Se hizo un silencio total. Las risas, el buen humor y la tranquilidad de minutos antes dieron paso al temor y la incertidumbre, en segundos. El silencio duró poco, les dio tiempo a los cinco a imaginar todo tipo de situaciones; desde una broma de mal gusto hasta lo peor…
—Señor —preguntó Beltrán—, ¿cree que la caja del escáner podría ser un señuelo y la bomba esté en la caja grande? Todo parece planeado para hacernos perder el tiempo.
—Efectivamente, eso pienso también yo. —El tono de Talavantes denotaba gran preocupación.
—¿Qué hacemos, capitán? —preguntó Álvarez. Durante unos segundos, que se hicieron eternos, todos esperaron las ordenes correspondientes.
Por primera vez Talavantes se sintió algo inseguro ante el giro que había dado la situación. Se llevó las manos a la cara y se frotó lentamente oprimiendo su rostro, tratando de encontrar una respuesta lógica. Sabía que la caja grande no podría entrar en el escáner, ni siquiera podría ser manipulada por el robot antiexplosivos. Y por el tamaño, tenía pinta de contener algo pesado y móvil. Si contuviera algún explosivo potente podría causar daños en un centenar de metros a la redonda; una verdadera tragedia, pensó Talavantes.
—Capitán, la caja se ha vuelto a mover. Esta vez sí lo he visto —les comunico Álvarez con tono de sorpresa.
—Afirmativo, lo hemos visto en la pantalla. Tenemos enfocada una cámara a la caja —respondió Núñez.
El tiempo parecía diluirse cada vez más deprisa. La situación era muy preocupante. Debían actuar con rapidez.
—Capitán, si la caja grande está llena de nitrocelulosa o de un explosivo binario, aunque sea menos potente, puede afectar a buena parte de los edificios de la zona —advirtió Beltrán.
—Lo sé, daré la orden para que procedan a evacuarla. Voy para allá; les daré instrucciones desde el helicóptero —respondió el capitán por primera vez con tono alarmante.
Llamó al coordinador de seguridad y dio la orden de evacuar todos los edificios que se ubicaran en el perímetro del recinto. También avisó por radio para que los recogiera un helicóptero en el patio del cuartel. Llegarían en menos de siete minutos. El tiempo apremiaba.
2Explosivo plástico muy poderoso, utilizado con frecuencia en operaciones militares. Es pequeño, ligero y muy destructivo.
3Los explosivos binarios funcionan combinando dos químicos líquidos que, por sí solos, son inofensivos pero que al mezclarse hacen que la sustancia resultante muy inestable y especialmente explosiva a cualquier movimiento brusco. Algo parecido a la nitroglicerina pero mucho más inestable y con más poder de destrucción.
Lunes 7 de septiembre
El confesionario
Antonio abrió los ojos lentamente sin saber por un momento dónde estaba. Todo era oscuridad. Entonces comenzó a sentir las mismas molestias en nariz, cuello y pecho. Por unos segundos llegó a pensar que estaba muerto, pero el tiempo y la penumbra le permitieron darse cuenta de que continuaba en el confesionario.
Aún tenía los tubos de plástico en su nariz. El terror que sintió al verse de nuevo en la misma situación se fue tornando poco a poco en alegría: no había muerto; le pareció que había pasado más tiempo que el de un simple desmayo.
La voz del Confesor surgió de nuevo al otro lado de la ventana translúcida del confesionario.
—Ave María Purísima…
Unos segundos más y de nuevo la pregunta:
—Ave María Purísima… ¿Antonio, estás despierto?
—¿Qué coño quieres ahora, cura de mierda? —balbuceó de nuevo con voz gangosa debido a los tubos de la nariz. Su tono era de agotamiento pero no bajó la guardia.
