Jessica Hart - Noches en el desierto

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Claudia intentaba no deprimirse pensando en las cosas buenas que pudieran aportarle los treinta, mientras se acomodaba en el avión, dispuesta a emprender un largo viaje para celebrar su cumpleaños. Y su compañero de asiento, David Stirling, desde luego no era la mejor compañía.
Pero tenían que hacer el viaje juntos, les gustara o no. Peor todavía, en las dos semanas siguientes tendrían que fingir ser marido y mujer.
La situación no era la ideal, pero tenían algo en común: él iba a cumplir años también, cuarenta, y tampoco estaba tan mal físicamente.

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Jessica Hart Noches en el desierto Título Original Birthday bride 1998 - фото 1

Jessica Hart

Noches en el desierto

Título Original: Birthday bride (1998)

CAPÍTULO 1

¡OTRA VEZ esa mujer! La boca de David esbozó una mueca de disgusto, al tiempo que la observaba avanzar, mirando el número de su asiento en la tarjeta de embarque. Era alta y delgada, con el cabello rubio ceniza y un aire de seguridad que la impedía darse cuenta de que estaba bloqueando el pasillo con el equipaje. Al conocerla, le pareció tonta y superficial y, en ese momento, le estaba poniendo nervioso. Su arrogancia le recordaba demasiado amargamente a Alix.

Desde luego era guapa, admitió David para sí, si te gustaba ese aire inteligente y superior. Él prefería las mujeres de rostro dulce y vestir femenino. Ella iba vestida con indudable elegancia y colores neutros: unos pantalones, una blusa de seda y una chaqueta ancha sobre los hombros. Tendría un aspecto mucho más delicado con un vestido bonito, pensó David, aunque si se parecía un poco a Alix, delicado sería una palabra no muy indicada para describirla.

La mujer seguía revisando los números iluminados y David miró al lugar vacío que había a su lado con una repentino presentimiento. Miró hacia arriba justo cuando los ojos de ella miraban hacia abajo, y ambas miradas se encontraron como reconociéndose. Entonces, él notó, esbozando una mueca casi divertida, que a ella tampoco le alegraba a sentarse a su lado.

No “alegrarse” era demasiado suave, Claudia estaba consternada. Después de una mañana de trabajo frenético y un caótico viaje al aeropuerto para tomar el vuelo de las siete desde Londres, no sólo tenía que tomar un avión que parecía pegado con pegamento y atado con cuerdas, también tenía que sentarse con aquel hombre sarcástico que la había hecho sentirse como una estúpida en Heathrow.

Por un momento, Claudia consideró la idea de pedir a la azafata que le cambiara el asiento, pero parecía que el avión iba bastante lleno y estaba segura de que el hombre sabía el número que había impreso en su tarjeta. Si se daba cuenta de que ella quería cambiarse, pensaría que le daba vergüenza sentarse a su lado y Claudia no tenía intención de darle aquella satisfacción.

De todas maneras, ¿por qué iba a dejarse intimidar por él? Aquel hombre parecía un ejecutivo sin ningún encanto y sin sentido del humor. Lo que tenía que hacer era simplemente ignorarlo.

La muchacha se sujetó más firmemente la bolsa sobre el hombro y miró el número. No se había equivocado, el asiento de al lado del hombre era el 12B. Justo cuando iba a pasar, en completo silencio, el hombre sacó unos documentos y enterró la cabeza en ellos. ¡Desde luego, no podía haber dejado más claro que pensaba ignorarla!

Los labios de Claudia formaron una línea apretada. Había algo en aquel hombre que la inquietaba. ¡Además, era ella quien quería ignorarlo! Pero no, pensó enseguida, sería mucho más divertido molestarlo. Después de dos horas y media de conversación frívola y superficial, el hombre iba a lamentar haber abierto la boca en Heathrow.

La idea hizo que los labios de Claudia se curvaran en una sonrisa de satisfacción. Después de todo, quizá disfrutara de aquel vuelo.

– ¡Hola otra vez! -dijo alegremente, sentándose al lado del hombre.

David, desconfiando de aquella sonrisa, hizo un gesto brusco con la cabeza y dijo algo entre dientes, antes de concentrarse de nuevo en la lectura. ¿Cómo podía ser tan descarada?

– ¡Vaya coincidencia que nos toque juntos! -continuó la muchacha, con voz animada-. No me di cuenta que también iba a Telama'an.

