Francisco Sepúlveda - Route 66, Fila7

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"ROUTE 66, FILA 7" es un viaje de cine por los grandes clásicos norteamericanos del Séptimo Arte, un recorrido que te transportará desde los años 30 hasta principios de los 60 con una revisión sentimental y emocional por todos aquellos grandes momentos que, aunque fueron ficción, siempre formarán parte de nuestra memoria.Un libro de referencia para cinéfilos y amantes del género en una declaración de amor al cine y al imaginario que lo hace posible, una defensa de los grandes clásicos frente al cine más comercial que sirva de acicate para romper el miedo de las nuevas generaciones a valorar la calidad del clásico.

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Nada hay que señalar de interés en la relación que tienen entre sí los hermanos Earp, tan solo ligeros apuntes de Ford que nos perfilan una familia unida y decente que suponemos ha trabajado desde siempre defendiendo la Ley. No se detiene demasiado Ford a profundizar en las personajes de los hermanos de Wyatt, pero este hecho no desbarata el objetivo primero del film ni es materia de más interés que el necesario, amén de que resalta así de manera más notoria la arrolladora personalidad de Wyatt. No cabe duda de que Wyatt se dejaría matar por sus hermanos, pero son ellos los que están a su servicio.

Sin embargo, “Pasión de los fuertes” no tendría sentido si el director hubiera pasado de puntillas por la relación de Wyatt y Doc Holliday. En su complejidad reside una de las riquezas más notables de la película.

Wyatt es la personificación de la decencia (a lo que sin duda ayuda el hecho de que esté encarnado por Fonda, quizá el actor americano que ha sabido transmitir más palpablemente dicha virtud, junto a Gary Cooper y James Stewart). Holliday camina en el filo de la Ley.

Wyatt es de sanas costumbres; Holliday bebe como un cosaco. Wyatt es un ejemplo de pasmosa serenidad y de sangre fría; Holliday vive en el continuo tormento que le provoca su carácter autodestructivo. Es incapaz de controlar sus pasiones y de dominar su ira.

Contra todo pronóstico, pronto congenian, puesto que son las dos caras de una misma moneda y lo que los une es más fuerte que lo que los separa. Se respetan. Holliday respeta a Wyatt y Wyatt respeta a Holliday y lo compadece. Son dos personas sin miedo a las que la vida ha llevado por caminos muy diferentes. Son dos magníficos ejemplos de personajes bigger than life, y es esa condición la que nos hace ver su amistad como una consecuencia lógica de sus personalidades sin par. Están ellos y luego están los demás.

Alejándose de las características propias del pistolero clásico del western que va aumentado el censo de los cementerios de los pueblos por donde pasa, el personaje de Doc Holliday llega mucho más allá.

Su profesión (¡es cirujano!), sus gustos (¡bebe champagne!), su enfermedad (tuberculosis), sus modales, su elegancia, sus aficiones, su permanente tormento interior y su buena mano con las mujeres le alejan del prototipo estándar del pistolero clásico, conformando un nuevo tipo de fuera de la ley de una complejidad nunca vista hasta entonces en el western. Es la encarnación con pistolas del héroe romántico atormentado que parece buscar la muerte con cada nuevo aliento. Por cierto, el actor que lo interpreta, Víctor Mature, sorprendente elección de Ford, era un actor bastante mediocre que hizo con ésta la mejor interpretación de su carrera. Más que un actor al uso era una presencia.

Holliday, del que no dudamos que tenga buen corazón, tiene un temperamento tal que le incapacita a vivir en sociedad. Es por ello que se mueve en el lado oscuro de la vida. Si va a tener un acceso de ira, mejor que le pille entre gentuza que entre honrados ciudadanos. Eso, sin duda, constituye un criterio bondadoso. Él se mueve en los círculos que cree merecer.

Es por este perfil de Holliday que Ford acierta de pleno con la escena del actor borracho que declama el monólogo de Hamlet (¿qué es Holliday sino un personaje shakesperiano?). Considero que merece la pena detenerse en esta escena, la mejor de una película repleta de momentos míticos. Es una escena henchida de poesía en la que se nos ofrece una valiosa información sobre los personajes.

