Sara Maher - El guardián de la capa olvidada

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El guardián de la capa olvidada: краткое содержание, описание и аннотация

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Tras la abrupta vuelta del grupo a casa, Valeria se muestra reticente a regresar a Silbriar para tratar de rescatar a su hermana Lidia de nuevo. Sin embargo, cuando descubre que su padre ya conocía la existencia del mundo mágico y le entrega el diario de su madre, todo cambia. A través de sus palabras escritas, conocerá las implicaciones de su familia en la historia reciente de Silbriar. Además, los jinetes están causando estragos en el planeta, y la única forma de detenerlos es derrotando a Lorius Val. Convencidos de que solo el guardián de la capa podrá inclinar la balanza a su favor, los chicos vuelven al mundo de los cuentos con el objetivo de localizar la capa, liberarla y así encontrar a ese guardián prometido de quienes hablan las profecías. Mientras tanto, Lidia mantiene una lucha interior para no sucumbir al poder de las sombras, las cuales la tientan cada día ofreciéndole un destino inigualable. La aventura llega a su fin. El mundo mágico está abocado a una guerra donde las diferentes especies combatirán por su propia supervivencia y tratarán de no ser condenadas a la extinción. ¡Ha llegado la hora de conocer quién ocupará el trono de Silbriar!

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—¡¡Baaastaaa!! —gritó desesperada mientras rompía a llorar.

Aldin sintió lástima por ella y, aunque quiso abrazarla, la dejó marcharse acompañada de su dolor. Él volvió a tumbarse en el camastro y, tras un prolongado suspiro, continuó la lectura por la página que había marcado con anterioridad.

Tras permitir que la costurera de la bruja le hilvanase los bajos de su túnica, Lorius se acercó a la ventana, impidiendo que ella continuase con su labor. De rodillas, la mujer lo siguió sin lamentarse. De todos era conocido el carácter déspota del mago, por lo que nadie se atrevía a hablar en su presencia a menos que él te concediese permiso. Procuró mantener el pulso de la mano con firmeza y atino mientras la aguja recorría la tela satinada. No quería arriesgarse a pinchar las enclenques piernas del hechicero, pues su ira no tendría límites.

Con las manos entrelazadas a la altura de su inexistente panza, Lorius oteaba el horizonte mientras dibujaba una sonrisa victoriosa en su rostro. Las arpías habían comenzado su ataque, saqueando a los campesinos más próximos al camino del sur, buscando espías, sometiéndolos bajo su yugo y librándose de aquellos que se rebelaban contra ellas. Al mismo tiempo, los orcos despejaban el Sendero de las Piedras Silentes, haciéndose con su control. Ningún comerciante, aldeano o bandido se atrevería a tomar esa ruta si no juraba lealtad a sus nuevos soberanos. Algunos eran reclutados para hacer los trabajos más tediosos, como montar los campamentos o cocinar para el regimiento. Ni las arpías ni los orcos eran famosos por sus dotes culinarias. Esos seres horripilantes se comían cualquier bicho que se tropezase en su camino. Pero pronto sus lopiards se unirían a ellos, y a pesar de ser unos descerebrados, apreciaban la buena comida. No eran soldados que se arrojasen a un enfrentamiento con el estómago vacío. Y él debía cuidarlos, porque eran leales, combatían con garra y jamás desobedecían una orden suya.

Sí, había conseguido gracias a los cuervos de Moira hacer llegar su mensaje hasta ellos. Muchos se habían ocultado en las montañas o en los bosques más indómitos tras la desafortunada caída de la Fortaleza. La caza al lobo se había convertido en una de las aficiones más salvajes de los lugareños y, ahora, ellos se alzaban más feroces que nunca, reclamando la posición que les fue arrebatada al desaparecer su amo. Por fin Lorius había resucitado de las cenizas, y tras un tiempo sometido a las órdenes de la bruja, había llegado la hora de hacerse escuchar. En el castillo, Moira era la dueña y señora, sin embargo, fuera, su liderazgo no encontraría oposición. Deseaba con ansia partir hacia el norte, a su hogar, visitar las ruinas de su malograda escuela y acabar con todos y cada uno de sus discípulos.

No obstante, antes debía resolver un asunto que lo azoraba, el cual le creaba cierto malestar y evitaba que su felicidad fuera completa. Por eso había mandado llamar a su hijo. Debían tratar una cuestión con urgencia, pero este, evidentemente, se retrasaba. Alzó el morro y frunció el ceño, lo que ensombreció su semblante. Entonces, escuchó la puerta y, sin alterarse, le lanzó una mirada reprobatoria al causante de su indisposición matutina. Kirko presumía de una sonrisa boba pegada a su cara, se rascaba la nuca revelando su nerviosismo y mantenía sus ojos negros fuera de su alcance. Él despidió a la sirvienta con un gesto desdeñoso y esta voló hacia la salida como un pajarillo al que acabaran de abrirle la jaula.

