Alejandro Paniagua Anguiano - Tres cruces

Здесь есть возможность читать онлайн «Alejandro Paniagua Anguiano - Tres cruces» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Tres cruces: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Tres cruces»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Tres cruces es el relato honesto y descarnado de un país atravesado por el narcotráfico y la violencia. Cada uno de los tres protagonistas de este libro lleva consigo la cruz de la culpa, el miedo, la ignorancia y la muerte. Lúa es una niña que crece sin padres jugando en la fosa clandestina que solía ser la bodega de su abuela, conviviendo con los muertos. Estela, abuela de Lúa, convive con su alcoholismo y sus secretos. El Ponzoña, sicario del narco, vive perpetuamente atormentado por la huida y el olor de sus asesinatos.
Alejandro Paniagua marca con Tres cruces la geografía íntima de la violencia, la que vivimos cotidianamente y nos habita, con la precisión de un rifle de francotirador.

Tres cruces — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Tres cruces», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El sicario llega al río y se arroja al agua sin pensarlo.

Intenta nadar a contracorriente para alcanzar la orilla, pero la fuerza del flujo lo supera.

Riñe con mayor empuje en contra de la corriente, es vencido, comienza a ahogarse. La falta de aire y la zozobra le resultan familiares, ha vivido así por años.

El Ponzoña acepta la derrota, deja de luchar, sabe que es lo único que le queda. La dejadez hace que su cuerpo flote por sí mismo. Cierra los ojos: interrumpir la mirada lo ayuda a tranquilizarse, a aflojar los músculos y permitir al agua elevarlos. Una vez que alcanza la serenidad, se va impulsando con suavidad hacia la orilla. La corriente, antes su verdugo y ahora su salvadora, lo lleva rápidamente a la tierra.

El Ponzoña sale del agua. Piensa que el líquido ha sido de verdad benévolo al rescatarlo, se pregunta si él es merecedor de tal gesto de compasión. El viento sopla y le da al sicario una sensación de bienestar. El tipo piensa que también el aire tuvo clemencia.

De inmediato vuelve el estómago.

Con la boca aún manchada abre su celular, el aparato murió.

Ahora no podrá saber qué carajos quería su esposa.

Camina hacia las casas iluminadas a lo lejos.

[El color negro de las moscas]

La sede del grupo de Alcohólicos Anónimos al que asiste Estela se encuentra en una casa antigua de la colonia Ozumba. Por las mañanas funciona como la guardería municipal y por las noches, se les permite a los adictos tener sus sesiones diarias.

Estela camina hacia la tribuna, se acomoda frente al podio, se soba el cuello con la mano y comienza a hablar.

—Les quiero contar de nuevo algo que ya compartí aquí muchísimas veces antes, pero hoy quiero decirles la verdad de las cosas, la verdad completa, pues. Porque antes no me atreví.

Siempre que Estela habla en la tribuna evita la mirada de sus compañeros, centra su vista en un Tribilín mal dibujado, que alguien pintó en una de las paredes del fondo. Cualquiera que conozca al personaje puede intuir su identidad por ciertos rasgos que lo distinguen: el largo y delgado sombrero verde, las orejas negras, los escasos dientes. Pero las deficiencias de la representación también son irrebatibles: la cabeza es grande en exceso; en vez del gesto desconcertado y torpe del personaje, la reproducción tiene una mirada recia, que lo hace ver como un ser iracundo; el cuerpo no es esbelto, sino achatado y con sobrepeso; sobre la pupila de uno de los ojos alguien aplastó una mosca, y nadie se ha tomado la molestia de limpiar los restos.

Mientras cuenta la historia, Estela mira con desdén a la caricatura contrahecha.

—Ese día me desperté borracha. Igual que el día anterior. Igual que el otro. Igual que todos los días. Esa mañana recé un padre nuestro con olor y sabor a vómito, me desayuné una galleta de avena y leí en el periódico un dato que me dio escalofríos: las moscas pueden vivir y seguir volando por horas, aunque hayan perdido la cabeza. Y esas fueron las últimas acciones reales de mi vida. A partir de entonces todo se volvió una ensoñación y lo sigue siendo hasta ahorita.

Estela se aclara la garganta.

—Vomité la galleta de avena y caminé al coche para sacar el Añejo en la guantera. No estaba ahí. Fui por el que tenía en mi cuarto y descubrí que me lo había chingado en algún momento. Me dio mucho miedo. No tenía ni un centavo y mi cuerpo era una piltrafa, apenas me permitía caminar. Además, cuando cerré los ojos, apareció en mi mente la imagen de una mosca descabezada que volaba hacia mí. Siguió apareciendo cada vez que parpadeaba. Me asusté. Sabía que el insecto no dejaría de avanzar hasta que yo lograra dar un nuevo sorbo de ron.

Estela no le cuenta a su audiencia que la mosca de sus visiones era de un tamaño diez veces mayor al de una mosca real.

—Aunque no tenía ni un quinto decidí ir a la tienda. Me sentía de la chingada: incluso el esfuerzo de girar la llave del Tsuru me resultó engorroso. Las manos me temblaban. Me temblaban los párpados. Iba dando enfrenones pues sentía que en cualquier momento me iba a salir de la carretera.

Estela no les cuenta a sus compañeros que dos botellas vacías de Herradura rodaban por debajo del asiento del copiloto y cada vez que frenaba hacían un estruendo provocándole una sensación de miseria.

