Hablando la gente se entiende y si lo hace la gente, ¿cómo no lo vamos a hacer dos mejores amigas?
Escucho el primer tono y mi corazón de acelera. Espero que atienda. Espero que...
L lamada terminada.
Eso no logra calmarme mucho, Valen nunca apaga su celular. ¿Habrá bloqueado mi número? Quizás no quiere hablar conmigo o quizás sigue con su novio, después de todo, son las cuatro de la mañana. Me llama la atención que no haya dejado su celular cargando.
Algo no me termina de cerrar.
Abro WhatsApp para escribirle, pero mis pestañas ya se sienten muy pesadas, mi cabeza muy cómoda en la almohada y la batería de mi celular... muerta. Tal vez no sea una buena idea. Me estiro hacia la mesa de noche, lo enchufo y, mientras resucita, me sumerjo en un mundo de sombras, voces graves, susurros y una luz roja que se desvanece con cada latido.
La alarma me despierta a las seis de la mañana. Por más que dormí un par de horas, se siente como si hubiese estado atrapada en mi subconsciente por días y aun así no hubiese descansado ni un minuto. Quiero volver a tratar de dormir, pero en lugar de eso, tomo mi celular para apagar el pitido y lo reviso.
Esto sí que no lo esperaba. Tengo alrededor de diez llamadas perdidas de Valentina.
Inmediatamente me siento en la cama y la llamo.
Suena el tono.
Una vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
Hasta que contesta.
–Hola... ¿Mica? –su voz hace ambas cosas, alivia y altera cada célula de mi cuerpo.
No la oigo bien.
–Valen, ¿pasó algo? –si esto lo hubiese dicho ayer me sentiría una tonta, pero la conozco muy bien y me da la sensación de que está viviendo una urgencia. Me necesita, sino no me hubiese llamado tantas veces. No importa lo que haya pasado entre nosotras, puede esperar y, si fuese sobre eso, mejor hablarlo ahora.
–Sí. Valen, yo... No sé. No sé qué hacer –escucho que su voz tiembla, creo que está llorando.
El audio no es bueno. Aguzo el oído.
–¿Es Tomás? –me adelanto a preguntar–. ¿Te hizo algo? ¿Estás bien?
–No… Sí. No sé, Mica. No puedo, perdón.
–¿Qué pasa, Valen? Por favor, dime, ¿dónde estás?
–Yo –su voz se escucha aguda y entrecortada. Se traga sus mocos y llora mientras habla–. No quise que sea así. No quiero que pase nada de esto, fue todo muy rápido.
–Sí, te entiendo –le digo calmándome–. Yo tampoco quise que se diera así, no quiero que cambien las cosas entre nosotras.
–No, Mica, no entiendes –me dice pasándome por encima.
N o entiendes.
Lo que no entiendo es cómo se atreve a decirme eso. Como si yo fuese la que hace ojos ciegos a lo que pasó entre nosotras. Trato de mantener la paciencia.
–Escúchame, toma aire. Si es por nosotras, creo que deberíamos hablarlo en persona, tranquilas. Va a estar todo bien...
–NO. NO VA A ESTAR TODO BIEN, MICA, NO HAY VUELTA ATRÁS. ESTA VEZ NO.
N o hay vuelta atrás.
–No me grites, lo vamos a solucionar. Yo...
Intento hablarle, pero del otro lado de la línea solo llegan gritos.
–NO QUIERO, MICA. NO QUIERO. NO QUIERO. NO QUIERO. NO VOY A PODER.
Creo que ya ni me escucha. Sus gritos se quiebran y hacen ecos como si estuviese encerrada en su baño
–Valen, cálmate. Trata de bajar un cambio. Sí que te entiendo.
–NO, MICA. NO ES LO QUE PIENSAS.
–Estamos juntas en esto.
–NO, ESTOY SOLA.
Ya está, se me acabó la paciencia. Si ella me grita, yo también.
–¿QUÉ? ¿QUÉ ES ENTONCES? ¿QUÉ PASA?
