Muchos me dicen alguna cosa que consideran que es muy seria, muy grave, muy fea. Pero así que me escandalice, que me asuste, que ¡ay que feo!, no.
¿Qué características debe tener un buen confesor?
Ser muy humano, nomás con eso.
¿El confesor es un juez?
Hasta cierto punto. Porque uno juzga si algo está bien o mal, pero Dios es el que define. El juez es Dios, uno es un instrumento que le sirve más o menos a determinar si hay gravedad o no. Es todo.
Algunas personas temen al regaño de los confesores.
A veces nos falta comprender al penitente. Pero aquí tenemos mucha gente, a veces hay cien que quieren confesarse y ¿qué hace uno? Pues échame lo que puedas y ya; y Dios sabrá. Ayudarlos más profundamente es problemático porque hay que comprender su situación civil, de salud, su cultura, etcétera.
¿Dar mordida es pecado?
Bueno, eso depende mucho, depende mucho de la moral pública.
¿La gente que se confiesa lo ve como malo?
Unos, otros no.
Le han confesado alguna vez algún acto de corrupción.
De eso no puedo decir nada, párele por ese lado.
¿Se confiesan más los pobres que los ricos?
De todo.
¿Políticos también?
También políticos.
¿Y a poco se arrepienten?
Eso sí no sé. Si él trae pecados, él lo sabe, y me los dice, si quiere. Yo no voy a estar buscándole, preguntándole ¿usted es político y anda de baquetón? No, me dice lo que quiere y lo que puede.
¿Los confesores no deben preguntar detalles?
No, nada más lo que la gente quiera decir. Si yo sé que usted está en pecado, pero usted me dice que no, pues depende de usted, no de mí.
¿Se le ha antojado cometer algún pecado de los que le han dicho?
¡Ay caramba! Oiga no, cambie de disco.
¿Es un trabajo muy pesado?
Sí, es muy pesado. A veces sale uno muy cansado porque hay mucho frío, mucho calor o se desveló y entonces hay que despejarse. O empieza uno a dormirse y eso para mí es trágico. Yo les digo a los fieles: vámonos poniendo de pie porque me estoy durmiendo.
Muchos quisieran confesarse con un sacerdote dormido.
Eso sí yo no sé. Yo no busco a quién esté dormido.
¿Es un trabajo agradable?
Es útil y muy agradable, ojalá pudiéramos ayudar totalmente a los fieles, sobre todo a los que vienen con problemas serios.
¿Sufre?
No, al contrario, es muy agradable porque estamos cumpliendo como pastores. Esto no se sufre. Sufro yo con los políticos.
¿Por qué?
Por baquetones que son.
Pues regáñelos cuando vengan a confesarse.
No, no. Sólo que ellos me digan, si no, no. ¡Qué esperanzas, cómo voy yo a sacarle sus trapitos al sol!
¿La gente está dispuesta a oír consejo?
Sí, mucho. Consejo, porque no es dar respuesta. Uno dice: a mí me parece esto y se acabó.
¿Cómo le hace para estar tan seguro de lo que tiene que decir?
Seguro que yo diga la verdad, pues no. Yo digo lo que puedo y lo que sé. La verdad, sólo Dios sabe. Ahí sí se la dejamos a Él.
¿Él le ayuda a dar el consejo?
Todo depende de Dios. A veces dice uno cosas que luego piensa: ¡Ah caray! ¿Cómo se me ocurrió? Dios es el que dirige, se convierte uno casi en títere de Dios.
¿Cuál es la diferencia entre un buen confesor y uno malo?
Eso lo sacan los fieles, no uno.
¿Por qué tiene usted tanta clientela?
Eso depende de los fieles. Es como las tiendas, aquí me atienden muy bien pues aquí vengo.
¿Qué es lo mejor de su trabajo?
Ser sacerdote, mejor no se puede.
¿Y lo peor?
Lo peor es pecar. ¡Que Dios me libre!
