Con un leve pestañeo, le indicó al guardián de la mazmorra que podía retirarse. Este le agradecía que ella se encargara de alimentar al prisionero y que, además, esperase hasta que terminase de comer. Era un tiempo precioso que él aprovechaba para estirar las piernas y cortejar a una de las doncellas más simpáticas, quien se había sumado a la servidumbre del castillo. Por esa razón, la saludó con una amplia sonrisa y le entregó el manojo de llaves. Ella no titubeó al entrar. Después aguardó unos segundos a que su vista se adaptara a la penumbra y, resuelta, se dirigió a la celda del fondo.
Distinguió al mago sentado en el borde del angosto lecho, con unos diminutos anteojos que se ajustaban a la perfección a su graciosa nariz. Estaba inmerso en la lectura de un manual para aprender a manejar la varita que ella misma había sustraído de la biblioteca de la bruja y le había proporcionado para que se entretuviera en los días más largos. Él, al advertir su presencia, arqueó las cejas con cierta indiferencia y dejó el libro en el camastro.
—¿Has descubierto dónde se encuentra Samara? —le preguntó Aldin, sin moverse de su sitio.
—Sí, está en una habitación cercana a la de la bruja. Moira pasa mucho tiempo con ella, pero no sé qué hacen en realidad. —Lidia dejó pasar la bandeja a través de la estrecha rendija situada en el suelo. —Al menos, ella tiene una cama y una ducha decentes.
—¿Has averiguado algo más? —insistió, ignorando su último comentario.
—Moira ha enviado una primera avanzadilla al sendero ese de las piedras. No sé de cuántos soldados se trata, pero están sus arpías y algunos orcos. Antes de dejar el castillo, quiere asegurarse el control del sur.
—Por supuesto, necesita el camino despejado para llegar a la capital y hacerse luego con el norte.
Lidia bajó la barbilla y observó la arena que cubría el suelo de las mazmorras. Había perdido el brillo dorado que le regalaba el sol cada mañana. Allí, entre esas cuatro paredes, parecía simple tierra, sucia y ordinaria, azotada por las sombras que habitaban en el calabozo.
—Debería comer algo —le sugirió ella—. Le conviene reponer fuerzas.
—¿Para qué?
La muchacha se sorprendió ante tal pregunta y lo miró fijamente sin saber muy bien qué responder. El mago se acercó a los barrotes que lo mantenían recluido y, con ojos compasivos, observó a la descendiente.
—¿Eres feliz, Lidia? —Ella se revolvió incómoda—. ¿No echas de menos a tu familia, a tus hermanas y a tus amigos?
—Claro que los echo de menos —le respondió con un hilo de voz apenas perceptible—. Siempre rezo para que tengan una vida feliz en la Tierra. Es lo que siempre quiso Valeria: vivir tranquila, alejada de las guerras mágicas.
—¿Y tú? ¿Es esto lo que querías? ¿Vivir en un castillo alejada de toda civilización y a merced de unos brujos despiadados? ¿Es este tu final feliz?
—No es tan malo como usted lo pinta. Quiero estar al lado de Kirko. Él me quiere y me hace reír... Y pronto dejaremos este castillo y podremos iniciar una vida juntos, lejos de su padre. Le ha dicho que nos dará unas tierras en el Valle y...
—¿A cambio de qué? —Ella volvió a mirarlo confundida—. Lorius jamás le ha regalado nada a nadie sin obtener algún beneficio. ¿Te ha contado sus planes? ¿Te ha dicho qué quiere de ti?
—No, pero Kirko no dejará que me haga daño. Él cuida de mí, me protege. No es como su padre. ¡Hay bondad en él!
—Incluso nuestras lunas brillan en la noche, pero lo hacen como reflejo de la luz del sol y no porque tengan luz propia. —Aldin cogió la bandeja y se retiró en silencio. Se sentó de nuevo en el lecho y comenzó a degustar el insulso puré.
Molesta, Lidia caminó en círculos para desahogar su frustración mientras le propinaba puntapiés a la dichosa arena que ensuciaba sus zapatos. La golpeó hasta dejar desnudo el suelo. De reojo, observaba cómo el mago tomaba pequeños bocados de la asquerosa comida y los masticaba con lentitud, deleitándose con su repulsivo sabor. Mientras, ensimismado, leía otra página del libro. Su actitud la desesperó hasta tal punto que emitió un bufido sonoro que no llegó a alterar el semblante del mago.
—¡Podrían haberle matado! ¿Sabe? Si por ellos fueran, usted no sería ahora un prisionero; le habrían asesinado nada más capturarlo. Pero hablé con Kirko, le supliqué por su vida y él habló con su padre. ¡Por eso está usted vivo! ¡No todo en esta vida es blanco o negro! Eso me enseñó mi padre. Hay un abanico de colores ahí fuera. Y aunque usted no pueda verlo, Kirko no es oscuro.
