Patricio y su primo emprendieron el regreso a la Ciudad de México pasando por San Cristóbal de las Casas. Al llegar, observó la belleza de esta ciudad plena de arquitectura colonial que invitaba a la meditación. Caminando entre sus calles y construcciones le invadió una paz interior al sentirse parte de ellas, sentía que le platicaban su historia sin necesidad de textos que las explicaran. Como si hablaran por sí solas de su pasado y de la explotación indígena en la época colonial. Fue entonces cuando vio una escena que lo enfureció: una señora pudiente regateaba el precio que una indígena pedía por su trabajo de bordado y que, a pesar de estar por debajo de su valor, vendía más barato angustiada por la gran necesidad que padecía. Cargaba en su rebozo a un niño de meses y, sentados junto a ella, estaban dos pequeños de entre cuatro y cinco años, descalzos y desnutridos. Ante tal actitud de la mujer ricamente ataviada, que Patricio calificó de tacaña, no pudo resistir y, sin pensarlo, intervino regañándola por su conducta, común en la gente adinerada que no valora el trabajo ni la necesidad del indígena. La señora le contestó en forma altanera gritándole “¡muchacho metiche!”, yéndose muy digna y disgustada. La indígena con una triste mirada, recriminó a Patricio la pérdida de la venta y él sólo tuvo dinero para comprarle una muñequita de trapo después de disculparse. Aunque la indígena no entendía el castellano cambió su semblante por un gesto de agradecimiento. Pedro, sorprendido por este acto impulsivo, le preguntó:
—¿Por qué lo hiciste?
—No es posible que entre nosotros no nos ayudemos. Esa señora es mexicana. Tú viste cómo en el mercado los extranjeros pagan al indígena lo que pide por su trabajo que, la verdad, por estas artesanías el precio es un regalo ¿o no?
—Sí, tienes razón —le contestó Pedro.
En San Cristóbal, algo que llamó la atención de ambos primos fue ver más turistas extranjeros que nacionales. “¿Será que los mexicanos visitan en sus vacaciones Disneylandia o no salen de Acapulco?”, se preguntó. Esto se lo contestaría el tiempo. Los que tienen dinero así lo hacen; los que no, se mueren sin conocer el mar.
Esto fue parte de lo que vivió y que lo sensibilizó respecto a su país, a su gente, con la clase menos privilegiada que conoció en Chiapas. Tenía otra visión de la vida. Ya en su casa, con esta nueva manera de pensar, comprendió que no sólo en Chiapas pasaba esto. Bastaba con salir a las colonias periféricas de su ciudad para observar esta miseria sólo que más triste y deprimente; sin los paisajes hermosos de Chiapas. “¿Qué pasó con la Revolución en México?”, nuevamente se preguntaba.
En las cartas que después de su viaje lo mantuvieron en contacto con Mardonio a través de los años, el sacerdote le escribía de sus inicios en Chiapas y de las injusticias que entonces vivió. Describiéndoselas le decía: “Fueron mis años de contacto con la realidad de opresión en las fincas. Fue la época de la conversión. De la indignación ética y del compromiso total”. Le platicaba de las torpezas de los programas oficiales para la “ganaderización” del territorio, de los robos de bancos privados y estatales que despojaron a los ejidatarios, de la contaminación de los ríos y las lagunas, de los fraudes de los ingenieros de la reforma agraria, de la lucha permanente de los nuevos poblados por los servicios más indispensables, de los trabajos de explotación de Pemex, de los programas de Inmecafé que, con su política de fertilizantes, destruyeron grandes extensiones de cafetos, de la represión gubernamental por el crimen indígena de exigir que las autoridades municipales dejaran de robar, así como de los problemas de oposición y las discusiones en la construcción de una iglesia autóctona impulsada por don Samuel Ruiz.
En una de esas cartas, le escribió una frase que lo puso a meditar más para reafirmar su vocación:
Deseo que durante este año nuevo del 79 se acreciente en ti el entusiasmo por luchar y por buscar soluciones realistas al sufrimiento de nuestro pueblo. Ciertamente el ambiente en que viven los estudiantes de las universidades no ayuda mucho ni poco a esto, pero que la vivencia que tuviste en estas tierras te ayude a mantener vivo el deseo eficaz del servicio al más amolado. Que las oportunidades que tienes de prepararte se enfoquen y vayan a dar al bien de nuestro pueblo y no al egoísmo absorbente que caracteriza nuestra ‘civilización’.
Con un fuerte abrazo,
Mardonio S. J.
Villahermosa, Tabasco.
Ocosingo y Simojovel, Chiapas
(1992-1995)
Patricio tomó de su escritorio uno de los libros que en su adolescencia le regaló su tío Esteban, México bárbaro, ensayo sociopolítico del norteamericano John Kenneth Turner que le causó una gran impresión. Se trataba de un escrito en el que el autor, al visitar México durante la época de don Porfirio Díaz (1910), había conocido su realidad. Meditaba sobre el mensaje inicial en el que se mostraba cómo veía el autor a nuestro querido país: “Descubrí que el verdadero México es un país con una constitución y leyes escritas tan justas en general y democráticas como las nuestras, pero donde ni la Constitución ni las leyes se cumplen. México es un país sin libertad política, sin libertad de palabra, sin prensa libre, sin elecciones libres, sin sistema judicial, sin partidos políticos, sin ninguna de nuestras queridas garantías individuales, sin libertad para conseguir la felicidad”. Varias veces habría de recordar Patricio estas palabras en esta nueva etapa de su vida que estaba por comenzar.
Finalizaba su segundo año como residente de Cirugía Pediátrica en el Hospital Civil en la ciudad de Villahermosa, cuando de improviso surgió un movimiento armado en el vecino estado de Chiapas. La acción militar de enero de 1994 coincidió con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La sublevación fue una protesta ante la extrema pobreza de indígenas y campesinos, las tierras arrebatadas a las comunidades indígenas, la explotación de los recursos de sus tierras y la falta de participación de las diferentes etnias tanto en la organización de su estado como de la República en su conjunto.
A pesar de ser uno de los estados mexicanos que posee mayores recursos naturales (petróleo, maderas, minas y tierras fértiles para la práctica agrícola), en Chiapas es donde la desigualdad entre los distintos sectores sociales se ha mostrado históricamente de una manera más patente, ya que su organización sociopolítica sigue apoyada en las viejas estructuras sociales y políticas de carácter autoritario y latifundista.
Campesinos pertenecientes a los grupos indígenas chamula, tzeltal, tojolabal, chol y lacandón, cubiertos con pasamontañas, se levantaron en armas e intentaron tomar siete cabeceras municipales. De izquierda autonomista, anticapitalista, antiglobalización y antineoliberalista, los indígenas zapatistas pedían “trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz”.
Todos los médicos del Hospital Militar, al que Patricio estaba adscrito, fueron convocados y acuartelados. Patricio tuvo que renunciar temporalmente a su residencia médica. Estaban tensos, temerosos. No sabían la cantidad de soldados heridos que recibirían, ya que ese hospital junto con el de Tuxtla Gutiérrez, eran los encargados de recibir a los lesionados en combate.
Los médicos militares, después de organizar el servicio de urgencias para atender a sus hermanos de armas heridos, esperaban en el cuarto del médico de guardia para ver las noticias por televisión. Un ambiente de silencio y responsabilidad se respiraba. Se hicieron equipos para recibir a los pacientes. Como Patricio tenía experiencia quirúrgica, fue nombrado ayudante del cirujano general encargado de uno de ellos.
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