–NO QUIERO HABLAR –repite a los gritos–. NO VAS A ENTENDER.
–¿QUÉ? ¿QUÉ NO VOY A ENTENDER AHORA?
–MICA, ESTOY EMBARAZADA.
Mis pies juegan con la tibia arena. Levanto la vista hacia el cielo y ahí, al final del mar, encuentro una explosión de colores donde los últimos rayos de sol ayudan a secar mis lágrimas.
Tengo mi cabeza apoyada en su hombro, sus brazos abrazando los míos. Ambos sabíamos que este día iba a llegar, pero incluso esta mañana parecía tan lejano. Similar a quien se imagina el fin del mundo y piensa que aún queda una eternidad para alcanzar sus metas y que, por eso, pospone su trabajo por dormir en sueños que saben a fantasía.
Siento su voz susurrándome al oído que me ama, pero ya es hora de no hacerle caso. Mentirme a mí mismo para no volver a sufrir vuelve a ser otra vez mi única salida. Nos ponemos de pie lentamente. Demoramos incluso en quitarnos la arena de nuestras ropas solo para estar juntos por un par de segundos más. Finalmente nos enfrentamos y nuestras miradas se encuentran, guardando el secreto más grande que jamás hemos vivido.
Nuestros labios se unen por última vez. El gusto salado de la brisa del mar en su boca, la calidez de sus brazos recorriendo mi espalda y el sonido de las olas rompiendo en la orilla componen esa combinación tan peligrosamente hermosa que durante este último verano sentí como mi hogar.
Al separarnos, me muerdo los labios mientras más lágrimas recorren mi cara. Le doy un apretón en la mano, él me lo devuelve. Estamos juntos en esto a pesar de que nuestros destinos nos distancien. Nos hacen pedazos, pero en el fondo sabemos que entre los dos podremos repararnos. Algún día, quizás.
–Nunca te voy a olvidar –me susurra al oído.
Sé que yo tampoco lo haré, pero ojalá algún día pueda. Ojalá algún día pueda borrar de mi cabeza al único chico del cual me enamoré durante unas vacaciones de verano tan improvisadas que estuvieron a nada de no llegar a ser. A tan poco de no haber sido todo.
Ahora me pregunto si de verdad hubiese sentido tal atracción por alguien así de no haberme encontrado con él. De no haberme animado a tocar su mano durante esa fiesta. De no haberlo abrazado por más tiempo de lo normal aquella tarde. De no haberme animado a darle un beso en aquel bosque. Zambullidos en la oscuridad y en nuestros cuerpos.
Trago saliva. Las palabras salen de mí entrecortadas, demasiado amargas. No quiero despedirme, pero tomo fuerzas y lo hago. Todo avanza, el tiempo pasa. Inconscientemente, trato de aferrarme a esa esperanza que grita dentro de mí que, cuando el mar se entibie otra vez, lo volveré a ver.
Nuestras manos se desenlazan, pero nuestras miradas no. A medida que lo veo caminar cuesta arriba, sus huellas marcadas en la arena, siento como todo se nubla a mi alrededor. Al ver sus rizos desaparecer, mi mundo se emborrona. Por unos segundos me cuesta respirar y los colores se confunden. Mi cuerpo se desploma en la arena húmeda por el rocío mientras mi vista se pierde en las primeras estrellas. Sopla el viento y empieza a hacer frío, lo noto allí donde sus brazos me tocaban.
Si cierro los ojos y nublo mi mente, todo sigue igual. El romper de las olas. El ulular de los búhos. El aire fresco que corre a orillas del mar. Los ruidos agudos de los grillos. Solo falta él. Faltan nuestras charlas hasta que salga el sol. Faltan nuestras manos rozándose entre la arena. Nuestras risas interminables. Sus cosquillas. La fogata que se apaga. Su perfume en mi campera. El verano por delante. Los besos. Su tacto.
Falta esa magia.
Solo espero algún día volverla a encontrar.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Читать дальше