Igualmente al escritor y amigo Miguel Ruiz Montañez, que fue quien con sus sabios consejos y apoyo me introdujo en el mundo literario. En especial por ser quien más me ha orientado en esta nueva aventura de contar historias y poder plasmarlas sobre tinta y papel. ¡¡Muchas Gracias!!
Por último, a la persona más importante de mi vida; mi primera lectora, mi más dura crítica, mi compañera de vida, mi amiga, la madre de mis hijas, mi paño de lágrimas, mi confesora de histerias y de historias, mi cómplice de locuras y socia de millones de risas: Irene Garrido Lomeña. Gracias por todo y por tanto. No tengo que ponerlo por escrito, sabes bien todo lo que significas para mí, desde el primer día que te vi.
En fin, que el resumen de una parte de mi vida a lado de todos ustedes: familia, conocidos, amigos, amistades profesionales, personas desconocidas y famosas a las que admiro por su trabajo e imaginación; son en buena medida responsables de que yo escriba historias, en especial, de esta primera novela. Y en su caso, también de las que vengan…
Gracias de corazón, de ese corazón que por suerte, no consiguió apagar una bala.
José Alberto Callejo Silva
“Todo Santo tiene un pasado
y todo Pecador tiene un futuro”
Oscar Wilde
Lunes 7 de septiembre, 09:28 horas.
Dirección General de la Guardia Civil
Acceso principal; puerta de la calle Guzmán el Bueno
Madrid
La alarma del escáner de alta seguridad que analizaba la correspondencia y paquetería comenzó a pitar de forma intermitente. El tono estridente y profundo era similar al de las alarmas militares previas a un bombardeo. Segundos después, en la parte superior de la estructura, se iluminó una pequeña luz de aviso giratoria de color rojo.
La pantalla del ordenador se bloqueó congelando la última imagen del paquete sospechoso. Un mensaje sobre fondo negro en letras amarillas empezó a parpadear:
¡Peligro, posibilidad de explosión!
Todos los civiles que estaban en la recepción se quedaron petrificados cuando se activó la alarma. Aquellos instantes se hicieron larguísimos para las doce personas que se encontraban allí. Pocos movimientos, solo cruces de miradas de terror. Cuando por fin reaccionaron, salieron corriendo despavoridos.
Uno de los tres guardias civiles que estaban al frente de la oficina activó la alarma general del recinto y salió apresuradamente a la calle. Debía evitar que nadie accediera por esa puerta.
El segundo guardia se aseguró de que no hubiera quedado nadie en el patio interior. El tercero se lanzó a detener al mensajero que había colocado el paquete en el escáner y que había salido corriendo al activarse la alarma. Este no opuso resistencia, de hecho se entregó en cuanto escuchó a sus espaldas la orden de detenerse; por el rabillo del ojo había visto cómo el agente se dirigía corriendo hacia él.
Cerca de quinientos guardias civiles abandonaron su puesto de trabajo y comenzaron a desalojar el cuartel por las cuatro puertas de emergencia. El miedo se podía oler en el aire. Ríos de personas surgían de cada pasillo en dirección a las salidas de emergencia. La mayoría lo hacía con rapidez pero con el debido orden y sin agolparse. Se notaba la disciplina que deja la formación policial y militar. Hubo pocos casos de pánico durante el desalojo. Solo dos mujeres muy jóvenes y un guardia civil retirado que tuvieron que ser auxiliados por sus compañeros debido a un ataque de ansiedad.
Una vez fuera del recinto, el caos se extendió a las calles colindantes, invadidas por aquel medio millar de personas, más el desconcierto del resto de los peatones que pasaban a esa hora por aquella zona.
En pocos minutos se puso en marcha el protocolo de seguridad para que acudiera un equipo del tedax.[1] No tardaron ni diez minutos en llegar con todo lo necesario para desactivar o explosionar el paquete bomba.
Después de valorar la situación, el coordinador del equipo de artificieros dio la orden de no desalojar los otros edificios del recinto, de momento. Por el tamaño del paquete dedujeron que no podría provocar daños graves en el resto de las instalaciones, aunque fuera un explosivo potente, ya que existe una distancia considerable entre los edificios. Sin embargo pidieron que todo el mundo estuviera atento a nuevas órdenes.
El edificio principal y el contiguo ya estaban vacíos. Los artificieros esperaron cinco minutos más a que un par de agentes de apoyo se asegurasen de que no quedaba nadie dentro. Mientras tanto, los tedax comenzaron a planear la ubicación de los artefactos antiexplosivos.
Era la segunda vez que recibían un paquete bomba en dos semanas. El primero, que llevaba muy poca cantidad de material explosivo, había detonado dentro del escáner, hiriendo de forma leve a uno de los guardias de turno y dañando seriamente la valiosa máquina. Aun así, no estaban totalmente seguros del alcance de aquel nuevo envío, hasta no verificar el tipo de explosivo que contenía la caja.
Quince minutos después, las calles que rodeaban el recinto quedaron cerradas al paso por una veintena de patrullas de la Policía Nacional y de la misma Guardia Civil.
Siendo lunes y a esa hora de la mañana, las calles colindantes estaban muy concurridas ya que en esa zona se encuentran la Agencia Estatal de Administración Tributaria, un edificio de Loterías y Apuestas del Estado, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Comunicación, un estudio de la televisión pública y la Gerencia del Catastro. Cerca de veinte mil personas trabajando en solo cien metros a la redonda, lo cual contribuyó a generar más caos.
Un equipo de cuatro artificieros, ayudados por tres guardias civiles, comenzó a precintar rápidamente con una cinta roja un perímetro de diez metros desde la entrada principal. A continuación colocaron un segundo precinto a veinte metros de distancia con una cinta amarilla. Los tres agentes controlaban el acceso ya que solo los artificieros podrían acceder a la zona roja. El resto de oficiales debía permanecer en la zona amarilla.
En la entrada principal el silencio era aplastante. Solo se escuchaba el ligero murmullo de la multitud que se alejaba para resguardarse en el parque Santander, el zumbido de los helicópteros que se acercaban a la zona y alguna orden corta a través de un walkie.
Todo el personal estaba a la expectativa de lo que iba suceder.
1Artificieros del servicio de desactivación de explosivos. Expertos en desactivación de bombas y artefactos explosivos que se encuentran de guardia permanente en uno de los edificios contiguos.
Lunes 7 de septiembre
El confesionario
En algún lugar de España
—Ave María Purísima…
Unos segundos después:
—Ave María Purísima…
Minuto y medio después:
—Ave María Purísima…
Cuando Antonio comenzó a recobrar el conocimiento sintió su cuerpo totalmente inmovilizado. En los músculos de sus piernas notaba una tensión extraña: estaban medio adormecidos. Una fuerte presión en su pecho no le dejaba respirar bien y no veía casi nada.
Sus ojos tardaron unos minutos en adaptarse a la poca luz que entraba por una pequeña ventana ubicada en el lado derecho del habitáculo. Se dio cuenta de que estaba sentado en una especie de silla de madera maciza y gruesa. Olía a biblioteca antigua e incienso y se percibía humedad en el ambiente.
Una vez que su visión se adaptó a la semioscuridad se dio cuenta de que estaba dentro de un confesionario. Aún continuaba un poco aturdido por los sedantes. Su nerviosismo se disparó cuando se dio cuenta que estaba dentro, en el mismo lugar donde suelen sentarse los curas.
Había estado en muchos confesionarios durante su infancia y adolescencia. Sus padres eran muy católicos y durante años le obligaron a asistir a misa los domingos y a confesarse una vez al mes.
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