—El coche tenía un ligero olor a mierda, me dio miedo que la peste viniera de mí. Sí era yo quien apestaba. Giré la perilla tiesa de la radio, de un lado al otro. Los dedos me dolían por el esfuerzo de moverla.

Estela no les aclara a sus compañeros que los cacharros de plástico rojo que indican la estación sintonizada en las radios antiguas le resultaban fascinantes. Siempre movía aquellas agujas rojas de plástico de un extremo al otro, buscando en el cuadrante una canción que no conociera. En cuanto hallaba una, detenía el trayecto del artefacto.

—Le rogué al de la tienda para que me fiara dos botellas, creo que hasta le chillé. Sí me dio los rones. Di los primeros tragos todavía adentro de la tienda.

La mujer no cuenta que obtuvo los Añejos a cambio de masturbar al jovencito que atendía el local de abarrotes. Cerraron la cortina de metal, la mujer se ensalivó la mano y frotó el sexo del adolescente con enfado.

—Mientras manejaba de regreso a mi casa, ahora sí: en friega y con descuido, escuché en el asiento de atrás el golpe de una botella contra el cinturón. Era la pinche botella que según yo estaba en la guantera, no sé ni cómo terminó en el asiento trasero.

No les cuenta a los otros alcohólicos, aunque quizá se sobreentienda, aunque quizá muchos de los oyentes también son capaces de hacerlo, que ella podía distinguir a la perfección el golpe de una botella vacía, una medio llena, o una sin destapar, contra cualquier objeto.

—A pesar de tener una botella en la mano, mi ambición de borracha, la sed que no se agota, la pinche compulsión o lo que sea, me hizo quitarme el cinto y estirarme hacia atrás para agarrar el Bacardí. En cuanto lo tuve en la mano, escuché el golpe y frené.

Estela duda si debe continuar.

Se contrae.

Retoma la historia:

—Había atropellado a alguien. Se me entumió todito el cuerpo, el cerebro. Tenía que decidir cómo enfrentar mi tarugada. Sólo tardé un segundo en elegir, solo ocupé un segundo para saber que era yo una mierda. Decidí huir. A pesar de abrirme lo más posible para pasar a un lado del cuerpo, sentí cuando el coche le pasó por encima. Se me desbarató el alma. Comprendí la magnitud, la importancia de un cuerpo, cualquier cuerpo, frente a la irrelevancia de un coche que pesa una tonelada. Yo preferí huir en mi chatarra en vez de intentar salvar a la carne y a las vísceras. Escogí mal. Me detuve un segundo, casi me convierto en una persona valiente, pero aceleré de inmediato y no miré siquiera por el retrovisor. Nunca antes había comenzado a llorar sin darme cuenta, pero cuando reparé en mi cara, ya tenía los cachetes empapados, pensé que ese sería el peor momento de mi vida, no tenía ni idea de que unas horas más tarde vendría de verdad el peor.

La mujer siente la vista nublársele. Un escalofrío le recorre el cuerpo. Toma un sorbo de agua del vaso colocado sobre el podio. Reanuda su relato:

—Llegué a mi casa, pero no me pude bajar del coche, ni siquiera pude apagar las luces, el estupor me tumbó, me quedé dormida. Entre sueños escuchaba el sonido de las intermitentes, fueron buenos sueños, los últimos buenos que tuve. Me despertó un ruido terrible, el zumbido de un montón de moscas. Bajé del auto para ver de dónde venía el estruendo. Vi que manchas grotescas, conformadas por montones de moscas, afeaban la parte delantera del coche, me asomé por debajo del chasis y vi que allí también había manchas compuestas por los bichos. Eran como agujeros hechos de insectos, como marcas vivas que se empezaban a tragar la realidad. Tuve pánico. Las moscas chupaban y se engolosinaban con la sangre y las viscosidades que había dejado la persona que atropellé. No tenía por qué haber tantas alimañas, he leído que no debían aparecer tan pronto, pero ahí estaban. El color negro de las moscas es uno de los más feos, y la vida estaba pintando de ese color las evidencias de mi acto reprobable, como para hacerlas resaltar, como para dejar claro que mis pecados estaban ahí. El zumbido de los bichos también es uno de los sonidos más horribles, y la vida había decidido que la sangre y las tripas de mi vergüenza sonaran justo así. Golpeé el cofre, un montón de moscas volaron asustadas, con la mano quité la sangre, muchos bichos se pararon sobre mis dedos, agité la mano con desesperación para espantarlas. Se me revolvió el estómago, vomité sobre la acera y varias alimañas se abalanzaron sobre la porquería. Era una pesadilla. Agarré la manguera y les aventé agua, luego lancé un chorro por debajo del coche. Una ola de sangre, vómito, agua y bichos muertos llenó la entrada de mi casa. Tuve miedo de que Lúa saliera al patio y se encontrara con la marea de podredumbre. Limpiar el desastre fue una tarea que me llevó demasiado tiempo. Me senté de nuevo en el asiento del conductor y apagué por fin las intermitentes. Tuve miedo de haber recibido una maldición, solita me había condenado, pensé que toda mi sangre se había convertido en moscas, y la próxima vez que me hiriera o menstruara, un chorro de insectos repugnantes saldría volando de mi interior. Siendo honesta, muchas veces me he preguntado si esas moscas eran reales o sólo me las imaginé. Si eran nomás visiones, eso sería mil veces peor.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Tres cruces»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Tres cruces» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Tres cruces»

Обсуждение, отзывы о книге «Tres cruces» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x