El mencionado telar de Jacquard a base de tarjetas perforadas podía construir distintas clases de hilados. Aunque debía ser operado por una persona, era posible configurarlo según los tipos de tela y los patrones de hilado, un proceso que, podría decirse, contaba con cierto nivel de programación.
Con esos rudimentarios antecedentes, aunque muy inspiradores para los pensamientos inquietos, a Babbage se le ocurrió desarrollar una máquina capaz de variar los cálculos que hacía en función de una programación. Para ello, contrata a Ada Lovelace, quien visitaba su taller desde su juventud.
Por aquel tiempo, Inglaterra era un hervidero de creativos ávidos de inventar. La multidisciplinariedad era un lugar común. Un mismo personaje aprendía de mecánica, sumaba estudios de física, indagaba los principios de la química... Desde todos los ámbitos, se aguardaban progresos y la idea de mecenas, que en algún momento de la historia se afirmó en el arte, llegó a las disciplinas técnicas. La corona inglesa seducía a los inventores todo el tiempo, proponiendo equipos para crear a cambio de un premio en dinero. Tanta inquietud hizo crecer la participación de las personas y convirtió en tentadoras a las nuevas áreas de estudio.
Ante ese escenario, y seducido por los primeros pasos dados, Babbage empezó a buscar el modo de hacer cálculos, un tema que lo cautivaba: una persona podía pasar años haciéndolos, y mecanizar el modo de obtener resultados en cálculos complejos podía convertirse en un gran paso hacia otro futuro.
Con una mentalidad amplia y la mira puesta en su objetivo, suma como colaboradora a la hija de Byron, a quien logra obsesionar con su proyecto. Gracias a su mirada de mujer, Ada abre el horizonte y suma nuevas ideas que adhieren profundidad a lo meramente técnico: el concepto filosófico de las máquinas programables. A pedido de su jefe, transcribe un texto traducido del matemático italiano Luigi Menabrea. A las tres páginas originales le suma dos decenas de su propia autoría mucho más ricas e intensas que la traducción misma. Esas notas son consideradas el germen de lo que más tarde fue la programación, y ella fue reconocida mucho después, por ejemplo, por el Departamento de Defensa de Estados Unidos que diseñó un lenguaje al que llamó Ada en su honor. Este es probablemente el lenguaje de programación más avanzado que se haya desarrollado.
Lady Lovelace está considerada la primera programadora y una fuerte figura femenina dentro de un ambiente regido casi totalmente por hombres.
El trabajo de Ada fue olvidado por muchos años. Apenas se le concedía el papel de transcriptora de las notas de Babbage. Como ocurrió con hombres de las letras o de la música, el científico abonó la idea de que ella fue la intérprete de sus propias opiniones. Son bastante recientes los reconocimientos a su mirada original e independiente de la de su jefe.
Sobre las notas, una de las principales cuestiones a destacar es que creía posible la programación y que esa codificación se podía utilizar para interpretar música, por ejemplo. Es ella quien ve un universo más allá de los números, pero inspirado en ellos. Es Ada quien considera que la programación puede ser aplicada a cuestiones ajenas a las matemáticas, permitiendo que las máquinas hagan muchas otras actividades diferentes al mero cálculo.
A Babbage le rondaba la idea de construir una nueva clase de equipo de cálculo, una máquina analítica de carácter general. Este es el concepto del computador moderno de uso general que significó un tranco en la historia de la computación. En 1843, Ada publicó una serie de notas sobre la máquina analítica de su jefe que firmó con las iniciales de él por miedo a ser censurada por su condición de mujer, como una especie de George Sand de la tecnología.
Se consideraba a sí misma como una analista y metafísica, conceptos que sus coetáneos no llegaban a interpretar. Faltarían muchos años para que así sucediera. Con ese enfoque, Ada desarrolló puntillosamente algoritmos y operaciones trigonométricas que se sucedían en la máquina analítica de Babbage. También se explayó sobre el uso de tarjetas perforadas para programar.
Su forma de leer los avances y de combinar conocimientos le permitió no enfocarse en el cálculo, como sí sucedía con Babbage, quien centró sus estudios en ello durante toda su vida. La mujer consiguió detectar la filosofía esencial de una computadora, pero no llegaron a tener una en el sentido actual con el que hoy la conocemos.
El equipo de Charles Babbage –que nunca llegó a construir– cumplía con los requerimientos de lo que se consideró más tarde una computadora. Esta revolución iniciada por Lovelace fue el primer quiebre en la historia de la informática, una experiencia que Jobs recreó una y otra vez al revertir los conceptos que se tenían antes del 76, a partir de que él y Steve Wozniak se juntaran para imaginar una nueva idea, una reformulación de lo que ya existía.
Fue precisamente el dúo Babbage-Lovelace quien primero comprendió que el equipo a construir no era una computadora (que quiere decir “algo que calcula”) ni tampoco un ordenador (palabra utilizada en español y en francés, cuyo origen se remonta a unos equipos de IBM que servían para ordenar); en realidad, una computadora moderna es mucho más que una computadora y un ordenador.
Entre sus múltiples aportes, esta Lady de la tecnología dejó el uso de tarjetas perforadas como método de entrada de información e instrucciones a la máquina analítica. Además, creó una modalidad de escribir programas, principalmente basada en el texto que tradujo del especialista Luigi Menabrea sobre el funcionamiento del telar de Jacquard. Pero, por sobre todo, dejó una mirada ajena a la técnica, un horizonte que llega más allá de las matemáticas y que resultaría inspirador para sus sucesores. Fue la hija de un poeta la que vio poesía en la tecnología futura.
Capítulo 2
Turing cree que las máquinas piensan
Los orígenes de la computación parecen haber estado en manos de minorías. Mientras una mujer se las ingeniaba para pensar a la tecnología como una alternativa válida que resolviera problemas cotidianos, aun cuando no llegara a verla en su realización final, fue un hombre condenado por la ley por su homosexualidad (cuestión que lo llevaría al suicidio) quien ideó la primera computadora teórica.
Curioso es pensar que los creadores puedan ver en sus cabezas aquello que los mortales solo podemos ver en la realidad. Ese paso lo dio Alan Turing (Maida Vale, Londres, 23/6/1912 - Wilmslow, Cheshire, 7/6/1954), quien a dos años de su muerte sería calificado como el padre de la inteligencia artificial, un concepto que tardaría décadas en ser experimentado por el hombre común.
Como los estudiosos de la época de Lovelace, Turing era un múltiple sapiente: matemático, científico de la computación, criptógrafo y filósofo. Su diversidad de pensamiento y especialización le permitió concebir una realidad de manera diferente.
Su padre, Julius Mathison Turing, era miembro del Cuerpo de funcionarios británicos en la India. Durante la infancia de Turing, sus padres viajaban constantemente entre el Reino Unido y la India, viéndose obligados a dejar a sus hijos con amigos ingleses. Cuando fue hora de estudiar, lo inscribieron en el colegio St. Michael, donde su primera docente hizo mención de un pensamiento genial en el recién llegado. Su ingreso al internado de Sherborne en Dorset creó el primer mito en torno a su persona –mostrando ya una personalidad que se aplicaría a su forma de pensar posterior–. Su primer día de clases coincidió con una huelga general en Inglaterra, pero la terquedad del adolescente de 14 años no se dejó vencer. Para llegar, recorrió más de 60 millas en bicicleta y decidió descansar en una posada, una aventura que fue recogida por la prensa local.
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