Diego Duque - Los muertos no tuitean después de medianoche

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Los muertos no tuitean después de medianoche: краткое содержание, описание и аннотация

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Una sofocante noche de calor en Madrid es el escenario del nuevo caso del inspector Qino Montoya, en el que el arte, el sexo y la muerte se aliarán con las mentiras, las apariencias y las casualidades para ocultar la verdad. Qué tienen en común un ajuste de cuentas entre dos camellos de poca monta y un asesinato en una joyería con una exposición de arte abstracto en África o una performance de arte moderno en Lavapiés.La respuesta mide más de metro noventa, tiene barba, es peludo, zurdo y vegetariano, vive en Malasaña y tiene fobia a la monogamia. Un caso en el que la casualidad y el deseo serán una accidentada pareja de baile que obligará al inspector Montoya, y a los subinspectores Nerim y Córcega, a no dejar ningún cabo suelto si quieren llegar a la verdad.

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–No seas tonto. Es que fue muy raro, le vi por la calle y simplemente fuimos a su hotel y follamos.

–Oooh esos polvos son los mejores, los polvos de calentón. En Madrid es de las pocas ciudades donde he conseguido follar así. Sabes que en Madrid la gente folla con la mirada, sobre todo en Gran Vía y por ahí… una pasada.

–Ya –Qino no sabía si estar defraudado porque Robert ni se había inmutado con sus no–cuernos o si alegrarse porque su no–novio era tan putón como él.

–Montoya –Robert no le había llamado así nunca –sabes que no somos novios y que no hay exclusividad, podemos follar con quien queramos.

–Ya, ya… pero esto no es como con Elvis, no creo que le vuelva a ver.

–¿No? ¿Por qué?

–No sé, fue un polvo raro.

–¿Raro? Ahora te va el scat y esas cosas guarrete –dijo sonriendo y pasándole el porro.

–Nooo tonto, no sabría decirte, pero no disfruté, sabes esos polvos en los que cuando se esfuma el morbo, se esfuma todo… prefiero contigo –dijo sonriendo y dándole un cariñoso mordisco en su pubis.

–¡Ey! Que duele –bromeó Robert –oye… tengo una cosilla para ti.

–¿Una cosilla? ¿Otro imán para la nevera?

–¡Ja! Mas quisieras, ya sé que los odias –dijo sacándole la lengua. Robert se levantó y contoneándose sacó de su trolley un paquete marrón con una lazada de cuerda roja –toma, feliz aniversario.

A pesar del tono levemente burlón de Robert y su amplia sonrisa al decir la palabra aniversario, Qino se quedó petrificado.

¿Aniversario?

¿Qué aniversario?

¿El suyo?

Su aniversario de qué… de amantes… de compañeros de play… de novios…

Aniversario de qué y por qué, se preguntó Qino al tiempo que se le encendía una angustiosa alarma en el cerebro que le apretaba los pulmones. Qino notó que se le agrietaban las pupilas, las tenía tan abiertas que parecía un búho, la garganta se le había secado de golpe y mientras en su cerebro aún resonaba la palabra aniversario intentó mantener la calma.

–Feliz… aniversario… –consiguió decir finalmente mientras sujetaba el regalo como si fuera una bomba a punto de explosionar.

–Sí, bueno, lo vi en el aeropuerto en París y me dije, ¡coño! Si es nuestro aniversario.

Robert la estaba cagando aún más. Al cortocircuito que le había provocado la palabra aniversario se le unía ahora París, no había un cliché más romántico y patético que comprarle algo a tu novio en el aeropuerto, algo que le gusta a él, algo que te recuerda a él, algo que luego contarle a los nietos con una entrañable historia añadida, algo que mirar juntos pasados veinte años y decir un entrañable «te acuerdas». Justo lo que no quería Qino. El paquete se le cayó de las manos.

–¿No lo abres?

–No.

–Pero…

–¿Pero? Robert qué significa esto.

–Nada, es una tontería, estaba en París, haciendo tiempo y vi esto en una tienda y me di cuenta de que estamos en septiembre y recuerdo que nos conocimos porque vine para una feria alternativa de arte y me dije coño si es este fin de semana entonces es nuestro aniversario.

–No digas más eso.

–El qué.

–Eso.

–Aniversario.

–Ssshshshshhs –Qino chistó infantilmente a su no–novio.

–Coño Qino no seas niño. Si es solo una chorrada no seas tonto.

–No soy tonto, no soy… mierda quién me llama ahora…

Qino cogió el móvil y saltó de la cama al ver que era Córcega.

–Dime Córcega.

–¡Donde coño estás!

–¿En casa, por?

–Como que por ¡Velasco está a punto de llegar!

