—Yo quiero ir a la playa –dijo Fran–. Vamos a Santa Teresita.
—¿Santa Teresita? Alto embole, Fran. Ni loca. Nadie va ahí –se opuso Julieta.
—Bueno, según tengo entendido –comentó Fede con ironía–, es una playa que se viene defendiendo bastante bien como centro turístico. Yo no diría que no va nadie.
—Bueno, van –dijo Julieta–, pero todos viejos.
—¡Ajá! –siguió Fede–. Así que ahora hay playas para viejos y playas para jóvenes. ¿Vos sabías? –le preguntó a Graciela.
—No empiecen, ¿quieren? –pidió Graciela, sabiendo que esa no iba a ser la peor de las discusiones esa noche.
—No es para viejos. Además tiene la pista de karting, ¿te acordás? –insistió Fran.
—¡Ah…re! ¡Muero por andar en karting! –se burló Julieta.
—Y yo muero por ir a Gessell a dar vueltas por la Avenida 3 toda la tarde con la tonta de Ernestina. Alta joda –le contestó Fran.
—Ernestina no va a Gessell.
—Bueno, la otra. Es igual de tonta.
—Suficiente –dijo Graciela–. Ni siquiera sabemos si vamos a ir de vacaciones.
—Papá dijo.
—Papá dijo “a lo mejor”, y en última instancia somos nosotros los que vamos a decidir.
—Obvio –dijo Julieta.
—¿Por qué “obvio”? –preguntó Federico, ya al borde del enojo.
—Porque siempre deciden por nosotros.
—Da la casualidad –dijo Fede–, que somos sus padres. ¡Mirá vos!
—Bueno –le contestó Julieta, en plan de lucha total–, nos tuvieron porque ustedes quisieron. Nosotros no pedimos nacer. Ahora no se quejen.
—¡¿Quién se está quejando?! –tronó Fede–. Decí algo, ¿querés? –le pidió a Graciela.
—Julieta, estás diciendo cualquier cosa, solo por provocar. Ustedes nacieron porque nosotros queríamos. Los queríamos y no nos estamos quejando en absoluto.
—¡Buá! –comentó Fran.
—Hasta Fran se da cuenta de que no nos querían tener.
—Pero, ¡¿qué estás diciendo, Juli?! –preguntó Graciela mirando alternativamente a su hija y a Federico–. ¿De dónde sacás esas ideas?
—No son ideas. Son sentimientos. ¿Ves? Por eso quiero ir a defender el aborto, para que no nazcan chicos a los que nadie quiere.
Federico y Graciela se miraron, mudos. ¿A qué venía todo esto?
—Juli… la marcha de mañana no es por eso –intentó Graciela.
—Sí, es para defender a las mujeres que no quieren tener hijos.
—Pero no así. No porque sí, Juli… –insistió Graciela–. Hay muchísimos motivos para un aborto. No es un capricho. No es solamente porque “no querés” al bebé…
—Es para que respeten nuestros derechos.
—Sí…
—Y ustedes no los están respetando porque no me van a dejar ir, ¿no?
—Bueno, todavía no lo … –empezó Graciela
—No. No te vamos a dejar ir. ¿Contenta? –dijo Federico–. Ahora podés hacer una marcha en el pasillo porque avasallamos tus derechos y te hicimos nacer contra tu voluntad.
Julieta se levantó empujando la silla y corrió a su cuarto. Escucharon un portazo.
—Se te fue la mano –dijo Graciela.
—Alguien le tiene que poner un límite.
—Y alguien la tiene que escuchar, también.
—Creo que me voy a jugar al Minecraft –comentó Fran y también él dejó la mesa.

Julieta cerró la puerta de su cuarto y se tiró en la cama. Estaba furiosa y no sabía qué hacer: si llamar a Agustina para contarle lo retrógrado, antiguo y monstruoso que era su papá o no contar nada y esperar, a ver si su mamá lograba que entrara en razones.
