Jessica Hart - Noches en el desierto

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Claudia intentaba no deprimirse pensando en las cosas buenas que pudieran aportarle los treinta, mientras se acomodaba en el avión, dispuesta a emprender un largo viaje para celebrar su cumpleaños. Y su compañero de asiento, David Stirling, desde luego no era la mejor compañía.
Pero tenían que hacer el viaje juntos, les gustara o no. Peor todavía, en las dos semanas siguientes tendrían que fingir ser marido y mujer.
La situación no era la ideal, pero tenían algo en común: él iba a cumplir años también, cuarenta, y tampoco estaba tan mal físicamente.

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– Oh, no. Sé exactamente quién será él. La echadora de cartas me dijo que las letras J y D serían muy importantes, así que estoy segura de que lo reconoceré enseguida. Lucy va a hacer una fiesta para que lo conozca en mi cumpleaños, de manera que tengo que estar allí pasado mañana.

– No va a decirme que Lucy cree esas estupideces. Siempre creí que era una mujer inteligente.

– Estaba allí cuando la echadora de cartas me lo dijo -respondió solemnemente-. Teníamos sólo catorce años y la impresionó bastante -añadió, omitiendo el hecho de que ambas habían estallado en carcajadas y que Lucy se había estado riendo de ella porque tenía que esperar a cumplir los treinta.

A los catorce, los treinta resultan muy lejanos. Ella nunca había imaginado llegar a envejecer tanto, o que pudiera casarse alguien a esa edad. Cuando había conocido a Michael, incluso había bromeado con Lucy acerca de la falsa echadora de cartas.

Pero Michael no había querido comprometerse al final, o por lo menos no con ella, y allí estaba con casi treinta años y tan solitaria como la adivinadora había predicho.

– ¡No puedes pasarte el día de tu treinta cumpleaños sola! -le había dicho Lucy, cuando Claudia la había llamado para decirle que su relación con Michael había terminado.

– Estoy tan triste que no me importa nada -había respondido Claudia-. No quiero hacer una fiesta donde todo el mundo se compadezca de mí.

– Ven entonces a Shofrar -le ofreció Lucy-. Aquí nadie sabrá nada de Michael y podrás mostrarte como quieras. Será estupendo, haremos una fiesta el día de tu cumpleaños y conocerás a Justin Darke.

– ¿Justin qué?

– Justin Darke. Es un arquitecto americano que trabaja con Patrick y que es increíblemente guapo. ¡Te hablo de alguien impresionante, Claudia! Nada más conocerlo pensé que era perfecto para ti… mucho mejor que ese crápula de Michael. Este arquitecto es guapísimo, cariñoso, sincero, soltero… ¿qué más quieres?

– Debe de haber algún fallo -contestó Claudia, cuya experiencia con el sexo masculino la habían convertido en una persona bastante escéptica. Los hombres guapos, cariñosos y sinceros no iban por ahí solteros sin ningún motivo.

– ¡Pero es que no hay fallos! Es un tipo estupendo -insistió Lucy-. Y sé que le gustarás tú. Le enseñé una foto el otro día y dijo que parecías muy atractiva.

– No me siento muy atractiva en este momento.

– Sólo necesitas a alguien que te suba un poco la moral… y Justin es tan encantador que será imposible que no te sientas mucho mejor.

A Claudia comenzó a gustarle la idea.

– Me imagino que me vendrá bien cambiar de aires.

– Claro que sí. Un cambio de escenario, un hombre atractivo… no volverás a acordarte de Michael -rió Lucy-. ¿Te acuerdas de la adivinadora, Claudia? ¿Te acuerdas lo que dijo de la arena y las iniciales y lo de cumplir treinta años? Desde luego aquí hay mucha arena y las iniciales de Justin son J y D…

– ¿Y voy a tener treinta años? ¡No me lo recuerdes!

– Piensa un poco, ésta es la oportunidad de conocer tu destino -terminó Lucy dramáticamente. Ambas rieron.

– No pensaré en nada. Después de este último año con Michael, lo que menos me importa es mi destino. Simplemente iré a pasármelo bien.

No fue fácil conseguir dos semanas libres en aquella época del año, pero cuando Claudia tomaba una decisión, conseguía su propósito. Al día siguiente sacó el billete. Desde entonces todo parecía irle mal, pero Claudia apretaba los dientes y se decía a sí misma que merecía la pena el viaje sólo por dar un abrazo a Lucy. Iba a pasárselo bien en Telama'an aunque le costara la vida… ¡Y mientras tanto iba a disfrutar molestando a David Stirling!

