La historia no se repite, pero la historia de las epidemias –llena de semillas de sabiduría– señala lecciones importantes que es necesario conocer y aprender. Por ejemplo, para el éxito de la Revolución haitiana, liderada por Toussaint Louverture, contribuyó el brote de fiebre amarilla en la isla (James, 1938: 123; Orange, 2018). Aunque Napoleón envió un poderoso ejército, con la esperanza de aplastar la revuelta y restaurar la esclavitud, la revolución triunfó en Haití, entre otras razones, porque el ejército negro, procedente de África, tenía inmunidad a esta enfermedad, lo que no ocurría con el ejército francés enviado por Napoleón.
Este conocimiento y experiencia sugieren la importancia de enfoques interdisciplinarios para el estudio de las epidemias. El énfasis en un enfoque de la salud como espacio de diálogo, polémica y combinación entre saberes médicos revela la importancia fundamental de las dimensiones sociales y epistémicas en el estudio de las enfermedades. El trabajo profundamente contextualizado de la historia social de las epidemias muestra que las relaciones entre enfermedad, salud y cambios sociales son muy complejas, ya sea a microescala o a escala global. Esta complejidad es evidente en la interpretación del «carácter» de cualquier enfermedad. Sheldon Watts (1997: 122-139) llama la atención sobre la distinción necesaria entre el conocimiento biomédico y la construcción e interpretación social de la enfermedad (es decir, la percepción culturalmente mediada de cualquier enfermedad) y las condiciones para tratarla.
Las informaciones que nos llegaron sobre la covid-19 revelaron directa o indirectamente el impacto de las reformas neoliberales en el campo de la salud, hoy transformado en un espacio de (re)producción de capital. No importa si la persona está enferma o no; interesa saber si tiene seguro médico o si tiene acceso a un frágil sistema nacional de salud (en el caso de los países más ricos) y, en los países del Sur global, si tiene acceso a centros y hospitales con malas condiciones, como resultado de la combinación neoliberal entre elites políticas locales y agencias internacionales, como el Banco Mundial o el FMI. En palabras de Paul Farmer (2014: xvi), los arquitectos e implementadores de programas y proyectos de salud mundial, manipulados por políticos neoliberales del Norte global, argumentan que la atención de la salud, para ser sostenible, debe venderse como una mercancía, incluso cuando y donde la mayoría de sus posibles beneficiarios no pueden comprarla. La humanidad, las personas, en esta hora de crisis global en la que son pacientes enfermos, buscan el apoyo de los servicios de salud del Estado, pero están obligados a ser clientes solventes. Y así se afirma una línea abismal: quien no puede pagar no tiene acceso a la salud.
La historia cultural de la salud desde el siglo xx revela el surgimiento de instituciones transnacionales moldeadas, primero, por el colonialismo y, luego, por el neoliberalismo. Este enfoque, multisituado, busca analizar las relaciones de poder y saber que han marcado y siguen caracterizando el campo de la «salud global». En este sentido, asumo, en este libro, un desafío a las políticas coloniales y neoliberales actuales y a los políticos que las sustentan. La preparación para enfrentar una pandemia integra dos momentos: el de la conmoción y el del olvido. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia los políticos prometen apoyo financiero tan pronto como surge una crisis epidémica, como sucedió hace unos años con el MERS o el ébola, pero esas promesas se olvidan cuando el recuerdo del brote desaparece. Estos silencios, o incluso olvidos, así como la memoria del desastre neoliberal de 2008, muestran la forma en que el neoliberalismo afronta las crisis. Ahora, más que nunca, es hora de adoptar una pluralidad de puntos de vista[49], incluidos los de los científicos sociales y de las personas que sufren esta epidemia y se están movilizando de maneras innovadoras. Las pandemias son una rareza con impactos catastróficos; las epidemias se repiten; pero sus lecciones, si son aprendidas, pueden ayudarnos a cambiar el rumbo de la humanidad.
