En los conflictos armados la red familiar y sus clientelas se alistaban militarmente, y todos ayudaban con diversas tareas, algunas simples pero importantes, como eran las comunicaciones. Varias notas muestran a los clientes sirviendo de mensajeros. Su primo Antenor Montero le escribía desde La Concepción en abril de 1860, informaba que un posta había llegado desde el Socorro con un mensaje del presidente Eustorgio Salgar, con instrucciones para que les dieran armas a todos los mayores de dieciocho años para rechazar una nueva «invasión de don Mariano [Ospina]» sobre el Estado117. Otra misiva dirigida a Milciades y a Solón, de marzo de 1859, informaba del arribo del coronel Márquez a Piedecuesta y del avance de Eusebio Mendoza desde Pamplona a Málaga, donde habrían reunido unos novecientos hombres que se dirigían a enfrentar a los federalistas en Bucaramanga118.
La red de familias de García Rovira evidentemente incidía en la gestión de clientelas, por ejemplo, en los inicios de la segunda presidencia de Wilches, cuando ya contaban con clientelas en todo el Estado; en su provincia, tanto su familia como sus amigos desde sus cargos, con cierta autoridad, recomendaban nombres y en oportunidades desautorizaban algunos. Esto se manifiesta en cartas como la enviada por Joaquín M. Espinel: «sigue para allá mi primo y pariente político Torcuato Carreño, que aunque no necesita presentación […] me tomo la libertad de manifestarle que me parece conveniente que vuelva a su puesto de jefe departamental de San José de Cúcuta»119. Espinel era su amigo, miembro de una de las familias que actuaban junto a los Wilches en la política provincial, lo que quizás explica el matiz imperativo de la carta.
La correspondencia entre Wilches y sus parientes refleja las posturas y las valoraciones frente a los sucesos políticos, como el mencionado de 1867. En los días previos la guerra parecía inminente y los jefes locales se enviaban cartas para conocer las posturas de unos y otros con el objeto de alistarse en armas. En la correspondencia antes citada, entre Wilches y su primo Joaquín, el primero calificaba como muy grave el intento de disolver el Congreso por parte del presidente Mosquera; comparaba el hecho con los sucesos de 1854, cuando el general Melo dio un golpe al presidente Obando; también con los hechos de agosto de 1828, cuando Bolívar derogó la Convención y se proclamó dictador. En su larga disertación trataba de prevenir a su primo y terminaba por dar la razón a los radicales, con un llamado a defender el poder federal120.
En 1867 los radicales temieron que los conservadores aceptaran la convocatoria del general Mosquera y que la guerra se generalizase. No estaban lejos en sus premoniciones, pues en Santander se preparaban para sumar fuerzas con los mosqueristas. Así lo ilustra una carta de Salustiano Ortiz, dirigida a Mosquera, que fue interceptada antes de que llegase a su destinatario. Ortiz, antes mencionado, era un hacendado conservador y fue jefe de las guerrillas de Málaga en la guerra del sesenta (1859-1862), y en la carta señalaba, entre otras cosas, que en la revolución de 1860 y 1861 lamentaba no haber estado del lado del general: «A quien siempre he tenido fe. […] Los vencedores gólgotas de García Rovira me dejaron en la miseria quitándome un capital de más de ochenta mil pesos». Continuaba explicando las posibilidades que tenía de reunir fuerzas para echar a los radicales del poder, y luego le informaba con detalle de las fuerzas con las que contaba el gobierno santandereano. Y finalizaba así: «Le suplico que mantenga mi carta reservada, pues si los gólgotas se llegan a enterar, me asesinarán inmediatamente, i no convendría de ninguna manera porque no podría prestar mis servicios como lo deseo»121. El que su carta repose en el archivo de Wilches evidencia que su temor y su prevención no sirvieron de nada, pues la misiva fue decomisada por los radicales.
