NOTAS
1 Escrito de Madison, J., 8 de diciembre de 1787, The Federalist 19, en Scott, E. H. (ed.), 1888, 103-108, 105. Para una lectura crítica, vid . Neuhaus, H., «The federal principle and the Holy Roman Empire», en Wellenreuther, H. (ed.), 1990, 27-49. Para una comparación más positiva entre el imperio y Estados Unidos, véase también Burgdorf, W., 23 mayo 2014, [ http://www.focus.de/wissen/experten/burgdorf].
2 Pufendorf, S., 1994. Es evidente que Madison leyó esto, pues hace referencia a «las deformidades de este monstruo político»: Scott, E. H. (ed.), ibid ., 106. El comentario de Voltaire apareció en 1761, vid . Voltaire, 1963, I, 683.
3 Schneidmüller, B., 2005, 225-246, 236-238. Para ejemplos recientes de su persistencia, vid . Winkler, H. A., 2006-2007 y Myers, H., 1982, 120-121. Para un debate más detallado, vid . Wolgast, E., «Die Sicht des Alten Reiches bei Treitschke und Erdmannsdörffer», en Schnettger, M. (ed.), 2002, 169-188.
4 Este punto de vista sigue estando profundamente arraigado en la literatura generalista y en la especializada: Plessner, H., 1959; Meinecke, F., 1908, El término «premio de consolación» procede del esclarecedor ensayo de Len Scales, «Late medieval Germany: An under-Stated nation?», en Scales, L. y Zimmer, O. (eds.), 2005, 166-191, 167.
5 Un ejemplo influyente de este enfoque es Barraclough, G., 1946. Proporciona información adicional Hagen, W. W., 2012, 6-20 y 1991, 24-50; Reuter, T., «The origins of the German Sonderweg? The Empire and its rulers in the high Middle Ages», en Duggan, A. J. (ed.), 1993, 179-211.
6 Frensdorff, F., 1910, 1-43; Schubert, E., 1979, 245-254.
7 La literatura acerca de esto tiene un conveniente ámbito imperial. Entre las contribuciones más útiles están las de Münkler, H., 2007; Eisenstadt, S. N., 1963; Burbank, J. y Cooper, F., 2010, 1-22.
8 Por ejemplo: el imperio original de Carlomagno, con 1,2 millones de km 2, apenas entra dentro de la lista de imperios principales, pero después desaparece de la lista, pues queda por debajo del mínimo arbitrario de 1 millón de km 2: Turchin, P., 2009, 191-217.
9 Doyle, M. W., 1986.
10 Ferguson, N., 2003. Para una crítica, vid . Nexon, D. H. y Wright, T., 2007, 253-271.
11 Mazower, M., 2008.
12 Nexon, D. H., 2009; Motyl, A. J., «Thinking about empire», en Barkey, K. y von Hagen, M. (eds.), 1997, 19-29; Kettering, S., 1988, 419-447.
13 Debo esta apreciación al estimulante ensayo: Burkhardt, J., 1997, 509-574.
14 Münkler, H., op. cit ., 85.
15 La periodización de la historia es otro de los campos en disputa. Por una cuestión de conveniencia, el presente libro emplea la convención de que la Antigüedad tardía duró hasta mediados del siglo VII. Luego vino la Edad Media inicial, hasta el año 1000, aproximadamente; la Alta Edad Media, hasta 1200; y la Edad Media tardía, hasta 1400. A continuación, la «Edad Moderna», que se prolongó hasta finales del siglo XVIII.
16 Bowden, B., 2009.
17 Cit. de Gerth, H. H. y Wright Mills, C. (eds.), 1948, 78; Reynolds, S., 2003, 550-555 presenta datos adicionales de utilidad.
18 Los ejemplos más notables incluyen Rokkan, S., 1999, 209-211; Benecke, G., 1974; Schmidt, G., 1999; Umbach, M. (ed.), 2002; Whaley, J., 2012. Crítica en Kohler, A., «Das Heilige Römische Reich-ein Föderativsystem?», en Fröschl, T. (ed.), 1994, 119-126. Para un debate de la idea federal en los autores de la Edad Moderna, vid . Eulau, H. H. F., 1941, 643-664.
