José Alberto Callejo - Confesor

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El 7 de septiembre dos cajas dirigidas al Inspector Santiago Ybarra llegan a la Dirección General de la Guardia Civil, de repente ¡saltan las alarmas! El contenido de la más pequeña hace activar el protocolo antiexplosivos.Lo que podría ser un atentado se convierte en un interrogante, uno de los dos paquetes, una caja muy grande, contiene un prófugo buscado por la Guardia Civil y Policía Nacional por casos de pederastia e infanticidio, desafortunadamente para los cuerpos de seguridad nacional, es un caso mediático muy conocido por la opinión pública. En la caja que activa la alarma, también viene la confesión y un ticket de lo que costó hacerle hablar, menos de 10 €.Podría tratarse de un héroe anónimo, un familiar que clama venganza o de simplemente un caso aislado, si no fuera porque en días posteriores otros delincuentes fueron debidamente entregados por mensajería; uno de ellos por violencia de género y asesinato.Todos con sus correspondientes confesiones. ¿Quién está detrás de esta cacería? ¿Es un delincuente o un héroe? ¿Trabaja solo? Esta no es una lucha entre el bien y el mal, es la historia de una encarnizada batalla entre la moral y la justicia. Algo de lo que está muy necesitada la sociedad en estos tiempos.

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—Buenos días, capitán —saludó a Ybarra. Después se dirigió al resto de los asistentes—: Buenos días a todos.

—Gracias por venir, Melchor —le agradeció Ybarra—. Supongo que Negrete te habrá puesto un poco al tanto de lo sucedido esta mañana.

—Más o menos. Ayer estuve de guardia y llegue hace un par de horas —respondió.

—Te presento al capitán Armando Talavantes, jefe del escuadrón de artificieros de Madrid, y al capitán Sergio de la Bárcena, director del laboratorio de criminalística.

—Permíteme la lista del contenido de la caja, Sergio —solicitó Ybarra a de la Bárcena.

Mientras Mendoza leía, Ybarra comenzó a explicarle:

—Estos son los objetos que encontramos en la caja que llegó esta mañana. Me gustaría que explicases a los compañeros para qué se utilizan —le pidió a al agente Mendoza.

Este echó otro vistazo a la lista.

—¿Esto es todo? ¿No había nada más, capitán? —dijo girando el folio intentando descubrir algún otro elemento que añadir a la lista.

—¿Como qué? —intervino de la Bárcena.

—Un suero salino, de esos que suelen venir en envases con forma de acordeón, como los utilizados para lavativas oculares o nasales —explicó Mendoza.

—Si no viene en la lista, imagino que no —sentenció de la Bárcena.

—Seguro que lo utilizaron, aunque no venga dentro de la caja —respondió Mendoza con absoluta seguridad.

—Ese será el noveno producto de la lista —afirmó Talavantes—. Álvarez, Beltrán, ¿recordáis el objeto en forma de fuelle?

—Sí, señor, era algo parecido a lo que describe el teniente Mendoza —respondió Álvarez.

—Imagino que aún están buscando huellas y se les ha pasado anotarlo en la lista —se disculpó de la Bárcena tratando de exculpar momentáneamente a los agentes del laboratorio.

—Sergio, ¿te importaría verificar si el envase del suero estaba dentro de la caja? —solicitó Ybarra de forma condescendiente.

—Sin problema. —De la Bárcena hizo un gesto al agente que había traído el ibuprofeno y este salió de nuevo hacia el laboratorio.

—Mientras tanto, ¿podrías explicarnos el uso de estos artilugios? —le pidió el capitán a Mendoza.

—Por supuesto, señor. —Mendoza se colocó en la zona de ponentes y empezó a hablar—: Este es el método al que recurre la policía mexicana para obligar a confesar a alguien que, generalmente, es débil física o mentalmente. Se cogen tres chiles habaneros, una de las guindillas más picantes que existen, y se golpean ligeramente intentando no romper la vaina. Así las semillas y las venas internas, que contienen la mayor parte del picante, se separan y se abren liberando la sustancia picante en la carne de la vaina. Después se tuesta a fuego lento para que se deshidrate y se concentre más el picante, que además se potencia con el calor del fuego. Se dejan enfriar y se baten con agua hasta que quedan completamente líquidos. Esta mezcla se añade a la botella de gaseosa, con cuidado para que no libere mucho gas. Es necesario para que la mezcla penetre bien dentro del cuerpo.

Se dirigió a la pizarra blanca que tenía tras de sí y dibujó el perfil de una cabeza humana.

