Este texto es la obra de una persona que ha dedicado su vida a las comunicaciones organizacionales. Como todo artesano, era renuente a poner por escrito los fundamentos de su exitosa trayectoria. Del mismo modo que los artesanos, prefería transmitir su conocimiento a sus alumnos en clases que los nutrían de sugerencias, obligándolos a mirar el fenómeno comunicativo desde diversos ángulos, para finalmente afinar el suyo propio. Estas clases siempre han sido muy bien evaluadas por los participantes, pero se encuentran restringidas al número de asistentes. La segunda improbabilidad de la comunicación señalada por Niklas Luhmann, la de llegar a quienes no se encuentran presentes, hacía prácticamente imposible que la importante contribución del profesor Calderón pudiera ser conocida por el resto de los interesados en las comunicaciones organizacionales.
Fueron precisamente sus alumnos, aquellos que habían tenido la oportunidad de reconocer el valor de las imágenes que se desplegaban en el pizarrón, los que insistieron, durante mucho tiempo, que transformara esas clases orales en un texto escrito que otros pudieran leer y ellos mismos revisar, una y otra vez. Cristián Calderón se negaba, porque estimaba que la comunicación entre presentes, la oralidad, tenía un componente dinámico, de interacción, particularmente adecuado para hacer surgir inspiradas imágenes producto del pensamiento paralelo de un grupo altamente motivado de personas. La escritura, en cambio, es lineal y, por su intermedio, la comunicación separa en tiempo y espacio la expresión de la comprensión. Por lo mismo, la comunicación escrita debe ser mucho más minuciosa que la oral. Al no estar los interlocutores frente a frente, al no compartir tiempo y espacio, no se puede hacer referencia a objetos sin nombrarlos ni tampoco reaccionar a los gestos de los participantes.
Pero los estudiantes son persistentes. Estaban tan convencidos de lo importante que podría ser un libro de su maestro, que le propusieron grabar y transcribir sus lecciones, para que luego él pudiera retocarlas en la forma de un texto escrito. Terminaron por vencer su resistencia y el experto en comunicaciones debió enfrentar un nuevo desafío comunicacional: hacer que la escritura pudiera mantener la capacidad evocadora de la oralidad. Por eso, este libro usa un lenguaje metafórico y puede ser leído varias veces como un texto siempre novedoso y sugerente.
No es preciso estar de acuerdo con el autor. Probablemente pocos lo estén, porque se aparta de las corrientes conocidas de la teoría de la comunicación. Sin embargo, es un libro que debieran leer todos los estudiosos del fenómeno comunicativo. Provoca a la reflexión y exige que el lector desarrolle su propio punto de vista o al menos fundamente su adhesión a otras líneas de pensamiento. En este sentido, no constituye una comunicación concluida; no pone punto final a la discusión, sino que más bien la abre.
El mismo autor considera que el texto puede y debe ser corregido; por eso se refiere a él como un borrador. Esto no significa que las ideas presentadas no estén maduras. Han sido sometidas a prueba numerosas veces, tanto en el trabajo profesional del autor, como en su exposición en clases y conferencias. Simplemente hace ver el dinamismo del pensamiento, que conduce a revisarlo todo, proponiendo nuevas soluciones. Plantea, además, al lector, la tarea de diseñar su propia estrategia. Provoca la creatividad, del mismo modo en que el maestro de la pintura renacentista enseñaba artesanalmente a sus discípulos. No quería que imitaran su estilo a la perfección, sino que desarrollaran un estilo que los identificara también como maestros.
La necesidad de apoyar mis clases universitarias en la Facultad de Comunicaciones de la Pontificia Universidad Católica de Chile, fue el impulso definitivo para emprender la realización de este libro. Durante largos años de trabajo profesional y docente fui sistematizando -traduciendo en sistemas - y modelando -ordenando en modelos - mi propia experiencia en gestión estratégica de las comunicaciones, pero, hasta aquí, había rehuido -salvo en mis inseparables esquemas de pizarrón a la idea de poner por escrito dichas reflexiones.
Tal vez por mi íntimo disfrute en la conversación, productiva y ociosa, o por una desconfianza inconsciente -muy similar a la que Platón esbozó en el Fedro, donde, consultado por el destino de la escritura, ironizó señalando que “aquellos que la practiquen dejarán de ejercer su memoria y se volverán olvidadizos” -, siempre privilegié la oralidad sobre sus signos, sin siquiera hacer cuestión de ello.
Hoy, después de haber terminado este texto, creo que, pensando lo que pensaba, perdí algún tiempo; pero que, pensando lo que ahora pienso, he recuperado otro: seguramente, el contenido en las propias palabras.
Porque es tal el juego de la sintaxis, el goce de la puntuación y el riesgo del matiz que toda escritura supone, que ella se transforma en un exigente ejercicio, en el que no sólo importa hacer visible y exacto lo que no lo es -como las voces de las ficciones o de la realidad -, sino que, además, permite transformar en invisible y difuso aquello que -como la economía - se ufana de lo contrario.
La gracia de lo escrito está en su corrección, en el proceso de tachar las páginas y dejar adentro o afuera de la pantalla las oraciones que, en un principio, nos parecieron imprescindibles. Hubo y habrá que borrar en este trabajo, pues, si bien su objetivo es lo imborrable -toda obra humana lo es -, tengo conciencia de que es un borrador y que, como tal, posibilitará sucesivas intervenciones.
No obstante, aquella certeza de lo variable y lo perfectible de toda ponencia, creo que lo que justifica el esfuerzo de llegar hasta el final y, en el camino, ponerse en manos de profesionales del borrón -como son los editores, correctores de prueba, y, a su modo, los diseñadores gráficos -, es el haber avanzado en dos o tres direcciones simultáneas que explican mis preocupaciones permanentes.
En primer lugar, este boceto sitúa el debate de la gestión estratégica de las comunicaciones en las organizaciones empresariales en un lugar de reflexión que, a mi modo de ver, transgrede los márgenes estrictos del lenguaje económico y de las nomenclaturas de la ciencia comunicacional, para situarse en un terreno teórico que, por contener elementos de ambos, no es lo uno ni lo otro sino el producto complementario de su cruce.
En segundo término, pienso que borradores de este tipo pueden ampliar la discusión sobre el devenir interno y externo de las organizaciones económicas, sumidas en filosofías autorreferenciales que, más que contribuir a su conciencia como identidades culturales, han restringido su personalidad a los rasgos más tecnocráticos y eficientistas de su carácter.
Estimo que a partir de análisis como los aquí propuestos, también se puede contribuir a establecer códigos locales de alta calidad y pertinencia, ya que los nombres utilizados en el área y las estructuras organizacionales asociadas ( public relations, public affaires, corporate affaires, corporate comunication, y ahora la Responsabilidad Social Corporativa y la Reputación Corporativa ) responden a una adecuación de procesos cuyo origen se encuentra en la cultura empresarial norteamericana pre-globalización, que, por lo mismo, urge reformular.
El conjunto de ideas propuestas apela precisamente en ese sentido, al reforzar la convicción de que la empresa del umbral de siglo difiere de sus antecesoras por situar su fortaleza en su dimensión valórica, valiéndose de la mirada estratégica como primera herramienta para planificar y evaluar su desempeño en entornos tan inciertos como exigentes.
Si bien este libro no es un manual en el sentido más estricto, creo que, por el objetivo de ser un medio complementario a la tarea educativa, que siempre estuvo presente en su elaboración, en él se pueden recoger algunos esquemas, modelos y definiciones que, si bien pueden ser discutidas, al menos contienen el mérito de haber conducido la praxis del propio autor. Algo es algo.
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