– ¿Ha hecho todo el viaje para conocer a un hombre que espera tenga las iniciales correctas?

– ¿Por qué no? -preguntó, con los ojos brillantes.

– Bueno, al verla viajar sola supuse que era inteligente, aunque lo disimulara -dijo cáusticamente David-. ¡Nadie tan desesperado como usted viajaría a Telama'an sin una buena razón!

Claudia pensaba que estar un tiempo al sol y divertirse eran razones suficientes para ir a cualquier lugar, sobre todo después de aquel año horroroso, pero eso no era asunto de David Stirling.

– No lo entiende -añadió dramáticamente-. ¡Estoy en un punto crucial de mi vida! Voy a cumplir treinta años mañana y no puedo seguir con la vida que he llevado hasta ahora. ¡Tengo que darme una oportunidad!

– ¿Qué oportunidad?

– Encontrar a mi media naranja, por supuesto. J.D. está esperándome en el desierto… lo sé. Lo único que tengo que hacer es llegar hasta él.

David hizo una mueca.

– ¿J.D.? Seguramente Lucy ha buscado a alguien con esas iniciales.

– Puede.

– ¿Quién? ¿Jack Davis? Está casado. ¿Jim Denby? No creo. ¡Ah! ¡Justin Darke! -exclamó súbitamente. ¿Cómo no había pensado en él?

– Mis labios están sellados -dijo Claudia, dándose cuenta de repente que en su decisión por molestar a David Stirling corría el riesgo de avergonzar al amigo americano de Lucy.

David notó la vacilación en los ojos de Claudia y sacó sus propias conclusiones. Justin Darke era suficientemente guapo, pero no era el adecuado para una mujer como Claudia Cook, de eso estaba seguro. ¿Sabría lo que Lucy y Claudia había planeado para él? La primera cosa que haría al llegar a Telama'an sería advertir a Justin, aunque había una firmeza en la actitud de Claudia que haría falta más que un consejo de amigo para detenerla.

David hizo un gesto con la cabeza.

– ¡Pobre Justin!

– No sé de qué está hablando -mintió Claudia-. Y, en cualquier caso, si supiera a quién voy a conocer se estropearía todo. Lo único que sé es que voy a una fiesta mañana por la noche, el resto lo dejo en manos del destino.

CAPÍTULO 2

– PARECE que mañana le espera un día muy duro. No sólo tendrá que cumplir treinta años, sino que se habrá de encontrar con su destino -dijo David, con tono sarcástico.

Claudia lo miró con un brillo peligroso en los ojos.

– ¿Pero es que no se da cuenta de que ambas cosas están ligadas? Los treinta años suponen una encrucijada en la vida de cualquier persona. ¿O no es así?

– ¿Lo es?

– ¡Claro que sí! Es el momento de decidir lo que uno quiere eliminar de su vida, es el momento de cambiar de dirección, el momento de dejar de ser joven y afrontar la madurez.

– ¿Sabe usted una cosa? Que lo más difícil de creer es que vaya a cumplir treinta años mañana.

Claudia se quedó sorprendida. Sabía que se conservaba muy bien, pero no se esperaba un cumplido de ese hombre. Quizá debería de haber intentado flirtear con él, después de todo.

– Gracias…

– Porque -la interrumpió David- nunca pensé que nadie que pasara de los cinco años pudiera hablar con tal falta de conocimiento.

¡Se acabaron los cumplidos! Claudia lo miró fijamente, tratando de controlarse.

– Supongo que usted no tuvo ninguna crisis a los treinta… ¿O quizá es que ese día está tan lejano que no puede acordarse? -añadió con rencor.

– Estaba demasiado ocupado para tener ninguna crisis.

– Bueno, espere a tener cincuenta. Entonces se dará cuenta de que siempre ha estado tan ocupado trabajando que nunca se ha parado a pensar por qué lo hace. Y quizá ese día también descubra que ya es demasiado tarde para hacer nada al respecto. ¡Entonces estará en crisis!

– Es posible -dijo David, disgustado con lo que ella le acababa de decir-, pero no tengo intención de preocuparme ahora por eso. Además, todavía no he cumplido ni los cuarenta. Me queda un mes para vérmelas con esa crisis.

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