La última palabra de este capítulo pertenece a Ailton Krenak, uno de los intelectuales y sabios indígenas que más ha reflexionado sobre la estrecha relación entre la violencia epidémica, la violencia epistémica y la violencia colonial territorial:
La idea de que nosotros, los humanos, estemos separados de la tierra, viviendo en una abstracción civilizadora, es absurda. Suprime la diversidad, niega la pluralidad de formas de vida, de existencia y de hábitos. ¿Cómo lidiaron los pueblos originarios de Brasil con la colonización, que quería acabar con su mundo? ¿Qué estrategias utilizaron estos pueblos para superar esta pesadilla y llegar al siglo xxi todavía pataleando, reclamando y desafinando el coro de la gente feliz? Vi las diferentes maniobras que hicieron nuestros antepasados y me alimenté de ellas, de la creatividad y de la poesía que inspiró la resistencia de estos pueblos. La civilización los llamaba bárbaros y libró una guerra sin fin contra ellos, con el objetivo de transformarlos en personas civilizadas que pudieran unirse al club de la humanidad. Muchas de estas personas no son individuos, sino «personas colectivas», células que logran transmitir sus visiones sobre el mundo a lo largo del tiempo.
La ecología de los saberes[50] debería integrar también nuestra experiencia cotidiana, inspirar nuestras elecciones sobre el lugar donde queremos vivir, nuestra experiencia como comunidad. Debemos ser críticos con esa idea de humanidad homogénea en la cual el consumo hace mucho tiempo ocupó el lugar de lo que solía ser ciudadanía. José Mujica dice que transformamos a las personas en consumidores, no en ciudadanos. Y a nuestros hijos, desde pequeños, se les enseña a ser clientes. […] Entonces, ¿para qué ser ciudadano? […]
Nuestro tiempo está especializado en crear ausencias: del sentido de vivir en sociedad, del propio sentido de la experiencia de la vida. Esto genera una gran intolerancia hacia quienes aún son capaces de experimentar el placer de estar vivos, de bailar, de cantar. […] Hay cientos de narrativas de pueblos que están vivos, cuentan historias, cantan, viajan, conversan y nos enseñan más de lo que hemos aprendido en esa humanidad. No somos las únicas personas interesantes en el mundo, somos parte del todo (Krenak, 2019: 7-10).
[1]La peste es causada por la bacteria Yersinia pestis. Como muchas enfermedades, la plaga es una zoonosis: los seres humanos son contaminados por animales. En el caso de la peste, que se prolonga hasta la actualidad, tiene un reservorio natural entre los roedores salvajes, siendo la pulga el vector de transmisión.
[2]«Digo, por tanto, que los años de la fructífera encarnación del Hijo de Dios ya habían llegado al número 1348 cuando, en la insigne ciudad de Florencia, la más bella de todas en Italia, se produjo una peste mortífera, que –fuese ella fruto de la acción de los cuerpos celestes, fuese enviada a los mortales por la justa ira de Dios para corregir nuestras obras inicuas– había comenzado unos años antes en el lado oriental, cobrando la vida de innumerables personas y, sin detenerse, continuó avanzando de un lugar a otro hasta que se extendió infelizmente hacia el occidente. [...] Y la peste cobró mayor fuerza porque pasó de los enfermos a los sanos que convivían con ellos, en modo nada diferente a lo que hace el fuego con las cosas secas o grasientas que están muy cerca. Y el mal avanzó más todavía: porque no sólo hablar y convivir con los enfermos provocaba la enfermedad en los sanos o los conducía igualmente a la muerte, sino que también la ropa o cualquier otra cosa que hubiera sido tocada o utilizada por los enfermos parecía transmitir la referida enfermedad a quien las tocase. […] ¿Qué más se puede decir (dejando los campos y volviendo a la ciudad), excepto que la crueldad del cielo fue tan grande, y quizá en parte de los hombres, que se tiene por cierto que de marzo a julio (debido a la enfermedad pestífera y porque muchos enfermos fueron mal atendidos o abandonados en sus necesidades, debido al miedo que sentían los sanos) más de cien mil criaturas humanas perdieron la vida dentro de los muros de la ciudad de Florencia, y que quizás, antes de esa mortandad, no se imaginase que allá habría tanta gente así?»; disponible en: [ https://www.academia.edu/35011473/Decameron_-_Giovanni_Boccaccio], consultado el 14 de julio de 2020.
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