Jessica Hart - Noches en el desierto

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Claudia intentaba no deprimirse pensando en las cosas buenas que pudieran aportarle los treinta, mientras se acomodaba en el avión, dispuesta a emprender un largo viaje para celebrar su cumpleaños. Y su compañero de asiento, David Stirling, desde luego no era la mejor compañía.
Pero tenían que hacer el viaje juntos, les gustara o no. Peor todavía, en las dos semanas siguientes tendrían que fingir ser marido y mujer.
La situación no era la ideal, pero tenían algo en común: él iba a cumplir años también, cuarenta, y tampoco estaba tan mal físicamente.

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– Creo que es bastante improbable que haya un servicio entre este lugar y Telama'an. Recuerda que el avión se ha desviado para aterrizar aquí.

– ¿Un taxi entonces?

– Esto no es Piccadilly, Claudia. No puedes llamar a un taxi para que te saque del desierto. Por aquí no hay ni siquiera carreteras.

– Lo que no comprendo es cómo puedes quedarte ahí sin hacer nada.

David miró hacia abajo. Le gustaba esa mujer cuando se enfadaba.

– No creo que poniéndome histérico, como es habitual en ti ante el más pequeño percance, consiga hacer aparecer un avión -replicó él.

– ¿Quieres decir que no vas a hacer nada? -preguntó disgustada-. ¿Y qué pasa con tu reunión? Creí que tenías la misma necesidad de ir a Telama'an que yo.

– Tengo la intención de ir tan pronto como sea posible -respondió, con mirada fría-. Si fueras capaz de callarte y escuchar, me habrías oído decir que voy a intentar conseguir un vehículo. Dudo que se pueda alquilar uno por aquí, pero puede que sea posible comprarlo.

– ¿Comprar un coche? Pero…

– ¿Pero qué?

– Bueno… No se puede cruzar el desierto en un coche, ¿no?

– Se puede si sabes lo que estás haciendo y, afortunadamente, yo lo sé. He pasado temporadas en Shofrar y puedo llegar a Telama'an solo.

¿Había dicho la última palabra con deliberado énfasis? Claudia comenzó a jugar con su anillo, mientras comenzaba a arrepentirse de la rapidez con la que había juzgado la actitud de él.

– No llevo mucho dinero encima -dijo la mujer-. Pero si me llevas contigo, estoy segura de que Patrick te dará la mitad del coste. Yo le pagaría cuando volviera a Londres. Si aceptases que te acompañe, te estaría muy agradecida -añadió incómoda.

Desde luego tenía unos ojos maravillosos, pensó David. Eran de un color entre el azul y el gris; un color como de humo suave y profundo, como una luz sobre las montañas. Un tipo de ojos donde era fácil que los hombres se perdieran. Unos ojos que podían hacer que se olvidara de respirar.

David apartó la mirada. Claudia era el tipo de mujer que le desagradaba por completo. Era estúpida y superficial, le había molestado y exasperado deliberadamente para provocarlo y sabía perfectamente que era capaz de asesinarla antes de llegar a Telama'an. Que tuviera unos ojos que quitaban el aliento no era razón suficiente para que la llevara con él. Si fuera sensato diría que no.

– De acuerdo -aceptó enfadado-. ¡Pero no quiero quejas! Será un viaje duro, y si empiezas a gemir y a quejarte, te sacaré del coche y te irás andando.

– ¡Gracias! -el rostro de Claudia se iluminó con una sonrisa que provocó un nudo en la garganta de David. No la había visto sonreír y le sorprendió descubrir cómo iluminaba su rostro y hacía más profundo el azul de sus ojos-. No lo lamentarás -prometió-. No te molestaré. Haré todo lo que tú digas.

– ¡Eso sólo podré creerlo cuando lo vea! -dijo David, metiéndose las manos en los bolsillos y frunciendo el ceño, enfadado por su propia reacción.

Maldita sea, lo último que necesitaba en ese momento era darse cuenta de lo joven, encantadora y guapa que era esa mujer cuando sonreía. La reunión de Telama'an era fundamental para el futuro de la firma y era eso en lo que tenía que concentrarse, no en ojos bonitos y sonrisas inesperadas.

– Iré a ver qué encuentro -añadió bruscamente-. Quédate aquí.

– De acuerdo -Claudia estaba tan contenta por la decisión de él, que no se dio cuenta del tono brusco.

