Francisco Sepúlveda - Route 66, Fila7

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"ROUTE 66, FILA 7" es un viaje de cine por los grandes clásicos norteamericanos del Séptimo Arte, un recorrido que te transportará desde los años 30 hasta principios de los 60 con una revisión sentimental y emocional por todos aquellos grandes momentos que, aunque fueron ficción, siempre formarán parte de nuestra memoria.Un libro de referencia para cinéfilos y amantes del género en una declaración de amor al cine y al imaginario que lo hace posible, una defensa de los grandes clásicos frente al cine más comercial que sirva de acicate para romper el miedo de las nuevas generaciones a valorar la calidad del clásico.

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GUIÓN: Samuel G. Engel y Winston Miller

MÚSICA: Cyril Mockridge

FOTOGRAFÍA: Joseph MacDonald

PRODUCTORA: 20th Century Fox

INTÉRPRETES: Henry Fonda, Victor Mature, Walter Brennan, Linda Darnell, Ward Bond, Tim Holt.

Una película es una suma de elementos humanos y técnicos que conforman una composición artística. Son muy conocidos por el grueso de los aficionados términos tales como montaje, puesta en escena, dirección de actores, etc... Dichos términos hacen referencia a unas labores cinematográficas que en ocasiones definen por sí mismas mejor que cualquier otra cierto tipo de películas o incluso los rasgos más característicos de la obra de determinado director.

Y es así que sabemos que las escenas de persecuciones consiguen su eficacia a través de un montaje dinámico, que las películas de John Ford son un prodigio de puesta en escena o que George Cukor era un gran director de actrices.

La complejidad surge cuando el elemento diferenciador de una película está constituido por algo indefinible.

Hablamos de la atmósfera. Término ambiguo donde los haya, para que ésta se dé es necesaria una suma de elementos tales como dirección artística, fotografía, vestuario, banda sonora, puesta en escena, etc., que, en perfecto ensamblaje, construyen un algo intangible que resulta ser mucho más que la suma de las partes y es lo que le da su verdadera dimensión al film.

Es la atmósfera de “La semilla del diablo” lo que la hace tan especial y terrorífica; lo que empuja a “Eyes wide shut” a sumirnos como espectadores en un estado de confusión indefinible entre el sueño y la realidad; y lo que consigue que una película simplemente correcta como “El rey del juego” se eleve algo más por encima de sus méritos.

Confieso que he comenzado de esta manera porque, en una primera consideración, pensé que el término aludido de la atmósfera era el adecuado para definir con una sola palabra una película como “Pasión de los fuertes”. Incluso debo aclarar que al mismo tiempo que escribía esta líneas me iba viniendo a la mente otro término plenamente identificable con ésta y otras muchas obras de John Ford, como es el aliento poético.

Pero eso no sería justo, o al menos sería una apreciación ciertamente incompleta.

Sí, “Pasión de los fuertes” tiene una maravillosa atmósfera y está insuflada de un aliento poético que la recorre de principio a fin. Pero si dichos términos con los que se podrían despachar otras grandes películas se le quedan cortos a ésta en concreto, si intentamos buscar y no encontramos las palabras con las que definir lo que supone contemplar esta joya, es por una única razón: “Pasión de los fuertes” es... un milagro. Una de esas raras ocasiones en que una película trasciende el medio en que se nos muestra y se convierte en una experiencia de un lirismo arrebatado. Podemos decir, comparándola con otro grandioso western de Ford, que “La diligencia” es cine puro, mientras que “Pasión de los fuertes” es pura ensoñación.

El comienzo de la película es un ejemplo maestro de definición de personajes y presentación del conflicto, elemento absolutamente necesario en todo western que se precie, y en realidad la base de cualquier estructura dramática.

Cuatro vaqueros conducen su ganado a través de la llanura. Están sucios y con espesas barbas, lo que nos indica que llevan tiempo sin ver la civilización.

Cerca de donde se encuentran pasa una carreta con dos hombres. Uno de los vaqueros (Henry Fonda), se dirige a la carreta y le pregunta a quien lleva las riendas (Walter Brennan) si existe algún poblado cerca de allí. Éste le contesta que la ciudad de Tombstone está tras las colinas en que se encuentran e intenta convencerle para que le venda el ganado. Fonda le contesta que no le interesa. Brennan vuelve a insistir. Fonda se vuelve a negar, agradece la información y se marcha.

