Por eso digo que la mayor riqueza que tenemos es nuestra historia. Cuanto mayor es nuestra memoria, más rica y fuerte es nuestra personalidad. De hecho, la memoria es la facultad que nos ayuda a vivir el presente, porque acude al gran almacén que la constituye y saca de él ese encuentro, esa frase, esa palabra, ese acontecimiento, esa música… en resumen, lo que necesitamos. Así, paso a paso, día a día, nuestra experiencia se enriquece y nos hacemos mayores.
Recapitulemos. Dante se ha enamorado, por lo que no quiere olvidar, quiere que ese amor dure para siempre. Por eso, la primera palabra que pronuncia, la palabra de la que parte, es la palabra memoria . Y dice: «Si voy con la memoria atrás en el tiempo, antes de ella [«antes de la cual», que obviamente se refiere a Beatriz], no recuerdo prácticamente nada [«poco se podría leer»]». Porque en la vida —que es esta espera de bien, de verdad, de belleza, de amor— es como si custodiásemos algo decisivo con el rabillo del ojo, como si esperásemos la evidencia clamorosa de algo grande, ¡como si un milagro estuviera siempre a punto de ocurrir! Ese es el punto que atrae nuestro afecto, el punto que responde a nuestra vocación, lo que nos atrae en la relación con la mujer y en la relación con los demás. Se podría sintetizar diciendo que la vida empieza realmente cuando sale a la luz ese punto.
Tras una brevísima introducción, Dante empieza con el primer capítulo, donde cuenta cómo afloró en él ese punto, en el momento del primer encuentro con Beatriz.
Nueve veces ya desde mi nacimiento había vuelto el cielo de la luz casi a un mismo punto, cuando a mis ojos apareció por vez primera la gloriosa señora de mis pensamientos, la cual fue llamada Beatriz por muchos que no sabían cómo se llamaba. Llevaba ya en esta vida tanto, que durante aquel tiempo el cielo estrellado se había movido hacia oriente una de las doce partes de un grado, así que casi al principio de su año noveno apareció y yo la vi casi al final de mi noveno año. Apareció vestida de nobilísimo color, humilde y honesto, purpúreo, ceñida y adornada del modo que a su edad juvenil convenía. En aquel punto digo en verdad que el espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón comenzó a temblar con tal fuerza, que repercutía en los últimos pulsos terriblemente, y temblando dijo estas palabras: Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi . Entonces, el espíritu animal que mora en la alta cámara, a la cual todos los espíritus sensitivos llevan sus percepciones, empezó a maravillarse vivamente y, hablando de un modo singular a los espíritus del rostro, dijo estas palabras: Apparuit iam beatitudo vestra . En aquel momento, el espíritu natural que mora en aquella parte por donde se nos suministra el sustento, comenzó a llorar, y llorando dijo: Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps . Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma, la cual tan pronto estuvo desposada con él, empezó a tomar sobre mí tanto dominio y tanto señorío por la virtud que mi imaginación le prestaba, que me agradaba hacer en todo su gusto. 2
[Tenía unos nueve años cuando vi por vez primera la señora de mis pensamientos, que ahora vive en la gloria de Dios, y que muchos llamaban Beatriz sin conocer el verdadero significado de este nombre. Tenía poco más que ocho años, así que la vi al principio de su año noveno, estando yo al final del noveno. Apareció vestida de nobilísimo color, el rojo, pero oscuro y decoroso, ceñida y adornada del modo que a su edad juvenil convenía. En ese momento digo en verdad que el espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón comenzó a temblar con tal fuerza que repercutía en los últimos pulsos, y temblando dijo: «He aquí un dios más fuerte que yo, que viene para dominarme». Entonces, el alma sensitiva que mora en el cerebro, donde confluyen todas las percepciones corpóreas, empezó a maravillarse vivamente y, dirigiéndose de un modo singular a los órganos de la vista, dijo: «Por fin apareció vuestra felicidad». En aquel momento, también el alma vegetativa que reside en el hígado, rompió a llorar, y dijo: «¡Ay, pobre de mí, que de ahora en adelante seré puesto a prueba!». Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma y, desde que me sometí a él, el pensar en Beatriz le concedió sobre mí tanto dominio y señorío que me agradaba hacer en todo su gusto]
Parafraseando y sintetizándolo mucho, Dante dice: «Si retrocedo con la memoria, mi primer recuerdo es que tenía nueve años, la vi y sentí que ahí, antes o después, sucedería algo grande. Desde entonces he vivido toda mi vida en la memoria de ese momento». «Desde entonces digo que el Amor señoreó mi alma».
