Antonio José Royuela García - Periféricos

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Dos profesores aceptan la propuesta de un agente del Centro Nacional de Inteligencia ( CNI ) para dedicar sus vacaciones de verano para colaborar en una doble investigación.La relación de ambos con Abdel Samal , español de origen marroquí vinculado a una organización terrorista, y con Teo Areces , miembro de una banda criminal, son la coartada perfecta para acercarse a ellos sin levantar sospecha y extraer información que pueda ser útil al CNI Y la Policía.El destino querrá que lo que parecía un juego sin riesgo termine por poner en peligro sus vidas. Una ruleta de la que no podrán escapar por unas motivaciones que una imaginaron que les pasarían. El miedo al daño que puedan sufrir algunas personas queridas, la muerte de amigos cercanos o un amor tormentoso les llevará a cambiar sus expectativas y la manera de entender el significado de vivir.

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—¿Es la soledad la que empuja a escribir o los escritores son seres solitarios? —preguntó con tono taciturno.

Las palabras me llegaron a un ritmo lento. Respiré hondo. Me llevé su curiosidad al plano personal, aunque contesté de manera genérica. Era el ego tonto que nos puede a los que soñamos con ser reconocidos.

—Hay de todo. Auténticos misántropos y quienes no son capaces de pasar dos horas sin que les digan lo guapos que son.

—¿En qué grupo estás?

—En ninguno —respondí, desechando de inmediato mi absurda generalización.—Igual es que no tienes madera de escritor. —Permaneció unos instantes callada—. Es broma. Escribes muy bien —añadió a continuación.

La terraza nos permitía fumar sin necesidad de movernos. Ella es una poeta muy activa. Incluso en verano, cuando la actividad literaria reduce sus niveles de adrenalina, sigue con una frenética agenda de recitales. Mi caso es distinto. Durante el periodo estival necesito alejarme del mundo de las redes sociales y de los continuos saraos líricos.

Le agradecí su generoso comentario y le confesé mis planes para el verano.

—Empezaré a escribir la mejor novela del siglo XXI. —Le guiñe un ojo al tiempo que le sonreí—. Seguiré escribiendo y puliendo el libro de poesía social que me ronda la cabeza y, sobre todo, leeré muchísimo. Tengo un montón de lecturas atrasadas.—Me encantan tus propósitos. Envidio la fuerza de voluntad que tienen las personas como tú.

Nos recogimos cerca de las dos de la mañana. La ginebra puso la guinda a una velada de confesiones y de risas. Un abrazo fuerte y los deseos compartidos de disfrutar al máximo el verano nos alejaron hasta el inicio del curso siguiente.

4

El año iba camino de récord negativo. La peor sequía de los últimos veinte años asolaba España. El fantasma de las restricciones amenazaba a medio país. Sin embargo, el último día de trabajo no hizo falta que sonara el despertador. El golpeo duro y continuo de una lluvia torrencial sobre el asfalto y los tejados me despertó con brusquedad. El cielo estaba cubierto de un color gris mate que fue desapareciendo a lo largo de la mañana. Antes de salir para Córdoba ya lucía un fastuoso sol que me acompañaría todo el camino.

Tenía el tiempo justo para llegar, descargar las maletas y acudir a la cita con mi amigo. A pesar de que es más inteligente no llenar la cabeza de grandes elucubraciones, en la hora y cuarenta minutos que tardé en hacer el trayecto no pude pensar en otra cosa que en la revelación de los secretos de su enigma.

Rafa estaba sentado en una de las mesas cercanas a la cristalera que delimita el local con la acera de la calle Alfonso XIII. Saboreaba un café bombón. De espaldas a la puerta de acceso, no pudo verme entrar, así que le sorprendí por la retaguardia.

—¿Qué tal, my friend? —le pregunté, justo antes de darle dos besos.

—Sin grandes titulares y con mucho trabajo.

Me sorprendió lo de «mucho trabajo». Acabábamos de empezar el periodo vacacional y lo lógico es que hubiera hablado en pasado, pero como es adicto a los libertinajes metalingüísticos no le di mayor importancia.

Habíamos quedado para tomar café en un pub que hace las veces de cafetería, cerca del instituto donde él trabajaba. Un lugar encantador donde se puede disfrutar de una consumición acompañada de suave música.