El señor Moné apartó la bandeja y clavó sus ojos olivastros en el rostro afectado de la muchacha.
—Tienes razón. —Asintió con una tranquilidad pasmosa—. No todo es blanco y negro, existen los matices, y nosotros somos los primeros responsables de nuestras elecciones. Pero, en la magia, todo es diferente. Jugar con los grises puede conducirte a las sombras.
—No sé si entiendo lo que quiere decirme.
—Querida niña, voy a confesarte algo que me inquieta. —Se acercó de nuevo a ella y le tendió la mano a través de los barrotes. Ella dudó un instante, pero después la aceptó de buen grado—. Estoy vivo. No porque hayas intercedido por mí, no porque ellos hayan querido concederte ese deseo. Lo estoy porque están esperando a que mi verdugo se presente. ¡Y esa, mi valiente alumna, eres tú!
Espantada, retiró la mano y retrocedió unos pasos.
—¿Qué? —soltó de forma autómata.
—Lidia, para que el vínculo sea indestructible, tienes que romper su último sello. Ya has entregado tu corazón, pero Lorius necesita tu alma. ¡Una auténtica transformación! Para ello, debes ser tú la que acabe con mi vida.
—¡Eso no es verdad! ¡Está mintiéndome! —le reprochó afectada.
—Mi niña, sabes que no. Yo no te mentiría jamás. —Aldin observó el disgusto que apareció en su rostro y se compadeció de ella—. ¿Por qué insistes en venir a verme, en traerme casi a diario la comida, si ya has tomado una decisión? ¿No es eso lo que me has dicho? ¿Que tu destino está junto a Kirko? Para conseguirlo, debes cometer un acto vil. ¡Tú tienes que ejecutarme!
Ella se llevó la mano al vientre y lo presionó para mitigar el dolor punzante que de repente brotó de él. No lo soportaba. Un inmenso agujero se abría en su estómago y no lo aguantaba más. Apenas la dejaba respirar. Tenía que retomar el control de su cuerpo como fuese. Se apoyó en la celda que estaba a su espalda y se aferró a los barrotes para no caer. ¿Por qué el señor Moné estaba manipulándola? ¿Por qué le contaba esas mentiras? Ella había cuidado de él desde el primer momento que fue encerrado. Le ofrecía libros para que no se aburriera, procuraba ser ella la que le llevase la comida, y por todo eso arriesgaba su vida. ¿Acaso el mago no valoraba su constante sacrificio? Cada vez que iba a visitarlo, debía comprobar primero que tanto Moria como Lorius estuviesen inmersos en sus tareas, y despistaba a Kirko diciéndole que necesitaba estar a solas. ¿Por qué el señor Moné estaba siendo tan cruel con ella? ¿Es que no conocía las profecías? ¡Su corazón pertenecía a Kirko! Y aunque luchó contra ese sentimiento durante mucho tiempo, tuvo que rendirse. ¡Su amor ya estaba escrito incluso antes de que ella naciera!
—Yo no... —Se esforzaba en emitir algún sonido, pero la voz se le quebraba en cuanto una palabra conseguía abandonar sus labios—. Las profecías...
—Las profecías solo son una orientación, no una realidad —le explicó con tono benévolo—. Por eso, por cada anunciamiento oscuro que florece, hay uno blanco que puede contrarrestarlo. Tú eres muy inteligente, Lidia. Y me lo has recordado antes con astucia. ¡Nosotros tomamos nuestras propias decisiones, y son estas las que inclinan la balanza hacia un lado u otro! —Ella lo miraba con ojos húmedos—. De entre todas las frutas que había en el cesto, tú escogiste la manzana. En el poblado de los gnomos, Kirko pudo matarte, pero decidió darte un beso. Y cuando tuviste la oportunidad, tú optaste por no matarlo. Es más, pudiste volver con tus hermanas, pero elegiste quedarte con él. ¿No lo ves, mi niña? Tus elecciones han hecho que la balanza se incline a favor de Lorius. ¿Y piensas que esto no trae consecuencias? ¿Qué crees que pasará cuando la bruja y ese demente lleguen a la capital? ¿De verdad supones que meterá a Bibolum, a Libélula y a todos los que han luchado por un Silbriar libre en la cárcel, como a mí? ¿Y que así tú podrás tener esa casa junto al lago con Kirko, alejados de la guerra? ¿Cerrarás los ojos cuando exterminen a cientos de inocentes? ¿Te taparás los oídos cuando escuches los lamentos? ¿Seguirás diciéndome entonces que todo es por amor?
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