Nina Rose - El castillo de cristal I
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—Lenna, ella es Rylee Mackenzie, la chica que advirtió del ataque. El general ha decidido que se quede, entrenará conmigo y estará bajo los cuidados de Gwain. Y ella es su loba.
Los oscuros ojos de Lenna escrutaron a Rylee y a Ánuk. La muchacha notó la fuerza que exudaba; también notó su pelaje negro y lustroso, su piel oscura brillante y su sedoso cabello blanco, que la adornaba como una crin sobre su cabeza. Se veía mayor que los otros y Rylee no supo si fueron las cicatrices de luchas pasadas, su aura sobrenatural o su mirada sobre ella, pero volvió a sentirse inferior.
La centáuride alzó los ojos al cielo y, con una grave voz, dijo:
—Has llegado en época de cambios, niña humana. Las estrellas hablan de transformaciones, muerte y cenizas. Pero también hablan de amor y esperanza... ¿Qué es lo que portas tú, niña humana?
Rylee no supo cómo contestar, ni qué decir.
—Eh, bueno….
La centáuride sonrió y volvió a contemplarla.
—Lo veremos —dio media vuelta y se internó un poco más hacia la espesura del bosque, seguida de los otros centauros. Pero antes de desaparecer se dio media vuelta y agregó—, mis hermanos no las lastimarán. Entrena bien, niña humana, la espada enemiga no esperará a que pongas el escudo para detenerla —y diciendo esto, se perdió entre los árboles.
—Meh, centauros. No son buenos conversadores —dijo Menha con un mohín—. En fin, te llevaré a la fragua, ven.
Rylee, aún un poco atontada por su encuentro con Lenna, siguió a la elfa hasta el lugar donde antes había visto a los enanos, seguida de Ánuk, que parecía tan aturdida como ella. Los vio a lo lejos; eran cinco, todos fornidos, barbudos y sudorosos por el trabajo.
—Bien, Rylee, ellos son los hermanos Granner —señaló a tres— y sus primos, los gemelos Stonner —apuntó a los otros dos. Todos son excelentes herreros y han hecho la mayoría de las armas de nuestros soldados. Si te la ganas, creo que no les molestará hacerte una espada.
Uno de los Granner se acercó a Rylee y la miró con su único ojo bueno; el otro estaba cubierto por un pañuelo bajo el cual notaba una fea cicatriz. Repentinamente, algo enorme voló hacia su cara; en milésimas de segundo Ánuk se posicionó para defenderla, pero el enano no la había golpeado: su mano había quedado a poca distancia de la nariz de la muchacha, quien la contempló sorprendida.
—Greynir —dijo, pronunciando con fuerza la “r”—. Mis hermanos, Gradir y Grerron, mis primos Stroit y Strennar —mencionaba los nombres con un gesto de la cabeza para identificarlos. Su mano seguía cerca de su nariz y Rylee comprendió que esperaba que se la estrechase.
—Ry... Rylee Mackenzie. Y Ánuk, mi loba —se alejó un paso y estrechó con cautela la mano ofrecida; bastó solo ese gesto para que el enano riera con ganas y la apretujara en un abrazo que le cortó la respiración.
—¡Ja, ja, ja! —rió— ¡Bienvenida, bienvenida! —la soltó; Rylee sintió cómo su estómago se reacomodaba en su interior y cómo Ánuk se relajaba a su lado—. Si necesitas ayuda, no dudes en recurrir a nosotros. Te haremos una bonita espada, si es que eres buena —le guiñó el ojo y, entre risas, volvió al trabajo.
—Vamos —le dijo Menha—, debes estar hambrienta. Gwain dijo que te tendría algo de comer en su tienda, te explicará algunas cosas.
Ambas se dirigieron hacia la tienda del mago, pero antes de que pudiesen entrar, una enorme sombra les interrumpió el paso. Por un momento, Rylee pensó que el nigromante la había seguido; sin embargo, el frío que despedía la masa frente a ella no era repulsivo. Al fijarse mejor, vio a un enorme hombre, tan alto que ella apenas le alcanzaba el pecho; en su rostro y en su cuerpo moreno tenía grandes trozos de metal adheridos en algunos sectores, como si éstos fueran parte de su piel, además de marcas que parecían ser maggena pero que Rylee no pudo leer. Era calvo y barbudo, de complexión fuerte, y miraba amenazadoramente a Ánuk, quien una vez más estaba a la defensiva.