Rafael Quesada adereza cualquier historia con todo lujo de detalles, ya sea una noticia de calado político, la tragedia del hambre en el cuerno de África o simplemente su día a día. Despierta el interés del interlocutor de inmediato. Cuando llevo tiempo sin verlo, echo de menos nuestras conversaciones para arreglar los problemas del mundo. Pocos sitios tan reconfortantes para hacerlo como la ciudad donde abrí los ojos por primera vez.

Esta vez todo quedaba en un segundo plano. Habría tiempo de analizar con detenimiento la actualidad. La curiosidad por destripar las sorpresas que me tenía preparadas era el plato principal.

Antes de decir una sola palabra, retiré la silla hacia atrás sin llegar a sentarme. El punto de partida para cualquier diálogo exige un reparto equitativo en la logística de todos los participantes y a mí no me había dado tiempo a pedir tan siquiera una consumición.

—Voy a acercarme a la barra a pedir un café con leche. Vuelvo en dos minutos y me pones al día —le dije sin posibilidad de que reaccionara.

—No tardes —contestó con tono jocoso.

No parecía intranquilo; en cambio, yo estaba bastante excitado, aunque lo ocultara bajo una falsa serenidad. Intrigado por los motivos que le llevaron a preguntarme tanto por Teo Areces como por Abdel Samal, inicié la ofensiva intentando unir las piezas del rompecabezas que se me escapaban.

—De Teo, no me extrañará nada de lo que me cuentes. Andará envuelto en algún asunto de drogas, en alguna reyerta entre bandas o en el asalto a cualquier joyería. A saber.

El infortunio y la falta de oportunidades son una ciénaga de arenas movedizas para anular al ser humano que todos llevamos dentro y sobrevivir a base de nuestra más encarnizada naturaleza. El Teo que recordaba era un tipo afortunado. Un presentimiento me decía que la suerte le había dejado de lado.

—Tu instinto sigue sin traicionarte —manifestó junto a una sonrisa ladina.

—De Abdel, no sabría por qué cara apostar. ¿Está trabajando para una importante empresa informática y se pasea con un BMW último modelo a pesar de su juventud?

—En esta ocasión, no te ha funcionado tu clarividencia —matizó.

Abdel no era de habitar en zonas templadas. Me equivoqué al apuntar al extremo bueno.

—No acabo de ver la relación entre Teo y Abdel.

—No te impacientes. No te será difícil atar todos esos cabos que ahora te resultan extraños.

Tenía hilvanado hasta el último pespunte de la puesta en escena. Distender la conversación era una estrategia estudiada, así que, después de pedirme paciencia, cambió de orientación el foco y me preguntó:

—¿Tienes algún nuevo lío de faldas del que quieras contarme detalles o prefieres llorar por los veinte años de hipoteca que aún tienes por delante?

En principio, deberían haber sido los temas de nuestra conversación. No fue así. La incertidumbre es mala compañera de viaje. El rigor con el que había trazado las líneas maestras de nuestro encuentro se lo rompí de un plumazo.

—Mejor terminar lo que se empieza. Ya habrá tiempo de hablar de lo interesante.

—¡Ja, ja, ja! Cuando escuches lo que tengo que contarte, lo importante habrá cambiado de lugar. Pon atención y abróchate el cinturón.

Rafa tenía información directa de Abdel Samal por haber sido profesor suyo y datos de primera mano por personas muy cercanas a su entorno. Abdel consiguió que le expulsaran seis veces a lo largo de los cuatro años de la ESO. Los altercados con sus compañeros fueron la causa principal de dichas expulsiones; no obstante, consiguió graduarse.

—Cuando en el corazón te anida la sensación de que los que te rodean sienten desprecio hacia ti, tu vulnerabilidad tiende a solucionar violentamente cualquier asunto y se convierte en la herramienta principal de tus relaciones sociales e incluso emocionales —interrumpí con voluntad didáctica.

Hizo un silencioso gesto de asentimiento y siguió su narración:

—Con diecisiete años, empezó a salir con Adira Kintawi, un año menor que él. Adira era a Abdel lo que el día a la noche. Ella, trabajadora y responsable; él, bastante vago e insensato, queriendo hacerlo todo con la ley del mínimo esfuerzo. Ella, apacible y equilibrada; él, iracundo e inestable. Adira, madura y comprometida con el bien común; Abdel, alocado en todas sus acometidas.

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