¡Qué complicado todo! Eso de la autorización no lo había pensado y era cierto que, sin una nota firmada por su mamá, no la iban a dejar salir de la escuela. Y ella era pésima falsificando la firma… Nunca lo había podido hacer. Su hermano, sí. Fran era un genio imitando la firma de su mamá. Le salía igualita. Pero, ¿cómo se lo pedía? La iba a buchonear antes de que terminara de firmar. Salvo que…
Agarró una hoja de carpeta y escribió con lápiz.
La leyó, borró “cinco”, puso “diez” y salió en busca de su hermano. Lo encontró en su habitación, jugando al Minecraft, como siempre. Entró y cerró la puerta. Después esperó. Sabía que lo peor que podía hacer era interrumpirlo.
Francisco la miró de reojo, sin dejar de prestar atención a la pantalla. Tanto respeto era sospechoso.
—¡Cuidado! Un “cripper” ahí –le avisó Julieta.
Fran lo eliminó inmediatamente.
—No lo había visto –dijo.
—Raro. Vos sos un genio jugando a esto. ¿Este es tu mundo o estás jugando con alguien?
—Es mío. A esta hora nunca engancho a nadie. Está bueno, ¿no?
—Re.
Había que empezar bien, pero Fran no era tonto.
—¿Qué querés? –preguntó. Los elogios nunca llegaban gratis.
—Necesito ayuda.
—Por eso pregunto. Es obvio.
—Me pusieron amonestaciones –mintió.
—¡No!
Ahora sí, Fran sacó la vista de la pantalla.
—¿A vos?
Julieta jamás tenía amonestaciones, ni retos, ni suspensiones ni nada que no fuera una conducta intachable, perfecta y ejemplar.
—Sí, por una pavada. Necesito que me firmes la notificación. Papá está que vuela y si le muestro esto me mata.
—Ok. Negociemos.
Julieta esperaba eso.
—La compu. Una semana en el horario que quieras –propuso.
—Dos semanas.
—Diez días.
—Diez días y tu alfajor.
—Hecho.
—Durante los diez días –agregó Fran.
—Te aprovechás.
—Vos viniste –dijo Fran volviendo la vista a la pantalla.
Julieta le dio la hoja y una birome.
—¿En lápiz? –preguntó Fran, sorprendido al ver la nota.
—Sí, no encontraba la birome cuando me la dictaron. Después la paso.
—¿Te rateaste de dónde?
—De la clase, nada. Ni siquiera me ratee. No entré e hicieron un escándalo.
—¿Y cómo yo no me enteré?
En la escuela, las noticias corrían a través de las paredes.
—No sé. Fue en la última hora. ¿Cómo voy a saber por qué no te enteraste? Firmá, ¿querés?
Francisco apoyó la birome en la hoja y de pronto, volvió a mirarla.
—¿Amonestaciones? –dijo extrañado.
—¡Sí, amonestaciones, nene! ¿Vas a firmar o no?
—Nunca escuché que le pusieran amonestaciones a nadie.
—Me las pusieron a mí. Son solo para los de séptimo. ¡Dale!
Claramente, Francisco la estaba haciendo sufrir y Julieta tenía que esforzarse para que no se le volaran los pájaros.
Finalmente firmó. Dibujó cada letra con cuidado y le entregó la hoja.
—Bastante bien –comentó Julieta quitándole importancia a la situación.
—¿Bastante bien?... Está perfecta.
—Gracias –le dijo Julieta yéndose–. Ojo, si contás una palabra, se terminó el trato. ¿Estamos?
—Ah… re. No soy buchón. Tu problema.
Julieta, contenta con el resultado, entró a su cuarto, borró la nota en lápiz y volvió a escribir con birome.
“Autorizo a mi hija Julieta Soria Reboledo a salir de la escuela después del almuerzo con la familia de Constanza Serres.”
Puso “familia” porque aunque Connie fuera a la marcha con la hermana, capaz la retiraba la madre y no quería tener que explicar nada.
Metió la nota en la carpeta, cerró la mochila y se acostó. La luz del celular se prendió en la oscuridad. Mensaje de Connie.
Le contestó con pulgar para arriba y se acomodó en la cama.
Lo mejor iba a ser no llevar el celu mañana, para que no pudieran rastrearla. Si sabían dónde estaba, su papá era capaz de ir a buscarla al medio de la marcha, entre diez millones de personas.
Igual no le pensaba mentir. Iba a volver, iba a decir dónde había estado y le iba a demostrar que no le había pasado nada malo.
Para que aprendiera.

—No, Miriam, no. No pienso tratar de convencerlos –decía Paula al celular–. Si querés, llamalos vos.
—¿Yo?... Ni loca. Vos sabés bien que cualquier cosa que yo quiera hacer, Fede se va a oponer. Es un trauma que le queda de la infancia.
—El trauma es tuyo, Miriam. Igual, si querés mi consejo, no te metas. Me dijo Gra que se armó flor de podrida.
—¡Pobre Juli! No puedo creer que Fede sea tan cavernícola… En fin… No lo vamos a cambiar justo ahora.
—Ni ahora ni más adelante. Chau, Miriam. Mañana hablamos. Acaba de llegar Fabi.
—Por las dudas, no le digas nada. A ver si tampoco la deja ir a Agus.
Paula se rió.
—Ya lo sabe, Miriam. No hay problema. Chau.
Paula cortó y prendió el microondas. Eran las once de la noche y toda la familia ya había comido. Le había guardado a Fabián un par de milanesas.
—¿Qué es lo que ya sé? –preguntó Fabián pellizcando un pan.
—Lo de la marcha de mañana. Fede no deja que Julieta vaya.
—Bien por él.
—¡¿Bien por él?! ¿Qué decís?
—Digo que las chicas son chiquitas y que Miriam no es ninguna garantía.
—¡Suerte que no lo pensaste antes! –dijo Paula, poniendo las milanesas sobre la mesa.
—Lo pensé. Lo pensé, pero no quise armar quilombo.
—Bueno… recomprometido lo tuyo.
Fabián no le contestó y se concentró en la milanesa.
—Deberíamos ir todos –agregó Paula.
—Sí, claro. Y que alguien trabaje por nosotros. Buena idea.
Esta vez, la que no contestó fue Paula. Ojalá que mañana esté todo tranquilo, pensó mientras acercaba la frutera.
Sonó el celular. Su mamá, como todas las noches, para enterarse de las novedades del día. La atendió, segura de que si había algo que no le iba a decir era que, mañana, Agustina se iba a la marcha por la ley del aborto. O sí… se lo diría solo por verle la cara.
—Hola, ma…
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