—Álvarez, ¿qué crees que es? —preguntó Núñez.
—Ni puta idea —respondió—. Parecen tabletas de pastillas, pero podría ser nitroglicerina o c4.[2] Ya hemos recibido antes pastillas de este tipo en paquetes bomba. —Álvarez continuó hablando—. ¿Os habéis fijado en el círculo metálico grande que sobresale?
—Sí, lo hemos visto —confirmó el capitán Talavantes—. Núñez asegura que es un cd.
—Podría ser parte del detonador. Tiene toda la pinta de ser una bomba casera —comentó Álvarez con firmeza.
—Nosotros pensamos lo mismo. Ten mucho cuidado —le recomendó, con tono de cautela, su capitán.
—Capitán, ¿y el objeto de la derecha con forma de fuelle circular? Parece que contenga algo de líquido —volvió a cuestionar Álvarez por la radio.
—Puede tratarse de un explosivo binario,[3] lo cual sería más preocupante —respondió Talavantes.
—Capitán —se escuchó decir por primera vez a Beltrán—, lo del fondo a la izquierda parece una botella de refresco, como las de dos litros de Coca-Cola.
—Eso parece, con más razón podría tratarse de un explosivo binario casero, que son aún más difíciles de manipular —aseguró Talavantes.
—Álvarez —dijo Núñez, que permanecía inmóvil frente a su pantalla—, pon el sistema en modo de cámara normal y busca la etiqueta, quiero saber a quién iba dirigido el paquete.
—Entendido —respondió este con seguridad.
Tecleó una clave y la pantalla se iluminó. Por suerte la etiqueta quedaba en la parte superior. El destinatario y la dirección estaban escritos con letra antigua y tinta negra, la típica tipografía de máquina de escribir Olivetti, en un folio blanco adherido a una caja de cartón sin anuncios. La etiqueta estaba perfectamente alineada y los cierres de embalar eran rectos, centrados casi al milímetro. A través de la pantalla la caja parecía inofensiva.
—¡Va dirigida al capitán Santiago Ybarra! —exclamó Álvarez con incredulidad.
Los tres se quedaron pensativos mirándose unos a otros. ¿Un paquete bomba dirigido a un investigador de la Guardia Civil? Aquello era muy extraño, pensó Talavantes. Su instinto le decía que podía tener cierta lógica. Ybarra era experto en resolver casos difíciles, pero ninguno que implicara terroristas, mercenarios o exmilitares peligrosos.
Talavantes descolgó el teléfono interno y pidió que localizaran al capitán Ybarra lo más pronto posible. Mientras tanto su equipo continuó trabajando.
—Álvarez, dale al espectro electromagnético —ordenó Núñez.
—Entendido, señor.
Continuaron revisando el paquete. El escáner mostraba un objeto rectangular pequeño del tamaño de una pastilla de jabón.
—Álvarez, eso debe ser lo que ha hecho saltar la alarma. Parece el espectro de un explosivo semisólido —afirmó Talavantes.
—Estoy de acuerdo. ¿Qué cree que es, capitán? —preguntó Álvarez.
—Lo vamos a verificar en el ordenador —respondió el capitán.
—¿Ninguno de los otros elementos muestra un espectro explosivo? —preguntó Beltrán.
—No, solo este —le respondió Núñez.
—Qué raro —exclamó Beltrán con tono de preocupación.
—Daos prisa, llevamos ya quince minutos aquí y esto no tiene buena pinta, podría explotar en cualquier momento —dijo Álvarez, notando la incertidumbre que se percibía en la voz de todos.
—No tardaremos mucho, pero por si acaso no os mováis ni un centímetro —respondió con energía Talavantes por el micrófono.
Núñez recortó la imagen de la sustancia que había en la caja pequeña, la colocó en el buscador y el programa comenzó a buscar imágenes similares. Medio minuto después el ordenador mostraba una coincidencia.
—Es nitrocelulosa gelatinizada —exclamaron Núñez y Talavantes con un tono que dejaba ver un atisbo de tranquilidad.
—No he oído bien. ¿Habéis dicho nitrocelulosa? —preguntó Álvarez.