Por un momento había creído que iba a negarse a llevarla, y en realidad, no habría podido culparlo. El comienzo de su relación no había sido maravilloso precisamente. Pero, desde ese momento, la relación iba a mejorar sensiblemente.

Esperó obedientemente hasta que David volvió, pero nada más ver su cara supo que no había tenido éxito.

– He hablado con varias personas -dijo-. Puede que sea posible encontrar algo, pero no se puede hacer nada aquí, hay que ir a la ciudad. Parece ser que están intentando conseguir un autobús, mientras tanto tendremos que esperar.

– Tengo la sensación de que llevo todo el viaje esperando -suspiró Claudia.

– Creí que no ibas a quejarte.

– No ha sido una queja, ha sido un comentario -murmuró ella, interrumpiéndose enseguida para evitar comenzar una discusión. Había prometido ser encantadora y no podía arriesgarse a que la dejara allí.

Suspirando, se cruzó de piernas, en un intento por ponerse cómoda, luego las descruzó, al ver que no daba resultado. Momentos después las cruzó en el otro sentido.

– ¡Por Dios santo, tranquilízate!

Claudia abrió la boca para decirle que estaba aburrida e incómoda, pero se lo pensó mejor.

– Me ha dado un calambre en la pierna. Voy a caminar un poco.

Se encaminó hacia la ventana y se quedó mirando cómo descargaban el equipaje en una especie de bandeja enorme destrozada. Allí estaba Amil, el musulmán con el que había hablado en el avión, que, con aire decidido, agarraba su maleta. Claudia le hizo una seña con la mano cuando el hombre entró en la estación.

– ¿Va a esperar el autobús?

– Afortunadamente da la casualidad de que conozco aquí a varias personas. Una de ellas me ha conseguido un coche -explicó-. Tengo que estar mañana en Telama'an y, si salgo ahora mismo, creo que podré llegar a tiempo.

– ¡Qué suerte tiene! -gritó Claudia-. Los demás nos quedaremos aquí hasta no sé cuando.

– ¿Tiene prisa por llegar a Telama'an?

– Tengo que estar mañana allí.

– Entonces, ¿por qué no viene conmigo? -sugirió Amil-. Será un viaje largo e incómodo y habrá que pasar la noche en un oasis, pero sería la única manera de llegar mañana a Telama'an. Para mí será un placer llevarla.

– ¿Ir con usted? -preguntó, pensando a toda velocidad. Amil parecía encantador, pero era un desconocido y ella no conocía las costumbres de Shofrar. Sería una imprudencia confiar en él.

Por otro lado, no podía soportar malgastar dos preciosos días de sus vacaciones esperando a que David consiguiera o no encontrar un coche. No podía pasar su cumpleaños allí y Amil le ofrecía la oportunidad perfecta.

No podía arriesgarse, sin embargo.

– Es usted muy amable… -empezaba a decir, cuando vio a David por encima del hombro de Amil.

Estaba sentado en las sillas de plástico y miraba hacia ellos con expresión seria y la mandíbula apretada.

– Nos encantaría ir con usted. Espere y se lo contaré a mi marido.

CAPÍTULO 3

LA SONRISA de Amil quedó congelada un segundo en su rostro.

– ¿Su marido?

– David. ¿No sabía que estoy casada?

– No -dijo Amil, tratando de recuperarse de la sorpresa-. Debe perdonarme, pero creí que viajaba sola cuando conversamos hace un rato.

– Lo siento, debí presentarlos -dijo Claudia, con expresión inocente-. Estaba sentado a mi lado en el avión. Soy terriblemente cobarde en los aviones y tuvo que darme su mano durante todo el trayecto.

Era evidente que Amil se había dado cuenta del gesto.

– ¿Ése era su marido?

– Por supuesto -respondió, abriendo mucho los ojos-. No iba a tomar la mano a un desconocido, ¿no cree?

– Claro que no -admitió Amil con una sonrisa. Claudia pudo ver cómo el hombre pensaba un segundo, tratando de ordenar la mente-. Por supuesto, estaré encantado de llevarles a su marido y a usted.

– Es usted muy amable -replicó agradecida, pensando que quizá no habría hecho falta mentirle. ¿Cuándo va a salir?

– Lo antes posible.

– Iré a decírselo enseguida a David. No tardaré nada.

Desde el otro lado de la sala, David la vio acercarse apresuradamente, todo sonrisas. Esta vez se preparó a sí mismo, controlando la respiración.

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