Un país es más vasto que su política o su vida republicana, más allá de su democracia. En estas páginas apenas son rozados algunos rasgos de la vida de los chilenos, amén que hay una referencia breve al período indiano, nada menos que la formación inicial de la sociedad chilena y de sus valores. Tampoco me refiero a vastas zonas de la realidad no tocadas como, por ejemplo, a lo que alude Gastón Soublette para mostrar la riqueza cultural del siglo XIX en los años de la independencia, plenitud que proviene de una esfera que no se puede explicar por completo desde el tipo de razonamiento que se ofrece en el libro:
Vivimos sobre nuestras raíces y no sobre nuestras ramas.
El árbol de la vida es la sabiduría.
Quien a sí mismo no conoce, a sí mismo se asesina.
Más vale saber que haber.
Si la experiencia es amarga, los frutos serán dulces.
El corazón no miente a ninguno.
Alaba lo grande y monta lo chico.
Cuida de lo poquito, que lo grande vendrá solito.
Para saber quién es, canta el canario.
La humildad es el hilo con que se encadena la gloria.
Más vale vivir sin alas que morir de un pechuzazo.
La flor más pobre y sencilla contiene una maravilla.
La soberbia de a caballo fue y volvió a pie.
Quien es lo que parece, cumplirá lo que promete.
Quien conoce su corazón, desafía a sus ojos.
El ojo verá bien siempre que la mente no mire por él.
El que sube como palma, cae como coco.
Donde reina el amor, sobran las leyes.
Lo ganado con el progreso a lo perdido no le hace peso.78
Nadie podría negar que aquí se encuentra hondura de civilización. Mas, una vez puesto en marcha el proceso civilizatorio —que tiene bastantes dimensiones—, este espesor solo puede adquirir el rango de meta de nuestros afectos, de cierta brújula de lo cotidiano, dentro de un sistema más amplio en el que se encuentra el orden político. Al final, la riqueza contenida en esos dichos alcanza su plena dignidad dentro de un sistema social, que incluye ese orden político, más complejo y fecundo, más caritativo y liberador; o más rudo y barbárico, o de aquel metal poscivilizatorio, que a veces es lo único que desata la nostalgia por la sabiduría contenida de la cultura popular, concretada en esas frases cargadas de sentido invocadas por Soublette. Finalmente, los seres humanos no se escaparán de la necesidad imperiosa de búsqueda de una civilización política que, con todas sus limitaciones y desengaños, es en lo que consiste la democracia moderna.
Por ello, nuestra mirada se vuelca para entender la evolución de la democracia chilena, sin afirmar ni mucho menos que el orden predemocrático, indiano, haya sido uno simplemente “autoritario”, un remedo de civilización. Todo lo contrario, es lo que nutrió el germen de ese orden nuevo, por lo demás de patente fragilidad y peligro. Sin embargo, los problemas que encierran estas afirmaciones reproducidas en el Preámbulo, lógicas, tentativas o quizá disparatadas y —solo en un sentido— contradictorias, podrían caracterizar la vida cotidiana de cualquier orden político a lo largo de la historia. Lo que distingue en especial a la democracia es que consiste en un intento de sacar a luz estos dilemas, y permite una forma de elucubrar en medio de la existencia histórica una figura y dirección de la sociedad humana. Es por lo mismo que con frecuencia se desmaya de ella.
En general, los historiadores que escribieron en el siglo XX, en especial los que conocen bien el período indiano o colonial, han tendido a destacar la continuidad entre las instituciones de la Capitanía General o Reino de Chile y las de las primeras fases de la república. Esta idea presenta mayor verosimilitud que la del quiebre radical entre una y otra experiencia, aunque las formaciones sociales a lo largo de la historia jamás cambian abruptamente del todo. La historia del siglo XX a lo largo del globo demostró la persistencia de factores de largo plazo. Sin embargo, en el caso de Chile e Hispanoamérica existe un plano en donde hay una novedad hasta cierto punto radical. Hay que poner énfasis en que esto es relativo, ya que jamás se hallan ausentes las continuidades ocultas. Con todo, la ruptura que se da en un aspecto es aquella que encabeza el objetivo central de este libro, el que los criollos hayan manifestado lo que en términos históricos es la creación de un lenguaje y de una aspiración, como siempre, más o menos honesta, de ensayar una nueva experiencia política que también requería de una cultura distinta. Fue la aparición del lenguaje republicano o republicano-democrático, que se presentó súbitamente a lo largo de Hispanoamérica, el modo como muchas formas modernas de identidad político-cultural surgieron en gran parte del globo en los siglos XIX y XX. La democracia moderna, más allá del continente de lo que iba a ser América Latina, fue una creación en base a experiencias anteriores, producto, con todo en especial, de eso que se llama modernidad.