—¿Quién eres? —su voz era tan profunda que Rylee pudo sentir un retumbar en su interior.
—Yitinji, ella es la chica nueva, Gwain la está esperando —le dijo Menha al gigante.
—El amo dijo a Yijinji que ella vendría. Pero Yitinji debe ser precavido con los extraños —miró a la muchacha con recelo—. Puedes pasar —se apartó de la entrada.
—Bien, aquí te dejo. El campamento partirá en unas horas, entrenaremos en cuanto hagamos una parada, así que prepárate —Menha la palmeó en un brazo y se alejó.
Rylee volvió a mirar a Yitinji, pero apartó la vista con rapidez, un poco asustada de que en cualquier momento la fuera a golpear. Ingresó a la tienda y se alejó lo más posible de la entrada.
Gwain estaba terminando de servir un vaso de vino, sentado en una pequeña mesa preparada para dos. Al acercarse, Rylee notó que en su puesto había un gran plato extra.
—No sabía cómo suelen comer y no quería ofender poniendo un plato en el suelo para Ánuk —explicó el mago al notar la mirada de la chica. Rylee sonrió, agradecida por el gesto y miró a su amiga, que parecía un tanto conmovida por la consideración.
—A ella le gusta echarse al suelo a comer. Le es más cómodo —puso el enorme plato en el piso al lado de su silla y Ánuk inmediatamente se acomodó a devorarlo, hambrienta.
Comían en silencio. La tienda era cálida y olía extremadamente bien, aunque Rylee no pudo precisar a qué correspondía el aroma. Como a ella nunca se le había dado bien mantenerse callada, soltó el tenedor y, como si se librara de un enorme peso, exclamó:
—Ok, ¿qué o quién era eso que estaba afuera?
Gwain, sorprendido, se atoró con el vino a medio beber y rió ante el inesperado gesto de la muchacha. Le parecía fascinante que ella le hablase de una forma tan natural y libre, como si llevaran años de conocerse en vez de solo unas horas.
Se limpió con parsimonia el vino que había derramado, disfrutando un poco de la cara de ansiedad de la muchacha y, finalmente, con un gesto de fingida solemnidad, contestó:
—Yitinji es mi golem5 —dijo sin agregar mayor detalle.
—Oh, ya veo —Rylee se relajó y siguió comiendo, sin percatarse de la mirada incrédula que atravesó el rostro del mago por una milésima de segundo. Por supuesto, Gwain había esperado sorprender a la chica, dejarla en suspenso con la información. Pero parecía no importarle el tema más allá; entonces cayó en cuenta de que, probablemente, ella ya sabía algo de los golems.
—¿Habías visto a uno antes? —preguntó como quien no quiere la cosa.
—No, pero leí de ellos una vez. Me llamó la atención todo eso de crearlos de barro. Me sorprendió un poco cuando vi que tenía metal en el cuerpo, pero supongo que no debe ser demasiado difícil construir uno de ese tipo si se tiene la magia adecuada.
Hablaba como si fuese lo más natural del mundo manejar información como aquella. Sonriendo, Gwain pensó que se divertiría mucho con ella y se sintió como un niño que acababa de encontrar un mejor amigo.
—Bueno, técnicamente, no creé a Yitinji. Pertenecía a otro mago, un Especialista en la rama de la Creación, pero lo utilizaba para lastimar a personas inocentes y para intimidar a otros magos. Asi que lo confronté y en una pelea bastante sucia por su parte, logré arrebatarle al golem el sello que lo ligaba a él. Con mi sello en su lugar, Yitinji paso a ser de mi propiedad y desde entonces nos hemos cuidado mutuamente. Como imaginarás, los magos rara vez tenemos grandes habilidades para la lucha física, ya que preferimos usar la magia y los conocimientos teóricos.
—Pero usted no parece ser débil físicamente —apuntó Rylee.
—Eso es ahora. He debido aprender a luchar por la fuerza, aunque tengo la fortuna de haberme entrenado tanto mental como físicamente para mi Especialidad de Defensa y Protección. Y no es necesario que me trates de “usted”, me hace sentir viejo —sonrió.
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