En la cara con que Walter Brennan (uno de los cinco mejores actores americanos) mira a Fonda mientras éste se aleja cabalgando se palpa claramente que no le ha sentado muy bien la negativa y que va a haber consecuencias.

Llega la noche, ya descansan las reses, y Fonda y dos de los vaqueros (son todos hermanos entre sí), van hacia Tombstone y dejan al cuidado del ganado a su hermano pequeño.

Nada más llegar a la ciudad, entran en la barbería, y mientras el barbero afeita a Fonda, unos disparos que vienen del otro lado de la calle alcanzan los utensilios del salón de tonsura y pasan rozando a nuestro héroe. Un indio borracho ha entrado en el saloon y está disparando a diestro y siniestro.

El sheriff, aterrorizado, se niega a intervenir y dimite. Fonda (a medio afeitar) no da crédito a lo que está viendo, así que entra en el saloon sin su revólver, golpea al indio, lo desarma y lo saca a rastras. En ese momento el alcalde le ofrece el puesto de sheriff y Fonda lo rechaza.

Los tres hermanos regresan al campamento y encuentran un panorama desolador: han robado el ganado y han matado al hermano menor (¿a que sabéis quién ha sido?). En ese momento, Fonda cabalga hacia el pueblo, despierta al alcalde y acepta el puesto de sheriff.

Al salir de casa del alcalde, se encuentra con Walter Brennan y sus hijos, se aguantan la mirada un rato y Brennan le pregunta sobre la duración de su estancia en la ciudad. Fonda, con expresión de odio contenido pero con frialdad le contesta que indefinidamente, ya que le han ofrecido trabajo como sheriff. Brennan, sabedor de que Tombstone es una ciudad sin ley, rompe a reír y le dice sardónicamente “Que tenga usted suerte, señor...” “Earp, Wyatt Earp”, contesta Fonda. Y es en ese momento cuando a Brennan se le descompone la cara y cuando el buen aficionado al western se regocija en el asiento al oír un nombre mítico como pocos en la Historia del Oeste Americano.

... Y resulta que miramos el reloj y solo han pasado doce minutos. Y no tenemos la sensación de sobredosis de información. ¿El secreto? la concisión. Una virtud que le viene de perlas al arte cinematográfico. Una virtud propia de los clásicos.

La presentación de Wyatt Earp no solo nos sirve para admirar las virtudes narrativas de un director genial, sino para volver a asombrarnos con el talento de un actor en estado de gracia: Henry Fonda (otro actor fetiche de Ford además de John Wayne: trabajaron juntos en siete películas), que compone un Earp de un atractivo irresistible.

Sus andares, sus miradas, su aplomo, sus silencios, su insultante seguridad, el sutil tono cómico en los momentos más relajados, la transmisión de una superioridad moral, el tránsito de la serenidad del hombre bueno a la rapidez del látigo cuando comienza la acción... Todo es destacable en la encarnación de Fonda, haciendo de su Earp el más carismático de los vistos en una pantalla.

No hay más que contemplar la escena de la sillita en el porche, con Fonda jugueteando a mantener el equilibrio balanceándose mientras Chihuahua (una Linda Darnell un pelín insoportable) le está increpando. O su primer encuentro con Doc Holliday (Víctor Mature) donde Fonda resuelve con elegancia la situación estando desarmado.

Este escrito podría suponer un listado de alabanzas hacia todas las escenas en que interviene Fonda, así que es hora de ir a otro asunto... Pero, una última reflexión, ¿se han dado cuenta de que Fonda mira como nadie? Si es que tienen la duda, contemplen la escena de su primer encuentro con el patriarca Clanton una vez muerto el hermano pequeño, o esa escena de fuerza arrebatadora en la que Holliday ayuda al actor borracho a continuar su declamación shakesperiana.

La película sigue el periplo de Wyatt Earp en el pueblo de Tombstone a través de cuatro relaciones. Con sus hermanos, con Doc Hollyday, con los Clanton y con Clementine Carter.

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