Podría llamar a la tía Miriam para que tratara de convencerlo de que no iba a pasar nada pero, seguramente, eso solo iba a generar una discusión entre ellos. Estaba tan segura de que iba a poder ir a la marcha que ni se le había pasado por la cabeza que su papá no fuera a darle permiso. No le podía decir eso a sus amigas. Iba a quedar como una tonta. ¿Qué clase de derechos iba a defender si ni siquiera podía defender los suyos? Lo odiaba. Y también odiaba a su mamá, que no hacía nada por ayudarla. Porque si su mamá dijera algo… Tal vez ese fuera un buen intento.
Abrió la puerta de su cuarto para ver si su papá todavía andaba por ahí. No se escuchaban voces. Solo su mamá en la cocina, mandando un mensaje de audio.
—Pau... Juli no va a ir a la marcha mañana. ¿Le avisás a Miriam? No tengo ganas de aguantarla.
La respuesta entró como mensaje de texto. Manito con pulgar para arriba.
Julieta cruzó el pasillo en puntas de pie. No había moros en la costa, ni padre a la vista. Su mamá lavaba los platos. El teléfono había quedado sobre la mesa. Sin decir una palabra, Julieta agarró el repasador y empezó a secar. En la vida hacía eso. Graciela la miró de reojo, pero no dijo nada. No se la hacía fácil.
—Papá es injusto –dijo Juli de repente.
—No es injusto. Tiene miedo de que te pase algo –le contestó Graciela.
—¿Qué me va a pasar, ma? Es una marcha retranquila. Van todas.
—Julieta, ya conocés a tu papá. No va a cambiar de opinión.
—¿Y vos estás de acuerdo?
—¿Con qué? ¿Con el aborto?
—No, ma. Con lo que papá dice.
—En parte sí y en parte no. Creo que exagera un poco, pero esto es una familia, y las decisiones se toman en conjunto.
—¡Mentira! Porque si se tomaran en conjunto me dejarían opinar y ustedes no me dejan.
—Sí, te dejamos opinar, pero también te cuidamos porque vos todavía sos chica y no te las sabés todas –Graciela cerró la canilla y buscó un repasador para secarse las manos.
—Eso es mentira –dijo Julieta–. Acá el único que decide es papá y vos le hacés caso como una tonta y aceptás cualquier cosa que él diga.
—¡Julieta! Cuidado con lo que decís.
—Lo que digo es cierto. Vos no defendés tus derechos. Hacés todo lo que papá quiere y nunca me defendés a mí, tampoco.
—Julieta, estás enojada y por eso estás diciendo cualquier cosa. Esto no tiene nada que ver con los derechos. Ya cuando crezcas…
—¡¿Ya cuando crezca?!... ¿Qué va a pasar cuando crezca si me están educando con una visión completamente machista?
—¡¿Que qué?!
—Nada, ma. Nada. No lo vas a entender. Vos sos de otra época.
Julieta pegó media vuelta y se volvió a encerrar en el cuarto. La vía del diálogo se había terminado.

Julieta no podía creer que se fuera a perder la marcha que había estado planificando durante tanto tiempo con sus compañeras y con Agus. ¿Y si iba igual?... ¿Y si llamaba a la tía Miriam y le decía que la pasara a buscar?...
No, la tía Miriam era muy copada, pero seguramente ya le habían avisado que su papá no la dejaba ir y no se iba a jugar a llevarla por las suyas. Tampoco le podía pedir ayuda a Agus, porque seguro le iba a contar a su mamá que, sin duda, le iba a contar a “su” mamá.
No pensaba quedarse en su casa mientras todas iban a la marcha. Ni soñando. Tampoco se animaba a ir sola. Ni la tarjeta “SUBE” para pagar el pasaje tenía. ¿Cómo iba a viajar?
Le mandó un mensaje a Connie.
No era tan obvio. ¿Cómo iba a conseguir esa autorización?
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