Pablo Zamboni - Watson & Cía. Código V

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Los hermanos Ulises y Ágatha Watson tienen una agencia de detectives de monstruos. Un día reciben la llamada de auxilio de sus amigos Luana, Uriel y Caetano, que habían tenido un incidente escabroso mientras filmaban un programa para la serie «No apagues la luz» para su canal de YouTube. A raíz de su investigación descubrirán una red organizada por el temible barón Samedi, amo del vudú, y su macabro plan para convertir a toda la humanidad en zombi.

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–Veo un leve resplandor al final de la escalera –murmuró Caetano, apenas con un perceptible hilo de voz...

Luana y Uriel, que lo escoltaban un par de metros atrás, se detuvieron abruptamente ante el comentario. Caetano giró haciendo señas para que se acercaran en silencio.

Ágatha y yo estábamos expectantes, conteniendo el aliento, como si nos encontrásemos ahí, junto a ellos, a pesar de saber que en este formato de programas las escenas se exageran y, hasta cierto punto, se teatralizan, para crear tensión y así generar mayor audiencia. Pero la realidad es que en la mayoría de las incursiones, por no decir en todas, nunca sucedía nada realmente extraordinario.

Caetano comenzó a descender lentamente. Luana y Uriel permanecieron inmóviles.

Al final del recorrido, sobre el rellano de la escalera, la cámara captó el confuso movimiento de unas sombras zigzagueantes que se retorcían y giraban con asombrosa rapidez, como si se tratara de una danza macabra.

Los tres sabían sobre los riesgos que corrían al entrar a una casa abandonada. Existe el peligro de derrumbes, ya que se trata de casas viejas y sin mantenimiento, o de encontrarse de personas deshonestas que aprovechan la posibilidad de albergue que brinda una casa sin dueño. Muchos delincuentes o gente del submundo las eligen como refugio. Por eso, antes de ingresar a cualquier lugar, nuestros amigos realizaban un estudio minucioso del edificio. Solo entraban si consideraban que el lugar era cien por ciento seguro. Pero podían equivocarse…

–Escucho tambores, voy a bajar unos escalones más –dijo Caetano susurrando nuevamente al micrófono.

Paralizados ante la inesperada decisión, Luana y Uriel intentaron detenerlo utilizando un procedimiento ensayado para casos de peligro, pero su amigo lo estaba ignorando por completo.

–Caetano, el perro a la cucha… El perro a la cucha, el lugar no es seguro. ¡Sube inmediatamente! –ordenó una inquieta Luana a través el micrófono.

En las profundidades, la luz de la cámara de Caetano se desvaneció, solo algún sonido devolvía algún rastro de él.

–Es una especie de ritual –balbuceó mientras sus palabras se mezclaban con el ritmo acompasado de los tambores que ahora se escuchaban con nitidez.

Caetano Estás violando las normas de seguridad si hay personas nos vamos - фото 13

–¡Caetano…! Estás violando las normas de seguridad, si hay personas nos vamos… –se desesperó Uriel–. Regresa, fin del programa –insistió.

El micrófono de Caetano se enmudeció durante algunos minutos, mientras la cámara de Luana mostraba cómo un aterrado Uriel se alejaba de su lado, hacia la puerta que comunicaba con el sótano. Apenas la abrió, se encontró con el rostro pálido y desencajado por el miedo, de Caetano.

–Salga-a-a-mos de este... lu-lugar –balbuceó, intentando inútilmente dominar sus emociones.

Uriel, sin dudarlo, lo tomó del brazo. La cámara apuntaba ahora hacia un costado. Con tanto movimiento se hacía difícil distinguir algo, solo se escuchaban los gritos de Luana pidiendo salir cuanto antes entre estruendosos pasos.

Esa fue la última transmisión de “No apagues la luz”.

