Eiríkur Örn Norddahl - Illska

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Agnes y Ómar se conocen una gélida madrugada en el centro de Reikiavik. Tres años después, Ómar reduce su casa a cenizas y abandona el país. Pero esta historia comienza mucho antes, en 1941, cuando la mitad de los habitantes de la ciudad lituana de Jurbarkas son asesinados en un bosque de los alrededores.Dos de los bisabuelos de Agnes estuvieron en esa masacre —uno disparó al otro— y, tres generaciones después, Agnes ha convertido el Holocausto y los populismos xenófobos en el centro absoluto de su vida. Y su obsesión la lleva hasta Arnor, un neonazi cultivado… Traducida a siete idiomas y celebrada unánimemente por la crítica, Illska se sitúa en el corazón de la actual crisis de valores europea y explora, a través de un argumento adictivo, la preocupante deriva sociopolítica de Europa.

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Después de pasar casi una hora en la cama sin sentirse mejor, decidió levantarse e intentar trabajar un poco.

***

Por delante de las cámaras cinematográficas de los nazis pasaron tres niños, podían tener unos ocho años, y no tenían ni idea de que alguien tuviera intención de matarlos. Se detuvieron al ver las cámaras, miraron directamente a la lente y sonrieron de oreja a oreja, como la gente que se pone detrás de los periodistas en una calle llena de gente y saluda a los espectadores sentados en su salón. Allí se quedaron un ratito, sonrientes, dejando que el mundo entero los mirase por última vez. Finalmente, se pusieron en marcha, riendo, y se fueron a por sus padres.

***

Los lituanos eran ladrones. Vendían drogas y violaban gente. No había sido siempre así, pero era así cuando Agnes empezó su tesis, dos años atrás. Cuando era pequeña, en Islandia podían vivir entre cinco y diez lituanos, aparte de sus propios padres. A veces se reunían para celebrar la fiesta nacional —los primeros años, la antigua, el 16 de febrero (fue el día de 1918 en que se creó la República lituana); después de 1991, se reunían para festejar la nueva, el 11 de marzo, y al final, las dos—. Si invitaban también a estonios y letones, llegaban a juntarse treinta personas. En una ocasión asistió Jón Baldvin Hannibalsson, ministro de Asuntos Exteriores, que fue el primero en reconocer la independencia de los países bálticos. Algunos tuvieron la impresión de que bebía muchísimo y era un poco raro, pero nadie se atrevió a criticarlo en voz alta. En los años noventa, Jón era casi Dios a los ojos de los lituanos islandeses.

***

Es un gusto dejarse mirar por una cámara de cine. Te sientes bien cuando otros te dedican su atención. Te das cuenta de tu importancia. Algunos te consideran lo bastante importante para querer verte cuando se les antoje, mientras estés aún en el mundo, o cuando ya estés en el cielo. Sientes la eternidad en tu interior. A un lado de las cámaras de cine hay algo incomprensiblemente grande. Algo divino.

Esto es lo que dejo tras de mí. Da igual lo que suceda, aquí seguiré yo, sonriendo a las cámaras de cine de los nazis. Sé que estás mirando. Sé que me observas.

Y aquí estoy yo, sin parar de mirar a los tres niños sonrientes —todo el tiempo— por última vez. Como si el fantasma fuera yo, y no ellos.

***

Los lituanos se multiplicaron rápidamente a partir del cambio de siglo. Según documentos oficiales, en el año 2000 eran quince. Tres años más tarde, 254. Un año después, Lituania se convirtió en miembro de pleno derecho de la Unión Europea y los lituanos pudieron viajar y trabajar libremente. Entonces llegaron a ser unos 1500. Un cero con cinco por ciento de la población. Como el número de habitantes de una ciudad islandesa de cierto tamaño. Pronto empezaron a aparecer lituanos en los medios de comunicación. De repente, los islandeses, que no habían mostrado ni el menor interés por ese país desde que dejaron de darse palmaditas en la espalda a sí mismos por haber reconocido su independencia, adquirieron un interés incontrolable por los súbditos de Lituania. Los lituanos partían rodillas, formaban bandas organizadas y atracaban tiendas. Torturaban a unos jóvenes honradísimos para que les sirvieran de camellos en la venta de drogas. Vivían por decenas en pequeños apartamentos, bebían, se drogaban y se peleaban, y causaban pánico a las personas honradas. E introducían en el país putas tan drogadas que no sabían ni en qué lugar del mundo estaban. Al poco, era casi imposible abrir un periódico sin encontrar un reportaje sobre «la mafia lituana».

