Sònia Borràs - 365 días para cambiar

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Elise era una chica con una vida como la de cualquier otra persona de dieciocho años. Tenía todo lo que podía desear, era estudiosa, todos sus seres queridos estaban a su lado… Lo tenía todo, pero aun así no era feliz, y muchas cosas tuvieron que ocurrir para que cambiara su forma de vivir.
Un accidente muy grave, la pérdida de un ser querido y el querer avanzar y ser fuerte hicieron que durante ese año su vida cambiara día tras día.

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wwwnovacasaeditorialcom infonovacasaeditorialcom 2017 Sònia Borràs Gómez - фото 1

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info@novacasaeditorial.com

© 2017, Sònia Borràs Gómez

© 2021, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

Vasco Lopes

Revisión y corrección

Abel Carretero Ernesto

Primera edición en formato electrónico: Abril de 2021

ISBN: 978-84-18013-95-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Sonia Borràs Gómez

365 días

para cambiar

Solo me queda ser luchadora Compañero de habitación Ojos grises El calendario - фото 2

Solo me queda ser luchadora

Compañero de habitación

Ojos grises

El calendario

Antes

A mi lado

Ve con él

Tanto por decir…

Te echaré de menos

Compañías

Días oscuros

Atrapada por mis sentimientos

¿Qué haces aquí?

Errores

Decisiones

No viviré de tus sueños

Palabras afiladas

Dolor

Prohibido abandonar

El bosque

Amistad

Tenemos que hablar

Adiós

Sé fuerte

Concierto improvisado

Daniel

Semanas

Logros

El fin de una amistad

Hola de nuevo

Lágrimas de felicidad

Vuelta a casa

En el cine

Tiempo

Empezar de cero

Poemas y grafitis

Mentiras

De viaje

Reencuentros

De fiesta

Ciudad iluminada

Pérdidas

Carta a un ser querido

La universidad

¿Vivirás conmigo?

Sueños alcanzados

Mudanza

Celebraciones

Intentarlo

Puestas de sol

Días mágicos en rehabilitación

Final

Agradecimientos

A mi abuelo, porque tras su ida solo las letras pudieron llenar su pérdida.

Sueños

Suena el timbre que anuncia que las clases han termina­do. A mi alrededor, más de veintiséis chicos y chicas se levan­tan de sus sillas casi al unísono, con ganas de huir del aula en la que las horas a menudo parecen quedarse atrapadas entre los libros.

Por mi parte, recojo mis libros y justo cuando estoy cru­zando el umbral de la puerta, el profesor de literatura, el señor Ruiz, me detiene.

—Elise, me gustaría hablar contigo —me dice y perma­nezco pensativa mientras pienso en cuál debe ser el motivo de que me quiera hablar. Me dirijo hacia su mesa y me sor­prende cuando me dice que después de leer una de las últimas redacciones que he hecho ha pensado seriamente en que me inscribiera en un concurso literario.

—Me gustaría que supieras que veo en ti mucho poten­cial, con el paso de los días veo tus mejoras y tú apenas te das cuenta de ello. Si finalmente decides inscribirte, no dudes en consultármelo.

—Muchas gracias, lo consideraré —le respondo con una sonrisa mientras me despido y cierro la puerta detrás de mí. Sus palabras flotan por mi cabeza, y por mucho que intento desviar la atención de ello me doy cuenta de que no puedo, y al llegar a casa aún me encuentro sumida en mis pensamientos.

Al entrar en casa, la quietud y el silencio sepulcral que hay me reconfortan, y a la vez me encuentro con que tengo todo el tiempo que desee para estudiar sin escuchar nada.

Sin embargo, unos minutos más tarde, el móvil de repen­te suena. Pensé que lo había apagado, pero por lo visto una vez más me he olvidado de pararlo antes de estudiar. Por lo general, no me gusta tener distracciones mientras estoy con­centrada. Veo que mi amigo Pol me ha enviado un mensaje para avisarme de que estaba en la biblioteca esperándome. Es entonces cuando recuerdo que le prometí que estaría en la biblioteca sobre las siete de la tarde para estudiar a su lado.