Otra misiva de ese tenor fue enviada por el radical Celso Serna122 a Wilches desde Suratá, en la que informaba de una supuesta conspiración conservadora, que Serna deducía por el arribo a su pueblo del coronel Álvarez G.: «en Tunja se entendió con Vargas, Liévano […] aquí se ha entendido con el viejo Villareal, el Dr. Calderón i más godos». Agregaba que los godos, como denominaban a los conservadores, difundían que su partido Nacional tenía unas veinte mil armas en Antioquia y que todos los oficiales de la Guardia Colombiana estaban con ellos, etc. Por ello, Serna pensaba que se preparaban para la guerra. Y continuaba: «Él [Álvarez] lleva un muchacho zoquete, si es posible que le roben la correspondencia, si se les espera en las dos cuevas […], otros pueden tomarle una maletita forrada en cuero, sacarle los papeles y devolverla, no hay riesgo de que lleve plata […] Ud. lo vea y resuélvalo»123. Serna tenía la esperanza de que al robarles la información obtuviesen el plan de la revolución, que creía estaba a punto de iniciarse en junio de 1869, época electoral. Otra carta de Severo Olarte desde Pamplona corroboraba lo señalado por Serna. Agregaba que Álvarez Guidez era el jefe militar destinado en esa plaza, y que sabía que los de Mutiscua habían fabricado muchas lanzas y reclutado unos ciento cincuenta hombres, también que Leonardo Canal era el líder de todo, pues «su casa es un camino de hormigas, entran y salen sus adeptos»124.
Cartas como las citadas le eran enviadas a Wilches por su familia, aliados y clientes, desde varias localidades, en las que también informaban acerca de las campañas electorales, de los resultados, del “estado de la opinión”. En agosto de ese año después de las elecciones, Joaquín Calderón desde San Andrés, informó que los escrutinios en Cepitá y San Andrés los favorecían, pues finalizaba: «Milciades sale para representante»125.
Respecto a las guerras del siglo XIX se ha insistido acerca de la coerción ejercida sobre los labriegos para llevarlos a la guerra. Pero también fue significativa la presencia de voluntarios, personas que morían por defender sus pequeñas parcelas de poder en las localidades. ¿Cómo explicarlo? Ir a la guerra y triunfar representaba para ellos mantener sus cargos y el estatus, pues si después de un conflicto cambiaba el orden político local existente, los funcionarios serían otros y por consiguiente se corría el riesgo del destierro, de ser sometido a tributaciones forzadas o “voluntarias”, de expropiaciones o de sufrir la violencia directa por parte de los vencedores. Era un asunto muy serio para los jefes locales y sus clientes, una cuestión ineludible. En el caso de Wilches, los jefes de familias que lo acompañaron en las campañas electorales y que le enviaban cartas estuvieron en las batallas del sesenta (1859-1862). Esta fue la guerra fundacional de la red de los Wilches.
El apoyo en los conflictos y en las elecciones constituyó lo más demandado por Wilches. De una parte, se garantizaba el poder adquirido, y de otra, revestía los hechos de fuerza con la legitimidad de las urnas. En retribución, Wilches designaba los cargos de jueces, notarios, recolectores de hacienda, miembros del tribunal, alcaldes, jurados, juntas de hacienda y de rematadores de rentas. En su mejor época, la de su segundo gobierno (1878-1880), cuando Trujillo estaba en la presidencia de la Unión, Wilches también pudo recomendar contratos y cargos en el Gobierno central.
El fenómeno clientelista se reproducía por inercia al incentivar la retención del poder; por ejemplo, si los rematadores de aguardientes querían seguir siéndolo, debían mantener a su patrón en la presidencia, o bien en la Asamblea. Y si los clientes querían obtener un contrato de caminos, se debía dar un apoyo electoral o armado, de acuerdo con las circunstancias, y así sucesivamente con todo. Ahora bien, algunos de los contratos o prebendas de calado no eran solicitados ni entregados a medianos y pequeños clientes, sino a pares, hombres que podían inclinar la balanza de fuerzas por su capacidad económica, en una región entera. En tales casos, más que una relación clientelista, se trataba de alianzas entre patrones, donde cada uno de los actores contaba con un significativo poder social, recursos y clientelas, todo lo cual ponían a disposición de sus pares por objetivos comunes.
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