Trinidad López Rivas
Director de la Unidad Estatal de Protección Civil
© Marco A. Vargas
De niño no soñó con ser bombero. “En ese tiempo ni existían”, bromea. Conoció el oficio a los 20 años cuando presenció un incendio en Ocotlán. En 1961 ingresó al cuerpo de Bomberos de Guadalajara con la intención de pasar unos meses y se quedó 38 años. En 2001 dejó la dirección de bomberos para convertirse en director de la Unidad Estatal de Protección Civil. Tiene 64 años de edad y ocho hijos. Nació en el estado de Zacatecas, pero desde los doce años reside en Jalisco.
Nunca he llorado en la batalla
¿Qué sintió en su primer incendio?
Miedo, como todo bombero nuevo. Cuando no has estado en un incendio viviendo la intensidad del fuego, el calor, los gases, claro que tienes miedo, pero con el tiempo, con conocimiento y con práctica lo vas superando.
¿Se puede controlar?
El miedo se supera, pero no se olvida. Hay que buscar la forma de dominarlo porque un bombero con miedo va al fracaso. Hay que pensar con la mente fría porque en un incendio no te puedes echar para atrás.
¿Cuándo ha sentido más miedo?
Un miedo terrible que no he vuelto a sentir fue cuando se cayó la juguetería Ramar. Yo estaba en el sótano y nos ordenaron salir. Ya afuera, le pedí al jefe que me dejara volver. En eso, el edificio de seis pisos se desplomó. Me temblaba desde la punta de los pies hasta la cabeza. El miedo fue terrible porque yo no quería salir del sótano, donde cayó todo el edificio. Es la única vez en mi vida que tuve mucho miedo, pero hasta que vi lo que pasó porque cuando estaba adentro no lo sentía.
¿Cuántas veces se ha salvado?
Creo que ya le llegué a la siete; esa fue la primera en incendio, pero hubo otras. Además, varias veces estuve a punto de ahogarme y otra vez me arrolló un tren.
¿Tiene un buen ángel de la guarda?
Dios ha sido muy grande conmigo, nunca me ha abandonado. Ya fueron muchas veces en que me salvé por muy poco. A veces no lo creo.
¿Anda cucando a la muerte?
No lo diría de esa forma. Exponerte es parte del trabajo. Nomás hay que pedirle a Dios que nos ayude.
¿Alguna vez pensó en tirar la toalla?
En varias ocasiones, pero sólo el primer año. Enseguida del edificio que se derrumbó hubo otro incendio muy duro. Fue la segunda vez en que pensé: llegando al cuartel, aviento lo que quedó de las botas y ahí nos vemos.
¿Por qué se quedó?
Después de darte un baño y platicar con los compañeros vuelves a las mismas. Y sobre todo cuando le salvas la vida a una persona. Eso fue lo que propició que nunca me saliera de bombero. Jamás me he arrepentido de haber sido bombero durante 38 años.
¿A cuántas personas ha salvado?
Me ha tocado rescatar muchos cuerpos y muchas personas con vida. En el incendio de una panadería entré a sacar a un hombre. Estaba muy oscuro. Lo tomé de los brazos y yo sentía que se le caía la piel cocida ya por la temperatura. Como pude lo saqué. Pensaba que lo que sentía en las manos era su piel quemada y la sangre. Hasta que llegué a la luz vi que era pura harina con manteca que él traía en los brazos porque era el panadero.
¿La lucha contra el fuego es personal?
Recuerdo bien a un bombero, un muchacho de Yahualica. Él le gritaba al fuego: “Te voy a partir la...”. Entraba al incendio enojado, con coraje, como si anduviera peleando con un león. Es una lucha cuerpo a cuerpo y eso es lo bonito, que sientas el coraje para entrar, pero con conocimientos. Es rabia, pero también inteligencia.
¿Lo ha vencido algún incendio?
He perdido batallas. Se prolonga el combate, pero le tenemos que ganar siempre. Muchas veces cuando estás a punto de apagarlo, te falla la motobomba o algo. Da mucho coraje porque el fuego resurge a veces hasta con más fuerza, como si se estuviera burlando de ti.
El humo hace llorar al bombero, ¿también el sentimiento?
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