Earp y Holliday van hacia la taberna a buscar al actor que debe hacer una representación y aún no ha aparecido por el teatro. Lo encuentran borracho como una cuba, ya que los hijos de Clanton se han dedicado a darle de beber para que actúe ante ellos como su bufón particular.

El actor, ataviado como Hamlet y en pie encima de una mesa, comienza a interpretar el archiconocido pasaje: “Ser o no ser, he aquí la cuestión...”. Por un momento, Wyatt y Holliday no intervienen, sino que se quedan escuchando. Holliday está atendiendo absorto y, en un momento determinado, el actor, bastante ebrio, le pide que continúe con el texto porque él no consigue recordarlo. Es entonces cuando Holliday prosigue el hilo del monólogo recitando con la mayor intensidad. Wyatt se queda mirándolo y en su mirada hay una mezcla de admiración e incredulidad. El recital del doctor es interrumpido por uno de sus graves ataques de tos.

En esa actitud de Holliday y en esa mirada de Wyatt es cuando más claramente se aprecian sus diferencias. Holliday es una persona culta y preparada. Wyatt, por el contario, se mueve en sociedad como pez en el agua, pero carece de la formación de Holliday. La sociedad de éste está formada por bandidos, jugadores, mujerzuelas y taberneros. Al recitar las inmortales palabras del príncipe de Dinamarca, Holliday nos está dejando muy claro que ese mundo de patanes no es el suyo.

Además, cuando Holliday desgrana el legendario monólogo nos está hablando de sí mismo, de la pérdida de todo aquello que acompaña a las personas que llevan una vida normal. Ya nunca volverá al Este. No tiene hogar. No tiene familia. No tiene amor.

Wyatt en cambio, tiene un hogar y lleva a sus hermanos consigo. Amén de que pronto comprobamos cuál es su ideal de mujer.

Y esta mujer es Clementine Carter, un antiguo amor de Holliday que ha llegado a Tombstone en su busca.

Clementine representa la pureza, la belleza, la familia, la estabilidad, la decencia, el progreso (es maestra, certero acierto de guion). De esta manera, es la antagonista total de la familia Clanton, naturales portadores de avaricia, violencia, envidia y estancamiento, figuras retrógradas que deben dar paso a gente como Wyatt y Clementine para que el salvaje Oeste deje de ser salvaje.

Es por las mencionadas virtudes de Clementine que Holliday no puede proseguir su relación con ella. Consciente como es de sus demonios, nunca consentiría verla lastimada por su causa.

Wyatt en cambio, la ve como la mujer que él y Tombstone necesitan. Guardando el respeto debido al doctor por su pasada relación, una vez que constata que ésta no va a retomarse, no duda en cortejar a Clementine, cortejo que tiene su punto álgido en la escena del baile, un pasaje de la película de gran carga simbólica.

Clementine se dirige a una celebración al aire libre motivada porque están construyendo una iglesia en el pueblo. Pregunta a Wyatt si desea acompañarla y éste accede gustoso. Él le ofrece su brazo y caminan juntos hacia el evento. Al llegar allí, da comienzo el baile. En un estupendo momento cómico de Fonda, Wyatt traga saliva mientras se piensa cómo preguntarle a Clementine si desea bailar con él. No hacen falta las palabras para que Clementine y los espectadores sepamos qué está pasando por su cabeza. Al final, reúne el valor para hacerlo, Clementine accede y los lugareños abren un corro para dejar bailar solos al sheriff y a su dama.

En esta escena no aparece Holliday. Tampoco los Clanton. Y no es por casualidad. Solo están presentes las buenas gentes del pueblo, que desean una vida en paz. En un proyecto de vida como éste, Holliday y los Clanton no tienen cabida.

El pueblo construye una iglesia (la civilización en medio del caos y representación de la colectividad), baila, se divierte y olvida por un buen rato a sus malhechores. Es significativa en este sentido la frase del diácono que abre el baile: “¡Viva la alegría!”. Con gente de la calaña de los Clanton o, por diferentes razones, Holliday, no sería posible esta alegría porque solo llevan consigo vicio, muerte y destrucción.

Sin embargo, el pueblo, pacífico por naturaleza, no se rebela contra ellos, sino que es su propia pulsión autodestructiva la que ponen fin a su criminal trayectoria.

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