Claudia se inclinó hacia delante para colocar el bolso bajo el asiento y David fue consciente del perfume que emanaba su pelo rubio.

– ¿Por qué iba a saberlo? -respondió el hombre irritado, con la vista fija en el informe.

Pero Claudia, encantada al ver que la barbilla del hombre se tensaba más por la irritación, se negó a darse por aludida.

– Creí que se quedaría en Dubai -replicó-. Ya sabe, es divertido imaginar los destinos de los compañeros de viaje.

– No -dijo él.

Ella fingió ignorarlo.

– Sencillamente no le imaginaba en un lugar como Shofrar -declaró, recostándose en el asiento y mirándolo provocativamente.

– ¿Y por qué no? -replicó, a pesar de que seguía sin querer hablar con ella.

– Bueno, Shofrar parece un lugar tan excitante… – dijo la muchacha, felicitándose a sí misma por su estrategia, más divertida que un silencio incómodo y frío.

– ¿Por qué no dice abiertamente que piensa que soy una persona demasiado aburrida para ir allí?

– ¡Oh! No quería decir eso -exclamó, abriendo mucho los ojos.

David cometió el error de mirar dentro de aquellos ojos y descubrió que eran enormes y de un color extraño entre el azul y el gris.

– Es sólo que Shofrar parece muy primitivo y subdesarrollado, un lugar romántico -replicó. El hombre consiguió apartar la vista-. Cuando lo vi en Heathrow, pensé que parecía demasiado convencional para el país -Claudia en ese momento se tapó la boca con la mano, como si hubiera dicho algo sin pensar-. ¡Oh, cielos! Creo que he sido un poco grosera, ¿no? No era mi intención -mintió-. Diré mejor que parecía una persona estabilizada y de confianza. Usted parece el tipo de hombre que nunca daría a su esposa un motivo de preocupación y que siempre que fuera a llegar tarde la llamaría.

David se sintió irrazonablemente molesto por aquellas virtudes. Estabilidad y confianza siempre fueron cualidades para él valiosas, pero en boca de aquella mujer sonaban a aburridas y estúpidas.

– No tengo esposa. Y puede que le interese saber que he viajado muchas veces a Shofrar, seguramente mucho más que usted. Le diré más: no es un lugar romántico, es duro. Hace mucho calor y es poco fértil, con pocas comunicaciones y sin facilidades para los turistas. Usted es quien va a sentirse fuera de lugar en Telama'an, no yo. Puede que parezca convencional, pero conozco el desierto y estoy acostumbrado a sus condiciones. Usted es demasiado caprichosa. ¡Oh, cielos! Eso ha sido un poco grosero, ¿verdad? -dijo, imitándola-. Me refiero a caprichosa por su lujoso estilo de vida, eso es todo. Creo que va a Telama'an porque cree que va a encontrar algo fantástico.

– ¿De verdad? -fue entonces cuando le tocó el turno de enfadarse a ella y lo miró con el ceño fruncido- ¿Y qué le hace pensar que no he estado en Telama'an nunca?

– He visto su bolsa de viaje -explicó David, haciendo un gesto hacia debajo del asiento-. Nadie que haya estado en el desierto llevaría la mitad de lo que usted lleva.

Claudia se mordió el labio. Estaba empezando a lamentar haber provocado a aquel hombre. ¿Por qué no era un hombre educado y sensible? ¿Por qué no olvidaba el desagradable incidente de Heathrow?

Había habido retraso en el vuelo y los otros pasajeros estaban dando vueltas y quejándose. Los bebés lloraban, los niños se pegaban y los empleados del aeropuerto no paraban de gritarse órdenes con sus aparatos de transmisión, pero el hombre que estaba sentado frente a ella estaba leyendo con una tranquilidad y concentración increíbles.

Era castaño de pelo y tenía uno de esos rostros austeros que no decían nada, pero Claudia, fascinada por su aspecto frío y contenido, había descubierto en él cierto atractivo. Claudia estaba secretamente avergonzada por el hecho de que los viajes la pusieran tan nerviosa. Pensaba que con su edad, veintinueve años, tenía que estar curada de despegues y aterrizajes de aviones. Y, aunque intentaba mantener la compostura por sí misma, descubrió que le daba seguridad mirar a aquel hombre que parecía trabajar tan tranquilo y completamente ajeno al caos que los envolvía.

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