Pero si preguntabas por el escritor Balys Sruoga, la poetisa Salomeja Néris, el artista Jurgis Maciunas, la actriz de Hollywood Ingeborga Dapkunaité, el pintor Sarunas Sauka, el violinista Jascha Heifetz o el matemático Jonas Kubilius, que era de Fermos, justo al lado de Jurbarkas, por no hablar del escultor Vincas Grybas, que era del mismo Jurbarkas y fue asesinado allí por los nazis, nadie sabía nada. Sobre esa gente nunca se escribió ni una letra. Pero seguramente habría habido alguien que escuchara si se le decía que Hannibal Lecter era de origen lituano. No es que existiera realmente. Pero eso nunca importa lo más mínimo.

Agnes abrió el ordenador y se dio cuenta de que ninguna de esas cosas tenía la menor relación con su tesis. ¿Hannibal Lecter? ¿Sruoga? ¿Había alguien a quien no les importara una mierda?

***

Los nazis encarcelaban también a los tontos, los esterilizaban y los mataban (lamentable).

Para averiguar quién era tonto y quién no, crearon un breve cuestionario. ¿Dónde vives, cuál es la capital, quién era Lutero, quién descubrió América, qué significa la Navidad, cuántos días tiene una semana? Y así sucesivamente. El examen era oral y el juez evaluaba la inteligencia del tonto. Durante el examen, tenía que prestar especial atención a lo siguiente: comportamiento durante la conversación; movimientos corporales, mirada, gestos, voz, pronunciación, orden de palabras, rapidez de las respuestas, rapidez de reflejos y grado de cooperación en la conversación.

***

Agnes se indignaba con esos reportajes, que los presentaban como unos canallas. Le indignaba que nunca se mencionara a los pedófilos «islandeses» ni a los matones «islandeses» ni a los violadores «islandeses». Pero lo que más le indignaba era cómo se convertía a los lituanos en una masa sin rostro ni nombre formada por personas depravadas. Y es que los delincuentes islandeses tenían nombre, eran algo. Eran Lalli Johns, delincuente de poca monta. Annþór Karlsson, mamporrero. Steingrímur Njálsson, pedófilo. Bjarki Már, violador. Franklín Steiner, camello. Los lituanos no eran más que lituanos. Dos lituanos. Los cinco lituanos. Los nueve lituanos. Los catorce lituanos. Y al parecer vivían todos en la misma casa, uno encima del otro, pese a que en su mayor parte eran delincuentes internacionales que pasaban ilegalmente drogas, putas y armas por valor de decenas de millones de coronas cada uno. ¿Dónde estaba Vytautas, el simpatiquísimo chorizo? ¿Y el simpático matón Rolandas? ¿Y Raimondas, el bondadoso chuloputas?

***

Erwin Ammann era un hombre de veintiún años de edad, que vivía en un asilo del Tirol. Respondió correctamente a la mayor parte de las preguntas del test de inteligencia. Supo mencionar su pueblo natal y la provincia a la que pertenecía, y enumerar deprisa los días de la semana y los meses (hacia delante y hacia atrás). Conocía las capitales de Francia y Alemania, sabía quiénes fueron Colón, Lutero y Bismarck, y fue capaz de explicar el significado de las navidades y de la Pascua. Preguntado por la forma de gobierno de Alemania, respondió: «Nacionalsocialismo, fundado por el Tercer Reich».

Pero, aunque Erwin Amman respondió con claridad y rapidez, al juez le pareció mentalmente idiota. Erwin Amman recibió un suspenso y, a continuación, fue esterilizado.

***

Lo que más molestaba a Agnes era que absolutamente todo era cierto. Nadie estaba acusando a nadie de nada falso. Al menos, que ella supiera. Realmente habían violado, robado, golpeado y aporreado, y a lo mejor, cosas aún peores. Pero otros habían hecho esas mismas cosas, pensaba, sin que los mencionaran de forma destacada, y sobre todo, los islandeses nunca habían necesitado ayuda de nadie para cometer violaciones y actos violentos. Durante toda su historia habían sido perfectamente capaces de violar a su propia gente y de golpear ellos solos a su propia gente. ¿A lo mejor eran estos los trabajos que tanto temían los populistas que fueran a quitarles los extranjeros?

Agnes sabía que estaba amargada. Pero le daba absolutamente igual.

Y naturalmente, ese era el motivo fundamental de la tesis. Poner freno a la xenofobia y observar su propia sociedad desde arriba. Como si, al observar desde arriba todos esos delitos, pudiera anular su propia nacionalidad y evitar así las responsabilidades (compartidas) que la prensa parecía insinuar que le correspondían. Entonces, ella dejaría de ser una cabeza sin rostro en la masa anónima de los lituanos. Lituano número 8. Lituano número 27. Lituano número 1589.

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