Miro el reloj de mi habitación y me doy cuenta de que son… ¡las siete y media! Cierro el libro de golpe y recojo todos los libros que hay esparcidos por el escritorio.

Con los libros en la mano, ando a paso ligero y en apenas unos minutos me encuentro enfrente de la biblioteca que, para mi suerte, está cerca de casa.

Mi amigo me está mirando con el ceño ligeramente frun­cido. No obstante, no parece molesto, ya que desde que me conoce —y de eso hace ya bastantes años— en contadas oca­siones he sido puntual. Me apresuro a tomar asiento a su lado y continúo la tarea que dejé a medias. Un tiempo más tarde, vamos resumiendo en voz baja y haciendo esquemas de lo que creo que saldrá en el examen de filosofía.

Realmente, hay algunos momentos en los que no sabría decir a ciencia cierta quién ayuda a quién. Pol es un gran amigo que siempre ha permanecido a mi lado en muchos mo­mentos, y con el paso de los días he ido sintiendo hacia él una estima especial.

Tampoco sé qué haría sin la compañía de todas aquellas personas que independientemente del tiempo que hace que les conozco ya han pasado a formar parte de mí y se han con­vertido en algo muy importante y preciado.

Algunos días, sobre todo en época de exámenes, quedo con Pol y algunos de mis compañeros de clase para estudiar o preparar trabajos en equipo.

Sé que Pol, como la gran mayoría de estudiantes, tiene dificultades, y a su vez él ya sabe perfectamente que siempre que pueda estaré a su lado para ayudarle.

El tiempo a su lado parece no tener valor porque en menos de lo que imaginaba el reloj indica que ya han llegado las nueve de la noche y después de que me acompañe a casa el día está llegando a su fin.

Al llegar a casa, mis padres ya han vuelto de trabajar, mi madre está preparando la cena y le ayudo a preparar la mesa. Una vez ceno, me voy a mi habitación, aún pensando acerca de lo que me ha dicho el maestro hace apenas unas horas.

Aprecio las palabras con las que demuestra que tiene fe en mí. De hecho, desde las primeras clases que tuve con él, ya con la primera redacción que escribí —un breve texto sobre cómo me describía—, él supo desde el primer día que mi mundo estaba entre las letras.

Actualmente, unos meses después, he hecho caso a todos y cada uno de sus comentarios y observaciones para me­jorar. Ha visto un potencial en mí que ni yo misma había sabido encontrar, de manera que sin duda puede decir que ha sido un soporte para mis decisiones. De no haber sido por él, no habría empezado a escribir por mi cuenta en mis ratos libres.

Pienso sobre lo de presentarme al concurso, ¿por qué no? Por intentarlo no pierdo nada. Quiero que la gente pueda co­nocerme un poco más allá de lo que digo y de lo que se ve a primera vista. Me gustaría que leyeran mi verdadero yo, pues todo aquello que escribo es lo que siento, y para expresar y plasmar miles de emociones que a veces no tienen ni nombre necesito plasmarlo en hojas de papel.

Desde hace un tiempo, escribir se ha convertido en una verdadera terapia para mí, ha pasado a ser la mejor manera que tengo de mostrar mis sentimientos y a la vez reflexionar sobre mi vida. Poca gente sabe que mi sueño es ser escrito­ra, la mayoría de personas se limitan a pensar que quiero dedicarme a la música y que mi vida depende de ello, pero no saben que, aunque el mundo musical sea esencial para mí, no es más que una afición a la cual he dedicado muchos es­fuerzos que han sido recompensados en todo momento. Pero la verdad es que a través de este mundo mi felicidad es muy distinta a la que siento cada vez que escribo. Cada momento en el que sé que, por unas horas, o a veces tan solo por unos minutos, no existe nada más que no sean palabras.

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