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Mis ojos no olvidarán, mientras tengan vida, la belleza del cielo y del vuelo maravilloso de las garzas. Mis oídos guardarán la música de los vientos sobre los árboles de la selva.
No te pierdas los otros libros
de la colección:
Mi planta de naranja lima
Vamos a calentar el sol
El velero de cristal
Corazón de vidrio
JOSÉ MAURO DE VASCONCELOS (Brasil, 1920-1984) es el autor del famosísimo libro Mi planta de naranja lima (1968), leído por millones de personas en todo el mundo. Su historia continúa en Vamos a calentar el sol (1974).
Proveniente de una familia muy pobre, de niño debió vivir con unos tíos y desde entonces se dedicó con el mismo entusiasmo al deporte y la literatura. Leía y escribía todos los días, sin dejar de entrenar como precoz nadador. Se convertiría en un hombre brillante, aunque muy sencillo, lejano a los saberes académicos.
Además de escritor fue entrenador de boxeo, pescador, periodista, conductor radial, pintor, modelo y actor. Obtuvo el premio Jabuti, el mayor galardón literario del Brasil. Varias de sus obras fueron llevadas al cine y la televisión. Todas ellas recrean su gran experiencia de vida, su sensibilidad hacia las personas en situación de vulnerabilidad y un profundo amor y respeto por la naturaleza.
José Mauro de Vasconcelos nació el 26 de febrero de 1920, en Bangu, Río de Janeiro. Proveniente de una familia sumamente pobre, de niño debió vivir con unos tíos en Natal, capital de Río Grande del Norte, donde pasó su infancia y su juventud. A los 9 años, el pequeño se entrenaba nadando en el río Potengi, en la misma ciudad, y soñaba con ser campeón. También le gustaba leer, principalmente las obras de Paulo Setúbal, Graciliano Ramos y José Lins do Rego; estos dos últimos, importantes autores regionalistas de la literatura brasileña.
Las actividades de la infancia de De Vasconcelos serían la base de toda su vida: el espíritu aventurero, el deporte y, al mismo tiempo, la literatura, el hábito de escribir, el cine, las artes plásticas, el teatro; la sensibilidad y el vigor físico juntos. Se convertiría en un hombre brillante, aunque muy sencillo, lejano a la Academia de Letras.
Estando aún en Natal, cursó dos años de Medicina, pero no aguantó: su personalidad inquieta lo impulsó a regresar a Río de Janeiro, a bordo de un carguero. Una sencilla valija de cartón era todo su equipaje. A partir de aquella ciudad, comenzó una peregrinación por el resto del Brasil: fue entrenador de box y estibador de banano en la capital carioca, pescador en el litoral fluminense, maestro de primaria en un centro de pescadores en Recife, mozo en San Pablo…
Toda esta experiencia, asociada a una memoria y una imaginación privilegiadas y a una enorme facilidad para contar historias, dio como resultado una obra literaria de calidad, reconocida internacionalmente: 22 libros, entre novelas y cuentos, con traducciones publicadas en Europa, los Estados Unidos, América Latina y Japón, algunos de los cuales tuvieron versiones cinematográficas y teatrales.
Su primera obra, Banana Brava (1942), retrata a un hombre embrutecido en las minas del sertón de Goiás, en el centro-oeste del Brasil. A pesar de que la novela recibió algunas críticas favorables, no tuvo éxito. Enseguida llegó Barro Blanco (1945), que tiene como telón de fondo las salinas de Macau, ciudad de Río Grande del Norte. Surgía, entonces, la vena regionalista del autor, que continuaría con Arara Vermelha , 1953; Harina huérfana ( Farinha Órfã ), 1970 y Lluvia de la noche ( Chuva Crioula ), 1972.
Su método de trabajo era peculiar: elegía los escenarios de sus historias y entonces se trasladaba allí. Antes de escribir Arara Vermelha , recorrió cerca de 3000 kilómetros a través del sertón, haciendo estudios minuciosos que serían la base de la novela. A los periodistas, les decía: “Escribo mis libros en pocos días. Pero, en compensación, paso años rumiando ideas. Escribo todo a máquina. Hago un capítulo entero y después releo lo que escribí. Escribo a cualquier hora, de día o de noche. Cuando estoy escribiendo, entro en trance. Solo paro de golpear las teclas de la máquina cuando me duelen los dedos”.
La enorme influencia que ejerció en su vida el haber convivido con los indígenas (acostumbraba a viajar al “medio de la selva” por lo menos una vez al año) no tardaría en aparecer en su obra. En 1949 publicó Lejos de la tierra ( Longe da Terra ), donde cuenta su experiencia y señala los perjuicios sobre la cultura indígena producidos por el contacto con los blancos. Fue el primero de una larga lista de libros indigenistas: Raya de fuego ( Arraia de Fogo ), 1955; Rosinha, mi canoa , 1962; El padrillo ( O Garanhão das Praias ), 1964; Las confesiones de fray Calabaza , 1966; Kuryala: capitán y carajá ( Kuryala: Capitão e Carajá ), 1979.
Dicha producción nació de una importante actividad que el aún joven escritor realizó con los hermanos Villas-Bôas, sertanistas e indigenistas brasileños, internándose en el sertón de la región de Araguaia, en el centro-oeste del Brasil. Los hermanos Villas-Bôas –Orlando, Cláudio y Leonardo– lideraron la expedición Roncador-Xingu, iniciada en 1943, que unió el Brasil interior al litoraleño. Hicieron contacto con pueblos desconocidos, cartografiaron territorios, abrieron rutas en el Brasil central.
El libro Rosinha, mi canoa , en el que contrapone la cultura del sertón primitivo a la cultura predatoria y corruptora del blanco que se dice civilizado, fue su primer gran éxito. Aunque la obra que alcanzaría el mayor reconocimiento del público llegaría seis años más tarde, con el título de Mi planta de naranja lima . Relato autobiográfico, el libro narra la historia de un niño pobre que, incomprendido, huye del mundo real a través de los senderos de la imaginación. La novela conquistó a los lectores brasileños, del extremo norte al extremo sur, y rompió todos los récords de ventas. En esa época, el escritor afirmaba: “Tengo un público que va de los 6 a los 93 años. No solo aquí, en Río de Janeiro o en San Pablo, sino en todo el Brasil. Mi libro, Rosinha, mi canoa , se utiliza en los cursos de Portugués en la Sorbona, en París”.
Lo que más impactaba a la crítica era el hecho de que el libro hubiese sido escrito en apenas 12 días. “Sin embargo, estaba dentro de mí hacía 20 años –decía De Vasconcelos–. Cuando la historia está completamente terminada en la imaginación es cuando comienzo a escribir. Recién trabajo cuando tengo la impresión de que la novela está saliendo por todos los poros del cuerpo. Entonces, surge todo a borbotones”.
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