—Siento el retraso. Me he entretenido con... —comenzó a disculparse de forma torpe.

—¡No me importa el motivo de tu tardanza! Me importa más que en los últimos meses tu disciplina esté resintiéndose. No te he educado para que seas un calzonazos, sino un hombre. —Se sacudió la túnica con esmero para deshacerse de cualquier porquería que pudiera haberle dejado las manos mugrientas de la costurera—. La reconquista ha comenzado. Y tú deberías comportarte como mi general y no como un enano de feria tratando de hacer reír a la humana. Tengo grandes planes para ti, deberías entenderlo.

—Sí, padre, no volverá a suceder.

Lorius se conformó con esa disculpa escueta. Le bastaba con observar su rostro arrepentido, gacho y privado de ese gesto bobalicón que tanto lo enervaba.

—¿Y bien? ¿Has hecho progresos con la descendiente? —le preguntó tras un largo silencio en el que reafirmó su poder.

—No está preparada —le contestó Kirko, con semblante serio.

—Habrá que darle un empujoncito.

—Ella no funciona así. —Se atrevió a desafiar a su padre con la mirada—. Es complicada, padre. Si la obligas a hacer algo, lo más probable es que consigas todo lo contrario. Todavía me habla de sus hermanas, le encanta recordar los momentos buenos que pasó con su difunta madre y sonríe cuando me nombra a sus amigos. Creo que una parte de ella echa de menos su hogar.

—¿No te ha jurado fidelidad eterna?

—Los humanos son diferentes. Lo eterno es inconsistente. Por lo que he llegado a entender, rompen sus promesas continuamente, cambian de opinión varias veces en una misma jornada, los opresores hablan de libertad y los que se llaman a sí mismos salvadores amenazan con construir muros. Luchan por unos ideales que abandonan en cuanto les surge un inconveniente, sabotean sus propios sueños y prefieren quedarse con los brazos cruzados antes que defender su criterio. Procuran mantener su apariencia limpia, mientras por detrás son capaces de cometer actos deleznables.

—No sé cómo esos parásitos no se han extinguido todavía. ¡La imagen está sobrestimada! ¿Para qué aparentar lo que no eres cuando puedes mostrarte con total transparencia? A mí me temen, y no he conseguido ese respecto regalándoles dulces a los aldeanos. Me conocen, saben quién soy y que no desistiré jamás en conseguir un Silbriar limpio, puro y justo.

—Por eso hay que darle tiempo para que conozca nuestra verdad —insistió Kirko—. Sé que abrirá los ojos.

—Está bien, hijo. —Se rascó la frente para tratar de hacer brotar una de sus ideas brillantes—. No quería cargar con ese mestizo durante el viaje, pero quizá una ejecución en la plaza principal delante de todos esos magos medrosos sea lo que necesitemos para que hinquen la rodilla ante mí. Ya sabes lo importante que es para nosotros que el vínculo se complete. Te he prometido tierras, un castillo y tu propio ejército. ¡Ven aquí! —Con rostro henchido, Kirko se acercó—. ¿Sabes por qué? ¿Quieres saber por qué hago todo esto por ti? No solo porque seas mi hijo, sino porque eres mi legado. Eres un mago de los elementos, dominas el fuego mejor que nadie, y si continuamos con nuestras clases, pronto te convertirás además en el discípulo más aventajado de la doctrina del Cosmos. Un verdadero mago no tiene que conformarse con una enseñanza, porque lo limita, y la magia no tiene por qué tener restricciones. ¡Tú eres mi futuro! ¡Y la descendencia que tengas con esa... muchacha será indestructible! ¡Mi legado!

Orgulloso, Kirko se regocijó durante unos segundos, saboreando los planes que tenía su padre para él. Podría tener su propia guardia que vigilase su castillo, gobernar en sus tierras, amar a la mujer que deseaba y formar una familia lejos de los espías de la bruja y de su propia hermana. ¡Su hermana!

—¿Y qué será de Kayla?

—Ella es una gran soldado, fuerte y voluntariosa, pero por desgracia está contaminada con la sangre de vuestra madre. Ella no regenta un elemento puro, como es el tuyo. Los rayos, aunque son potentes, son producto de la combinación resultante entre una masa de aire que choca contra el hielo, es decir, el agua. Es un elemento secundario y, por lo tanto, aunque me empeñe en adiestrarla en mi disciplina, nunca será como tú. ¡Además, tú estás destinado a una descendiente! Es normal que centre todas mis esperanzas en ti. Por supuesto, Kayla obtendrá también su recompensa. Pero no será gobernar en Silbriar.

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