—Ya te lo he dicho, Antonio, quiero datos. Si me los das, tu suplicio acabará pronto. Todo depende de ti. La próxima vez será mucho más doloroso, créeme. Te voy a dejar solo unos minutos para que medites y decidas qué quieres hacer. Y por cierto, no te pongas tan gallito que te measte de miedo. Esta vez no seré tan clemente, el líquido tiene el doble de potencia. Además, he añadido un plus de dolor y ahora tal vez te cagues. Lo dicho: tienes unos minutos.
El reo se volvió a violentar, su instinto le hizo reflexionar sobre su situación: no había muerto, así que seguramente había sido un sistema de tortura químico. No notaba ninguna herida, ni sangre, ni secuela que le preocupara; solo un dolor terrible en el rostro y en la cabeza. Si continuaba allí era porque no había confesado nada. La advertencia de provocarle más dolor le preocupaba de verdad. La vez anterior había sido terriblemente doloroso y no estaba seguro de cuánto más podría resistir.
Su situación le hizo reflexionar de nuevo sobre las palabras de su secuestrador: más dolor. Hizo un reconocimiento mental de todo su cuerpo para poder identificar cualquier otro objeto extraño sujeto a él. En aquella posición y con la cabeza inmóvil solo podía ver parte de sus muslos y las rodillas. No tardó mucho en notar algo extraño; una presión soportable en los lóbulos de las orejas, pero no podía girar la cabeza para saber de qué se trataba.
—¿Qué datos quieres? —preguntó fingiendo que quería colaborar intentando así ganar tiempo para repasar su situación.
—Quiero que me digas en qué cuenta o cuentas de bancos suizos depositaste el dinero que estafaste. No quiero infligirte más dolor pero no pararé hasta que me des los datos y confieses tus delitos. Te repito que tengo todo el tiempo del mundo —arguyó el Confesor de forma pausada.
—¡Los datos te los va a dar tu puta madre! —respondió Antonio de nuevo alterado.
—Tú lo has querido…
Una nueva botella tirada por el amarre de la polea comenzó a subir. Los gritos de pánico rompieron el silencio y Antonio solo pudo escuchar sus propios alaridos durante unos segundos. Una sacudida eléctrica pasó de un oído a otro a través de las pinzas que tenía sujetas a las orejas. Entonces comenzó a tener visiones. Una imagen brillante en forma de espiral de espinas puntiagudas en blanco y negro giraba de adentro hacia afuera sin parar. Lo veía todo dentro de una cortina de electricidad estática. Sintió cómo las ondas le pinchaban el cerebro en todas direcciones. El ácido hirviente empezó a abrirse paso de nuevo en su cabeza desde la nariz hasta la parte trasera de los ojos, penetrando a su paso por todos los rincones de su cara. El dolor era insufrible. Sintió de nuevo como si le rebanaran el cuello. Esta vez era más intenso, como si fuera una sierra de carpintero. No se podía mover ni un milímetro, su cuerpo estaba paralizado debido a la intensa corriente eléctrica. Aunque no escuchaba sus propios gritos, sí podía sentir cómo su boca se abría constantemente cuando intentaba inhalar algo de aire.
Entre gritos ahogados comenzó a suplicar clemencia y le dio al Confesor todos los datos que le había pedido.
Lunes 7 de septiembre, 10:24 horas.
Dirección General de la Guardia Civil
Madrid
Algunos agentes de Protección Civil, que esperaban para actuar desde hacía media hora, ayudaron a evacuar los edificios aledaños. Todos los ocupantes fueron dirigidos también al parque Santander. El caos reinaba en las calles que rodean el recinto de la Guardia Civil y en varios bloques a la redonda.
A las diez y media en punto se escuchó el helicóptero que transportaba a Talavantes y el resto de su equipo. Bajaron rápidamente y entraron directamente al cuartel de los tedax. Los tres llevaban trajes antiexplosivos ligeros que se habían puesto durante el vuelo.
En una sala improvisada, los otros cuatro artificieros habían montado cinco ordenadores portátiles sincronizados con las frecuencias que les fue indicando el cabo Martínez desde el helicóptero. Se acercaron y se colocaron los micrófonos.
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