Cómo luchamos por nuestras vidas
Saeed Jones
Traducción de Bruno Álvarez Herrero y José Monserrat Vicent
Primera edición: marzo de 2021
SPANISH LANGUAGE TRANSLATION COPYRIGHTS © 2021 by Dos Bigotes How WE FIGHT FOR OUR LIVES: A MEMOIR COPYRIGHT © 2019 by Saeed Jones
All Rights Reserved
Published by arrangement with the original publisher, Simon & Schuster, Inc.
© de la traducción: Bruno Álvarez Herrero y José Monserrat Vicent
© de esta edición: Dos Bigotes, A.C.
Publicado por Dos Bigotes, A.C.
www.dosbigotes.es
ISBN: 978-84-122617-5-2
eISBN: 978-84-122925-3-4
Depósito legal: M-1222-2021
Impreso por Kadmos
www.kadmos.es
Diseño de colección:
Raúl Lázaro
www.escueladecebras.com
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Impreso en España — Printed in Spain
Para Carol Jean Sweet-Jones
PRELUDIO Preludio Elegía con música de mayores Suena I Wanna Be Your Lover en la radio de la cocina y, durante un momento, tu madre no es tu madre; al igual que cuando, si el falsete le sale bien, un hombre negro vestido con calzoncillos negros no es un maricón, sino un príncipe, un prodigio; y la mujer que posee tu lugar de nacimiento entre las caderas bailotea mientras se quema sobre la encimera la orden de desahucio y mueve el cuerpo como si nunca te hubiera dado a luz. La voz de la radio suplica: «Quiero ser el único que te haga venir corriendo». Hay canciones que llevan a las mujeres a sitios a los que los hombres no las pueden seguir. Dando vueltas, te mira, pero no te ve; dando vueltas, canta la letra demasiado rápido como para que la sigas; dando vueltas, no tiene tiempo para preguntas como: Qué canción es esta, tan desagradable, y dónde ha aprendido mi madre a bailar así y por qué , y quién es ese desgraciado con esa voz tan aguda que canta como una mujer y convierte a tu madre en algo que no es tu madre, sino una mujer, ni siquiera una mujer, sino una niña negra con el pelo trenzado, una chica fácil, una piba, una de las Vanity 6, y lo lejos que está de ti estando aquí mismo, en el mismo salón, bailando con el estribillo de la canción en la garganta. Y odias la voz que sale de la radio porque otro mariquita te ha arrebatado los sueños y ha huido con ellos, y porque eres joven y no sabes la diferencia entre abandonado y solo, al igual que el corazón de tu madre no sabrá la diferencia entre latido y ataque. Dentro de una década habrá muerto, y quizás tú ya sepas lo que estás perdiendo sin saber cómo, pero por ahora solo eres un niño, y tu madre es solo una mujer, solo una niña, moviendo el cuerpo, chasqueando los dedos y con serpientes en la sangre.