Porque el acontecimiento del amor, cuando sucede, cambia nuestra vida de forma radical. Nada se queda ajeno a la experiencia de un gran amor, como observa Romano Guardini: «En la experiencia de un gran amor […], todo cuanto acontece se convierte en un acontecimiento dentro de su ámbito». 3Se entiende que es una experiencia de amor verdadera porque tiene este efecto, arrastra todo consigo, cambia la forma de mirar las cosas, las personas y los hechos.
Pero ¿en qué cambia radicalmente la vida? ¿En qué se demuestra que es una vida nueva? En dos aspectos que señalo brevemente.
Dante describe así los primeros efectos del amor: «El espíritu de la vida que mora en la cámara secretísima del corazón [es decir, el corazón como lo entiende la Biblia, sede de la razón y del afecto] comenzó a temblar con tal fuerza, que repercutía en los últimos pulsos terriblemente, y temblando dijo estas palabras: Ecce deus fortior me, qui veniens dominabitur mihi », ha llegado aquel que dominará mi vida. El alma, el corazón, ese deseo del que estamos hechos, reconoce que pasará la vida en esa relación, que vale la pena entregarse a ese acontecimiento, a esa presencia, porque es lo que siempre había esperado de forma más o menos consciente.
Pero, después, Dante añade otra observación espectacular que se articula en dos momentos.
El primero: «El espíritu animal que mora en la alta cámara, a la cual todos los espíritus sensitivos llevan sus percepciones [es decir, el cerebro, la razón], empezó a maravillarse vivamente y, hablando de un modo singular a los espíritus del rostro, dijo estas palabras: Apparuit iam beatitudo vestra [ha aparecido tu felicidad]».
El segundo. «El espíritu del instinto que mora en aquella parte por donde se nos suministra el sustento [según la concepción de la época el «espíritu del instinto» está ubicado en el hígado, pero se refiere en sentido amplio al vientre, al cuerpo, o también al aspecto instintivo de la atracción del hombre por la mujer], comenzó a llorar, y llorando dijo: Heu miser, quia frequenter impeditus ero deinceps ». «¡Ay de mí!, que de ahora en adelante seré derrotado a menudo!». El aspecto más instintivo de la persona llora porque, de ahora en adelante, se verá sometido a la razón y el corazón, dominado por el sentimiento del Destino.
Por si no hubiese quedado claro del todo, Dante añade:
Me mandaba muchas veces que tratase de ver a aquel ángel tan joven, por lo cual en mi niñez con frecuencia la anduve buscando, y me parecía de tan noble y laudable porte, que ciertamente podían decirse de ella las palabras del poeta Homero: «No parecía hija del hombre mortal, sino de un dios». Y ocurría que aunque su imagen, que continuamente estaba conmigo, por osadía de Amor me señoreaba, era de tan nobilísima virtud, que nunca sufrió que Amor me rigiese sin el fiel consejo de la razón en todo aquello en que aquel consejo fuera provechoso de oír. 4
[Me empujaba a que buscase a aquel ángel tan joven, por lo cual en mi niñez la vi con frecuencia y pude ver en ella acciones tan buenas y nobles que ciertamente, con Homero, podría decir: «No parecía hija de un mortal, sino de un dios». Y aunque su imagen, que yo guardaba en mi mente, hacía que el Amor me señoreara, ejercía un poder tan noble sobre mí, que nunca el Amor me rigió sin el fiel consejo de la razón, en todas las situaciones en las que su consejo es provechoso]
Читать дальше