A la democracia le es inherente la identificación de la esfera política con el debate en torno a ella, y otras condiciones que se explican más adelante. Lo fundamental parece ser la idea del preguntarse por el grado de realidad que alcanza, el grado de vigor moral que podría tener, o carecer del mismo. Como se verá y se puede deducir de los juicios bastante diversos y encontrados que se enumeran más arriba, la palabra misma y la realidad supuestamente definida por ella, llegó a alcanzar tal legitimidad en el curso de los siglos XIX y XX que, por lo mismo, las formas políticas comprendidas bajo su nombre pueden ser completamente contradictorias y hasta antagónicas, hasta el punto de que se puede pensar que el concepto de democracia perdió todo sentido. De ahí que la finalidad de este libro es pensar la historia de Chile, en especial el último medio siglo, desde el punto de vista de una pregunta que de hecho ha sido distintiva de su historia política, el grado de democracia real que ha existido en el país. Para no terminar en un camino ciego, callejón sin salida, en el Capítulo 3 se ofrece la definición que el autor —por cierto, aproximadamente aprendida de una falange de historiadores y pensadores políticos que me enseñaron a través de su escritura— considera la más adecuada para entender el fenómeno de la política moderna y el modelo al cual debe referirse el proceso democrático. No ignoro que esto puede ser cuestionable y pertenece a la misma historia de la democracia el discutir este planteamiento. El libro pretende ser una contribución a este debate, así como al conocimiento histórico.
A quienes estudian el funcionamiento de los sistemas democráticos les podrá extrañar la poca mención que se hace a la evolución del Poder Judicial, uno de los puntales de la misma y del Estado de derecho; o de las universidades, de donde surge en la modernidad el grueso de la clase política; o de la evolución y características de los medios, que es toda la comunicación que fluye con relativa espontaneidad, sin la cual no existe sociedad abierta. El libro no consiste exactamente en una historia de la democracia en Chile, sino en cómo el país encaró, pensó, sorteó o asumió los desafíos en la prosecución de un sistema democrático, o en la desesperación o apatía por el mismo; en un país donde la crisis ideológica caló profundamente a lo largo de su historia republicana, ello ha constituido una estructura fundamental de su historia republicana. El metro comparativo que empleo es tanto la idea de democracia analizada en el Capítulo 3 como la evolución de ese sistema en nuestro mundo en los últimos siglos.
Esta obra no pertenece en lo principal a lo que se conoce como investigación monográfica ni a un proyecto específico en término de investigación. Secciones del mismo corresponden a una vida de estudio y de discusión sobre la historia contemporánea; una que otra parte tiene que ver con trabajos de investigación realizados en el curso de mi vida académica. No he pretendido entregar una bibliografía acabada acerca de lo que se ha dicho en Chile sobre democracia, labor importante pero que en este caso podría haber distorsionado el fin que se persigue. No obstante, realicé un esfuerzo por efectuar referencias representativas y no pocas de las notas indican hacia autores que tienen visiones con matices distintos, o a veces completamente antagónicos, al menos en alguna parte de su obra. Es un libro distinto a otros que he escrito, pero que tiene también una consecuencia lógica con parte sustancial de mi trayectoria. Las notas se refieren en lo esencial a lo que los historiadores llamamos literatura o bibliografía, vale decir, otros estudios sobre la totalidad o parte del problema. Por allí y por allá aparecen también referencias a lo que denominamos fuente, es decir, el rastro original. Debo añadir, como lo hice en un libro mío de hace quince años, que por haber vivido, sentido, sufrido, angustiado y gozado una parte del período que abarca la mitad del libro, no se puede ocultar, como no debería hacerlo ningún historiador, que uno también es fuente. Esto no quiere decir que ni haya hecho un esfuerzo por escudriñar mis propias ideas y conceptos, ni tampoco que pierda la conciencia de que habrá más de una pregunta y una crítica al mismo, ya que en eso consiste la ciencia en esta esfera del conocimiento.
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