PARTE UNO PARTE UNO «Ya que nadie le ha hablado de esos sentimientos, no sabe lo que son. Y, aun así, se siente atraído por ellos, le atrae esa sensación onírica de hacer algo que nunca ha hecho, aun sabiendo, de algún modo, cómo hacerlo». David Mura
I Mayo de 1998 Lewisville, Texas
II Junio de 1998 Lewisville, Texas
III 7 de junio de 1998 Jasper, Texas
IV Verano de 1999 Memphis, Tennessee
PARTE DOS
V Otoño de 2001 Lewisville, Texas
VI Primavera de 2002 Lewisville, Texas
VII Verano de 2002 Lewisville, Texas
VIII Primavera de 2004 Lewisville, Texas
IX Mayo de 2004 Lewisville, Texas
PARTE TRES
X Agosto de 2004 Bowling Green, Kentucky
XI Primavera de 2005 Bowling Green, Kentucky
XII Primavera de 2006 Bowling Green, Kentucky
XIII Verano de 2006 Lewisville, Texas
XIV Septiembre de 2007 Bowling Green, Kentucky
XV 31 de diciembre de 2007 Phoenix, Arizona
XVI Enero de 2008 Bowling Green, Kentucky
PARTE CUATRO
XVII Abril de 2011 Jersey City, Nueva Jersey
XVIII 7 de mayo de 2011 Jersey City, Nueva Jersey
XIX Mayo de 2011 Memphis, Tennessee
XX Junio de 2011 Jersey City, Nueva Jersey
XXI Septiembre de 2011 Barcelona, España
AGRADECIMIENTOS
TÍTULOS DE DOS BIGOTES
Elegía con música de mayores
Suena I Wanna Be Your Lover en la radio de la cocina
y, durante un momento, tu madre no es tu madre;
al igual que cuando, si el falsete le sale bien, un hombre negro
vestido con calzoncillos negros no es un maricón, sino un príncipe,
un prodigio; y la mujer que posee tu lugar de nacimiento entre las caderas
bailotea mientras se quema sobre la encimera la orden de desahucio
y mueve el cuerpo como si nunca te hubiera dado a luz.
La voz de la radio suplica: «Quiero ser el único que te haga venir corriendo».
Hay canciones que llevan a las mujeres a sitios a los que los hombres
no las pueden seguir. Dando vueltas, te mira, pero no te ve;
dando vueltas, canta la letra demasiado rápido como para que la sigas;
dando vueltas, no tiene tiempo para preguntas como:
Qué canción es esta, tan desagradable, y dónde ha aprendido mi madre
a bailar así y por qué , y quién es ese desgraciado
con esa voz tan aguda que canta como una mujer
y convierte a tu madre en algo que no es tu madre, sino una mujer,
ni siquiera una mujer, sino una niña negra con el pelo trenzado,
una chica fácil, una piba, una de las Vanity 6, y lo lejos que está de ti
estando aquí mismo, en el mismo salón, bailando con el estribillo
de la canción en la garganta. Y odias la voz que sale de la radio
porque otro mariquita te ha arrebatado los sueños
y ha huido con ellos, y porque eres joven
y no sabes la diferencia entre abandonado y solo,
al igual que el corazón de tu madre no sabrá la diferencia entre
latido y ataque. Dentro de una década habrá muerto, y quizás tú ya sepas
lo que estás perdiendo sin saber cómo, pero por ahora solo eres un niño,
y tu madre es solo una mujer, solo una niña, moviendo el cuerpo,
chasqueando los dedos y con serpientes en la sangre.
«Ya que nadie le ha hablado de esos sentimientos, no sabe lo que son. Y, aun así, se siente atraído por ellos, le atrae esa sensación onírica de hacer algo que nunca ha hecho, aun sabiendo, de algún modo, cómo hacerlo».
David Mura
I
Mayo de 1998 Lewisville, Texas
El hombre del tiempo con cara de muñeco de cera del Canal 8 dijo que llevábamos diez días seguidos a más de treinta y dos grados. Día tras día con la camiseta adherida a la espalda por el sudor, el olor del repelente de insectos mezclado con la crema solar pegajosa, el zumbido de las cigarras en el aire, la hierba seca amarillenta crujiendo bajo cada paso y el asfalto hirviendo en las carreteras. No se me pasó por la cabeza preocuparme por la pared de humo blanco que en ocasiones se veía en el horizonte durante aquel verano. Todo parecía ya quemado, muerto o a punto de estarlo.
Yo tenía doce años y acababa de terminar primaria. Casi todos los días, después de que mi madre se fuera a trabajar al aeropuerto, me quedaba en el apartamento, junto a la ventana. Cody y su hermano pequeño, Sam, dos chicos blancos que vivían a unos cuantos bloques de nosotros, siempre jugaban a la pelota en el aparcamiento, pero yo nunca bajaba a jugar con ellos. No se me daba bien lanzar la pelota y hacía demasiado calor para salir y fingir.
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