—Sí —afirmó Talavantes—, la misma que en la explosión anterior.
—Entonces podemos estar un poco más tranquilos —respondió con alivio Álvarez.
—La estructura del escáner podría contener la explosión, siempre y cuando la pastilla pese menos de cien gramos —comentó Núñez mientras consultaba los datos técnicos del químico en la pantalla.
—Si explota sería el segundo que se cargan en solo quince días —soltó Álvarez con tono ácido.
La explosión anterior había dejado completamente inservible el otro escáner, y cada aparato rondaba los doscientos cincuenta mil euros.
—Álvarez, vamos a intentar calcularlo —dijo de nuevo Talavantes—. Núñez combinará las imágenes de los cuatro espectros para calcular el ancho y poder determinar el volumen y el peso del explosivo. Tened paciencia, no parece nada grave.
—De acuerdo, capitán —respondió Álvarez muy confiado.
La tranquilidad reinaba en la sala. Si el objeto explotaba sería muy difícil que causara el más mínimo daño a los dos artificieros.
—Álvarez, ¿has visto eso? —exclamó Beltrán muy sobresaltado.
Este fijó rápidamente la vista en la pantalla buscando algo anormal pero no vio nada.
—No veo nada —respondió.
—La caja grande. ¡Se ha movido sola! —dijo de nuevo Beltrán incrédulo.
—Chicos, daos prisa —bromeó Álvarez rompiendo todas las formalidades—. Beltrán se está poniendo nervioso. Dice que la caja grande se ha movido.
—Negativo —contestaron ambos con un ligero tono de ironía. El capitán Talavantes no contestó, en un intento por mantener las formas; no le gustaban las bromas en ese tipo de situaciones.
—Capitán, ¿puede revisar las imágenes? Estoy seguro de que la caja se ha movido —insistió Beltrán.
—Lo haremos —respondió el capitán un tanto condescendiente—, pero tranquilo, de momento la situación no parece grave.
Uno de los oficiales se conectó con el sistema de trasmisión de la cámara de Beltrán y rebobinó las imágenes hacía atrás.
—Daos prisa con el cálculo, por favor —pidió Beltrán un tanto nervioso—. El paquete podría explotar en cualquier momento. Acordaos lo rápida que fue la explosión anterior. Si tengo que desactivar el paquete prefiero hacerlo con tiempo.
—Ya casi está —respondió Núñez—. ¡Lo tenemos! Son cincuenta gramos aproximadamente.
—¡Joder, qué alivio! —Álvarez sabía que, aunque el paquete les explotara de frente, los trajes aguantarían sin problema la onda expansiva.
—Solo nos falta determinar qué tipo de detonador utiliza. Conecta el filtro de infrarrojos —pidió Talavantes.
—Entendido, capitán —obedeció Álvarez.
Este realizó el último reconocimiento con bastante tranquilidad. Ahora se movía con más confianza y rapidez.
—¿Qué coño es eso? —preguntó Álvarez asombrado al ver la imagen que aparecía en la pantalla—. Parecen pimientos. ¡Hay pimientos pequeños dentro de una bolsa!
—Eso parece —contestaron con asombro desde la sala de mandos.
—No veo ningún detonador, no hay cables ni conexiones. ¿Vosotros veis algo? —preguntó Álvarez.
—No. Tranquilos, estamos revisando las imágenes de cada espectro y no hay nada que pueda detonar la nitrocelulosa —les contestó Núñez, con tono de cierta tranquilidad.
—Qué raro —dijo Beltrán un poco desconcertado.
El capitán Talavantes y Núñez continuaban revisando las imágenes una por una. Mientras, el cabo Martínez estudiaba las grabaciones de la cámara de Beltrán y la del techo para verificar si la caja grande se había movido.
—Álvarez, Beltrán, tengo malas noticias —anunció Talavantes.
—¿Qué pasa, capitán? —preguntaron.
—La caja grande sí se ha movido, muy poco; lo hizo de forma regular, con un leve contorneo en su base. Beltrán tenía razón. No me gusta nada este asunto —sentenció el capitán.
Читать дальше