19 Scott, E. H. (ed.), op. cit ., 106.
20 Watts, R. L., 1999, en particular 6-9. Para esto, vid . la comparación, extremadamente interesante, entre el imperio y Estados Unidos de Binkley, R. C., «The Holy Roman Empire versus the United States», en C. Read (ed.), 1968, 271-284.
21 Buena parte de esta bibliografía se cita en el Capítulo 7. Véase también la introducción de Barbara Stollberg-Rilinger en Stollberg-Rilinger, B. (ed.), 2001, 11-23; Rohe, K., 1990, 32-346.
22 Schneidmüller, B., «Konsensuale Herrschaft», en Heinig, P.-J. et al . (eds.), 2000, 53-87 y 2002, 193-224; Althoff, G., 2003b.
23 Tilly, C., «How empires end», en Barkey, K. y von Hagen, M. (eds.), op. cit ., 1-11, 4. En esta obra, el imperio es similar a otros, por ejemplo China, donde la efectividad de la autoridad imperial, «dependía de la minimización de la intervención gubernamental formal en los asuntos de las comunidades locales»: Kapp, R. A., 1973, 2.
24 Epstein, K., 1966; Krieger, L., 1957; Blickle, P., 1997.
25 Lüdtke, A., 1989; Wehler, H.-U., 2008. Información adicional en Langewiesche, D., 2000.
26 Wegert, K. H., 1992.
27 Según afirma Hartmann, P. C., 2005, 163-214. Más debate en torno a esta cuestión en págs. 674-680.
28 Bedos-Rezak, B. M., 2000, 1489-1533.
29 Algunos han interpretado esto como el origen del «matiz»: Wakefield, A., 2009, 9-13, 136-138; Para una visión general, vid . Gestrich, A., 1994, 34-56.
Los problemas para definir el imperio son evidentes en la misma confusión acerca de su título. Durante la mayor parte de su existencia, fue simplemente «el imperio». Las palabras Sacro, Imperio y Romano no aparecieron juntas por primera vez, como Sacrum Romanum Imperium , hasta junio de 1180. Y, aunque a partir de 1254 fue utilizado con más frecuencia, nunca apareció de forma regular en los documentos oficiales. 1 Aun así, los tres términos constituyen elementos clave del ideal imperial presente desde la misma fundación del imperio. Este capítulo examina cada uno de estos, para luego pasar a investigar la turbulenta relación entre imperio y papado.
El elemento sacro era parte integral de la misión fundamental del imperio: proporcionar un orden político estable a todos los cristianos y defenderlos de herejes e infieles. A tal fin, el emperador debía actuar en calidad de principal defensor, o guardián, del papa, cabeza de la Iglesia cristiana única y universal. Dado que tal cosa era considerada misión divina, confiada por Dios, esto abría la posibilidad de que el emperador y el imperio fueran sacros. Al igual que el elemento romano y el imperial, el carácter sacro del imperio tenía sus raíces en la fase posterior, cristiana, del antiguo Imperio romano, no en el pasado pagano de los primeros césares o de la República romana.
Después de más de tres siglos de persecución contra los cristianos, en el año 391 d. C. Roma adoptó el cristianismo como única religión oficial. Este paso desacralizó en parte la dignidad imperial: el Dios único cristiano no toleraría un rival. El emperador dejó de considerarse divino y tuvo que aceptar el desarrollo de la Iglesia como institución separada en el seno de su imperio. Tales cambios fueron facilitados por la adopción, por parte de la Iglesia, de una jerarquía clerical basada en el modelo de la infraestructura imperial romana. Los obispos cristianos residían en las capitales locales, desde donde ejercían jurisdicciones espirituales (diócesis) que, por lo general, coincidían con las fronteras políticas de las provincias del imperio. No obstante, aunque el emperador ya no era considerado un dios, este seguía teniendo un rol sacro de mediador entre el cielo y la tierra. La Pax Romana continuó siendo una misión imperial, pero pasó de proporcionar un paraíso en la tierra a convertir el cristianismo en la única vía hacia la salvación.
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