La mayoría de las veces se requería de un intérprete que el sacerdote de Simojovel le facilitó; una religiosa que preguntaba en tzotzil e inmediatamente traducía al español:
—Cuusi ip chavaí, ¿qué tienes, de qué estás enfermo?
O bien:
—Cusii a belán, ¿cómo has estado? Cuchaal chabat a vontón, ¿por qué estás triste?
—Ip contón.
—Le duele el corazón.
Patricio, acto reflejo, auscultaba el precordio y tomaba la presión arterial sin saber que, en realidad, al paciente le dolía el alma. Ésa era su enfermedad, su profunda tristeza.
Al finalizar la labor social, Patricio regresó a Villahermosa para continuar con su trabajo en el Hospital Militar y fue ahí cuando, una tarde, mientras miraba las noticias en la televisión de la sala de espera, se anunció que el entonces presidente de México, Ernesto Zedillo, daría una importante noticia en cadena nacional.
Todo el personal permanecía expectante mientras aparecía en pantalla el máximo jefe de la nación. Cuando finalmente la cámara captó su rostro con una fuerte mirada, el país entero escuchó: “Acabamos de descubrir la identidad del líder de los zapatistas”. Como respaldo a sus palabras se presentaron dos fotografías del susodicho, una de su etapa de estudiante y una segunda que se empalmó sobre la primera en la que aparecía con el pasamontañas que lo identificaba como el jefe del movimiento insurgente.
El comandante supremo de las fuerzas armadas justificó entonces una nueva ofensiva militar diciendo: “Por este levantamiento armado miles de niños se han quedado sin asistir a la escuela y eso no lo toleraré”. Patricio veía la escena como si fuera en cámara lenta y de pronto, sin empacho y sin darse cuenta, dijo lo que pensaba en voz alta: “¿Escuelas? ¿Cuáles escuelas? Esto es injustificable, Zedillo fue secretario de Educación Pública antes de ser presidente y, por lo tanto, debería de saber que en Chiapas el analfabetismo es ancestral”.
Patricio criticaba constantemente las afirmaciones pronunciadas en aquella emisión televisiva, así como las que más adelante continuaron difundiendo diversos medios de comunicación. Como resultado de su análisis, se sentía cada vez más desligado del ejército. Día a día confirmaba que el presidente Zedillo no tenía ni la más mínima idea de lo que sucedía en Chiapas y concluyó que “sus asesores, al igual que él, no saben nada y, por ende, lo malinforman”.
Su razonamiento iba más allá. Quedaba claro que los comentarios distorsionados del jefe del Ejecutivo, así como de los miembros de su gabinete y de otros funcionarios, repercutían no sólo en las políticas del país, sino en la trayectoria de personas que dedicaban su vida a las poblaciones indígenas, como su amigo Mardonio y don Samuel Ruiz, a quien el presidente, durante una gira de visita a Sabanilla, Chiapas, en mayo de 1998, llamó “teólogo de la violencia” como parte de un discurso al que agregó: “A esos que creen que esa teología justifica la violencia, hay que decirles que están equivocados. Que rectifiquen si es que tienen una buena misión que cumplir en la Tierra”.
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