la gloria y yo me hallaba en lugar desde el que veía mi dicha, y entre ella y yo, en línea recta, se sentaba una noble dama de muy agradable aspecto, la cual me miraba frecuentemente, maravillándose de que mis miradas pareciesen terminar en ella. De aquí que muchos se dieron cuenta, y al salir de aquel lugar oí decir cerca de mí: «Ved como aquella dama ha destruido la persona de este»; y, como la nombraran, oí que lo que decían de la que estaba en medio de la línea recta que, arrancando de la gentilísima Beatriz, terminaba en mis ojos. Entonces me recobré mucho, seguro que mi secreto no se había descubierto el día aquel por mis miradas. Y en el acto pensé en hacer de aquella noble señora abrigo de la verdad, y tantas demostraciones le hice en poco tiempo, que las más de las personas que hablaban de mí creyeron conocer lo que yo ocultaba. Con esta dama me celé meses y años, y, para que más lo creyeran los otros, le dediqué algunas cosillas rimadas, las cuales no quiero trasladar aquí, sino las que en algo tratan de aquella gentilísima Beatriz, por lo cual las dejaré todas a un lado salvo alguna que parezca ser en alabanza suya. 11
¿Qué es lo que pasa? Pasa que Dante, en cuanto puede, entra en la iglesia para admirar a Beatriz, hasta que un día entre él y ella se interpone otra mujer, por lo que puede parecer que la mirada de Dante se dirige a esta última. Entonces Dante aprovecha la ocasión para esconder su amor por Beatriz —que no puede mostrarse públicamente porque, como hemos visto, ella está prometida con otro— tras la pantalla de esta otra dama, y alimenta el equívoco escribiendo poesías para ella. Después, la «mujer-pantalla» (así se la llama habitualmente) se va a otra ciudad y Dante vuelve a hacer lo mismo con otra. Pero acaba por exagerarlo y la cosa llega a oídos de Beatriz, que cumple su deber: le retira el saludo.
Después de mi regreso púseme a buscar a la dama cuyo nombre me había dado mi señor en el camino de los suspiros; y a fin de que mi relato sea más breve, digo que en poco tiempo hice de ella mi defensa, hasta tal punto que demasiada gente hablaba del caso sobrepasando los límites de la cortesía; de lo cual a menudo me pesaba mucho. Y por este motivo, es decir, por estas exageradas voces que injustamente me difamaban, aquella gentilísima, que fue destructora de todo vicio y reina de las virtudes, pasando por cierto lugar, me negó su dulcísimo saludo, en que toda mi felicidad residía. 12
En ese momento, cuando, por torpeza corre el riesgo de perder a la persona amada, Dante se ve empujado a reflexionar sobre por qué ella es tan importante para él. Y así llega a identificar el efecto decisivo del amor, la novedad absoluta por la que realmente se puede decir «ha comenzado una vida nueva». Sigamos leyendo.
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