–¿Ya, tan pronto? Pero si no son ni las ocho y media.

–¡Montoya! Hoy dice quién es el suplente de la inspectora Arjona, hoy llegará a las nueve menos cuarto, vente cagando leches.

Montoya no tuvo que oír dos veces el consejo de la subinspectora. Saltó de la cama, se limpió con cuatro toallas húmedas los restos de la corrida de Robert del pecho y la barba y se puso ropa limpia, formal, que básicamente consistía en unos pantalones negros y una camisa a cuadros de H & M porque las de Zara mo le cabían. Montoya huía de las tiendas de ropa como de los gimnasios, solo entraba cuando era absoluta y rigurosamente necesario, y desde agosto no había ido ni a uno ni a otras. Su armario tenía eco y siempre que podía tiraba de sudaderas y vaqueros gastados.

–Robert me tengo que ir. Luego hablamos. Si puedo comemos juntos, vale…

–Vale, yo me quedo un ratito más. Luego nos vemos niño… y no te rayes.

–No me rayo… es que… joder… –dijo, pero Qino Montoya se rayaba y mucho. Era una de sus especialidades, sobre todo en ese tipo de situaciones. Qué significaba regalo de aniversario, qué se suponía que tenía que hacer, comprarle algo, celebrarlo con una cena a la luz de las velas, un paseo en calesa.

¿¡Qué!?

Qino bajó las escaleras a trompicones, tenía menos de diez minutos para presentarse en la comisaría, en el mejor de los casos llegaría sudando como un pollo, con el bazo fuera por el esfuerzo y resoplando como un san Bernardo en el desierto, una pésima imagen para un futuro inspector jefe. El aniversario le retumbaba en las sienes al ritmo de las zancadas que iba dando. Cuando llegó a la puerta, le esperaba Córcega.

–¿Ha llegado?

–No, tranquilo, tengo a Nerim vigilando Gran Vía –Córcega le sonrió. Normalmente la subinspectora asumía el papel de Rottenmaier en el equipo, era la madre, la adulta y responsable; Nerim el impulsivo, el que necesitaba madurar, el eterno adolescente. Córcega le arregló el cuello de la camisa, le dio un clínex para que se secara el sudor y le dijo –me alegro mucho. Te mereces ser el inspector jefe.

–Bueno, bueno… todavía no es seguro –hablaba su prudencia rural.

–¿Cómo que no? A quién vana aponer, a Otxoa.

El paquete de Qino dio un respingo. La mezcla morbosa de alcohol, sudor y deseo que destilaba el inspector Otxoa, resonaba aún en su nariz, le seguía deseando y en breve se verían. Qué cara se pondrían, que se dirían, Si Qino era el nuevo inspector jefe, si ganaba él, estaba claro que Otxoa se quedaría jodido, pero si el elegido era Otxoa… sería absolutamente insoportable, y más aún después de haberle humillado y casi lamido la mejilla, por no hablar de haberle restregado la polla por el culo. Nerim apareció corriendo por la parte alta de la calle de la Luna, como de costumbre llevaba puestos sus vaqueros híper ajustados lo que le impedía dar grandes zancadas, aun así su cuerpo garboso y espigado llamaba la atención en la quietud de la calle.

–Ya viene, ya vieneee.

–Ok chico, tranquilo, que ya está aquí. Anda subamos todos.

En el ascensor la sonrisilla feliz que llevaban los tres contrastaba con sus pensamientos. Montoya pensaba en el aniversario, en lo innecesario de ese asunto, él no lo quería, el solo quería que Robert cumpliera su parte del trato, de hecho estaba convencido de que el más proclive a tener una relación abierta era el escocés y ahora le salía con aniversarios.

Nerim le daba vueltas a otra nota anónima que había aparecido en su mesa, era la segunda ese mes y la cuarta en ese verano. Un mensaje anónimo era divertido en el instituto cuando tenía quince años, pero ahora con treinta y siendo policía le parecía casi siniestro.

Por su parte Córcega seguía rumiando su inminente traslado a Oviedo con su futura esposa. Lo iba a dejar todo por Nuria y en el fondo le preocupaba Nerim, su compañero era un buen policía, solo necesitaba un poco de mano dura y sin ella en la comisaría, no estaba segura de que alguien le enderezara correctamente.

Cada uno con su tema, cada uno parapetado tras una insustancial conversación sobre esa noche de verano en la que al parecer Montoya no había sido el único en tener problemas para conciliar el sueño. La llegada a la cuarta planta fue rápida y cuando las puertas se abrieron era notable la tensión previa a una gran noticia, todos sabían que era el día, todos sabían que estaba entre Otxoa y Montoya.

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