Capítulo dos El primer encuentro con un hombre sombra Apenas terminó el - фото 14

Capítulo dos

El primer encuentro con un hombre sombra Apenas terminó el video intentamos - фото 15

El primer encuentro con un hombre sombra

Apenas terminó el video, intentamos comunicarnos con ellos, pero nos fue imposible, no respondían a los llamados. Al fin, recibimos un escueto mensaje de texto de Luana:

Los necesitamos, ¿pueden viajar?

Tardamos un par de días en prepararnos y además debíamos convencer a nuestros padres para que nos permitieran viajar. Pero no perdimos el tiempo, aprovechamos cada instante previo al viaje para analizar una y otra vez el video.

Lo habíamos descargado en nuestra computadora portátil y fue una decisión acertada, ya que el video fue borrado horas después.

Fue un arduo trabajo analizarlo cuadro por cuadro, pero el esfuerzo rindió sus frutos. Un brillo de triunfo resplandeció en los ojos de Ágatha. Segundos antes del final de la película, se detuvo en una imagen. Una silueta oscura surgía sobre el margen derecho de la pantalla; era más bien una sombra que se recortaba en un haz de luz proveniente, seguramente, de la cámara. Pero se podía observar, apenas perceptible, un rostro pálido que sonreía...

Creo que se trata de la cara de una muñeca antigua exclamé asombrado por el - фото 16

–Creo que se trata de la cara de una muñeca antigua –exclamé asombrado por el descubrimiento de Ágatha, ya que por lo general la tecnología es mi territorio.

–A menos que la muñeca pueda caminar… Segundos antes, cuando Caetano descendió por las escaleras, el lugar se encontraba limpio –dijo Ágatha señalando la captura de pantalla del mismo sector en distintos tiempos.

Una semana después de recibir el mensaje de Luana, arribamos a la terminal de ómnibus de la ciudad de La Plata. La humedad y el frío se hacían sentir.

–Lindo clima para unas vacaciones –bromeé mientras me subía el cuello de la campera.

–Espero que no sea nada tan serio y podamos disfrutar de la ciudad, siempre quise recorrerla –respondió Ágatha–. Solo tengo un vago recuerdo de cuando la visitamos con la escuela, hace años.

–¿Sabías que algunas personas la llaman “la ciudad de los brujos” por la gran cantidad de elementos esotéricos escondidos en su arquitectura? Y, hasta donde sé, una maldición pesa sobre ella –dije demostrando que había hecho mis deberes.

Luana y Uriel nos esperaban en una de las dársenas de la terminal de ómnibus.

Dos años habían pasado desde que se fueron de Oriente para estudiar en la Universidad de La Plata. Eran unos de los pocos amigos que conservábamos fuera del pueblo y que conocían nuestra historia completa; su afinidad por lo oculto nos mantenía en estrecho contacto.

A pesar de la alegría del encuentro, sus rostros demostraban cansancio y sufrimiento. Caetano no vino a recibirnos, hacía días que no salía de su habitación. A pesar de ser el más valiente del grupo, ahora se negaba a salir y dormía con la luz encendida.

Después de recordar viejos tiempos, nos sentamos en ronda, conectamos nuestro grabador para no perder detalle y Luana comenzó su relato sobre lo sucedido aquella noche.

–No sé por qué razón estaba inquieta, el clima en el lugar no era diferente del de otras casas que hemos investigado –comenzó, frotándose las manos–. Le transmití mi inquietud a Caetano, pero sabes cómo es, nunca acepta advertencias, siempre quiere ir por más.

Ágatha asintió tomando sus manos.

–Apenas habíamos avanzado unos metros en el interior, cuando sentí que una brisa de aire frío nos envolvía y pude escuchar, a lo lejos, una risita suave.

–En el video no se oye nada –dije y tomé nota del hecho.

–Pero fue así, Ulises. Ambos la escuchamos. ¿No es así, Uriel? –le preguntó Luana a su amigo, que asintió en silencio–. Quedé paralizada –continuó Luana dirigiendo una mirada al vacío, como si estuviera reviviendo el momento–. Y vi que Caetano desaparecía por una puerta por la que se descendía al sótano.

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