—Se cubre bien la nariz internamente con vaselina —continuó diciendo mientras indicaba en el esquema cómo se aplicaba cada elemento—. Esto tiene una doble función: la primera es que las pastillas efervescentes, que se introducen partidas por la mitad, una en cada fosa nasal, penetren bien. La segunda es evitar que con la mucosa se active la efervescencia en las pastillas. También permite introducir fácilmente la sonda tubular en cada fosa nasal. Después se une el tercer extremo de la sonda con la pieza de silicona a la boca de la botella de gaseosa con el picante batido y se levanta unos treinta centímetros por encima de la cabeza.

¡No me lo puedo creer! —exclamó indignado el capitán Talavantes—. ¿Y así es capaz de confesar un crimen un delincuente? Parece una simple lavativa nasal.

—Mendoza, explícale al capitán lo que pasa en el cuerpo cuando reaccionan esas «sustancias tan inofensivas»— comentó Ybarra con un toque muy irónico.

—Si me lo permite, señor —se excusó Mendoza—, creo que primero es conveniente que les explique cómo reacciona el cuerpo humano a la capsicina, la sustancia que hace que los chiles y las guindillas piquen. Esta sustancia genera en el cerebro la misma respuesta química que cuando el cuerpo se quema con fuego. Por eso uno suda tanto cuando come mucho picante, para refrescar el cuerpo y bajar la temperatura de la supuesta quemadura. Especialmente cuando es muy picante, la señal es similar a la de una quemadura de segundo o tercer grado. Al mismo tiempo, el cerebro también libera endorfinas para que el cuerpo quede un poco anestesiado. Por eso, después de comer mucho picante, el cuerpo recibe esa sensación de placidez que dura entre una y dos horas.

—Visto así, no parece tan agresivo como para hacer confesar un crimen de pederastia y secuestro. —Talavantes mostró su incredulidad.

—Señor, con el debido respeto, no se hacen una idea de lo agresivos que son algunos chiles, especialmente estos que vienen en el paquete —advirtió Mendoza—. Esta especie está entre los cinco más picantes del mundo. Para que se hagan una idea, cada chile contiene la misma cantidad de capsicina que treinta botellas de salsa tabasco. Cuando un picante tan intenso invade zonas del cuerpo tan sensibles y delicadas como las mucosas interiores, que no están acostumbradas a recibir el impacto de una sustancia tan irritante, el mensaje que llega al cerebro es de estar sufriendo quemaduras de al menos segundo grado.

»Los vasos sanguíneos se dilatan para hacer llegar más humedad a la piel y las mucosas que, se supone, se están quemando. Cuando el chorro de agua con gas, mezclado con el picante, pasa por las pastillas efervescentes, provoca una espuma terriblemente irritante que invade todo el sistema respiratorio, desde la garganta hasta la parte más alta de la nariz, inundando incluso los senos nasales y colándose a las glándulas de los lagrimales. Las mucosas faciales se inflaman emitiendo un moco muy líquido en respuesta a la agresión, lo que ocasiona una sensación de ahogo absoluto. Aunque uno continúa respirando por la boca, no lo siente, ya que tienes los sentidos bloqueados y confundidos. Es como si se te cerrase la entrada de aire al cuerpo. El dolor es tan intenso que parece que los ojos se van a salir de sus órbitas, los oídos te arden como si tuvieran quemaduras internas, la cara parece que fuera a estallar. Lo más impresionante es cuando sientes cómo el líquido sale por el velo del paladar hacia la boca. Es como si te rebanaran el cuello de lado a lado, como un corte doloroso con una sierra gruesa y poco afilada. En ese momento sientes como si te clavaran algo punzante en los oídos que te atravesara de un lado a otro. El dolor es insoportable, señor.

»Al final todo acaba en cinco interminables minutos. Entonces viene la segunda oleada de dolor. Para limpiarte te hacen un lavado con el suero salino. Todo te vuelve a arder en una segunda reacción química de las mucosas, pero con menos intensidad. A veces se necesitan dos lavativas para que el sistema respiratorio quede completamente limpio.

En ese punto, Mendoza finalizó su explicación. Los asistentes permanecieron callados intentando asimilar lo que acababan de escuchar. Fue el propio de la Bárcena quien rompió el silencio.

—Lo que no me queda muy claro, agente, es cómo, con esa sensación de ahogo total, el torturado es capaz de confesar. ¿En qué momento lo hace? —pregunto un tanto consternado.

—Es difícil de saber, señor. Uno ni siquiera recuerda haber pronunciado palabra alguna. Lo único que escuchas son tus propios gemidos ahogados. En ocasiones eres incapaz de escuchar tus propios gritos. En esos momentos de dolor y trance no ves más que algunos destellos en una visión completamente borrosa. Entonces sientes varias oleadas de un dolor tremendo. Sin que te des cuenta confiesas lo que te preguntan.

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