¿Qué hay de verdad en ello? Si piensan en el hombre en su relación con el demonio, se plantea la gran pregunta de qué hay en el hombre que lo inclina hacia el mal. ¿Hay en él alguna fuerza que explique el mal sin que haya que suponer la existencia de un demonio?
Sólo tenemos que mirar nuevamente la Sagrada Escritura, y allí escuchamos lo siguiente: la naturaleza del hombre está inclinada al mal desde la infancia 12. Es verdad: para explicar el mal que he hecho, el mal que sucede en el mundo, el que sucede en la política, no necesito en todos los detalles al demonio. Muchas cosas puedo explicarlas por la corrupción de la naturaleza humana a través del pecado original. Tienen que recordar qué efectos ha tenido el pecado original.
Antes del pecado original, la naturaleza humana estaba en plena armonía. Recordarán todo lo que hemos dicho ya sobre el animal en el hombre, sobre el ángel en el hombre, sobre el hijo de Dios en el hombre 13. En ese entonces, el animal se subordinaba con buena disposición al ángel, y el animal y el ángel seguían al hijo de Dios. Por eso había en la naturaleza humana una maravillosa armonía.
Pero ahora, a través del primer pecado, el hombre ha cortado sacrílegamente la armonía entre ángel, e hijo de Dios. ¿Y los efectos? El castigo consistió en que Dios cortó la armonía entre animal y ángel. Por eso, ya desde aquel tiempo hablamos de la concupiscencia.
De ese modo oímos decir a Pablo, que tanto sufrió por ese estado de cosas: «¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?» «Puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» 14. Ésta es la escisión en la naturaleza humana.
Por eso digo que, para explicar el mal en el mundo, no siempre tenemos que recurrir al demonio. Muchas cosas se explican por la escisión de la naturaleza. Pero tenemos que agregar: aunque en el caso particular resulta difícil decidir dónde ha actuado el demonio y dónde actúa la naturaleza enferma, aunque tenemos que admitir que así es, tiene que haber criterios según los cuales se pueda estimar: ahora no hay duda de que está actuando el demonio.
Son, como ven, dos poderes: la naturaleza enferma, una naturaleza mala, y, por el otro lado, el demonio. Ambos se unen después muchas veces.
Ahora se plantea la pregunta: ¿cuándo actúa indudablemente el demonio como una potencia en la vida humana? Repito: es difícil explicarlo en el caso particular, pero hay casos en los que es inequívocamente claro.
Sólo es preciso que recuerden, por mencionar un ejemplo, cuántas crueldades ha cometido la naturaleza humana en Occidente. Es así: donde la maldad sobrepasa un cierto grado, donde se trata de una maldad fuera de lo común, pueden suponer siempre con seguridad que, para su explicación, no basta la escisión en la naturaleza humana sino que hay también un influjo inmediato del demonio. Por ejemplo, si recuerdan lo que tal vez hayan escuchado sobre los campos de concentración o sobre los asesinatos masivos, sobre los experimentos ajenos y contrarios a la naturaleza que se han realizado en masa, dirán de inmediato: tan mala no es la naturaleza humana como para que pudiese cometer semejantes cosas.
A partir de un reconocimiento tal, la literatura moderna, también la novela moderna, se ha ocupado de nuevo con el demonio 15. Si antes hablamos del entierro del demonio, ahora tenemos que hablar de la resurrección del demonio o, por lo menos, de la fe en el demonio. ¿Entienden lo que quiere decir? De pronto, la humanidad comienza a creer de nuevo en la realidad del demonio, en la personalidad del demonio. Basta que miren las novelas modernas. Verán, entonces, que son muy distintas que antes.
Y ahora, ustedes podrían plantear la pregunta: ¿qué relación intrínseca hay entre todos estos elementos? Verán: a la larga, no se puede negar las verdades últimas. Dios nuestro Señor cuida de que lo que hemos olvidado, lo que hemos perdido de vista, regrese con el tiempo más y más a la consciencia plena y despierta.
Ya les he dicho: una de las razones que explican el hecho de que se haya olvidado al demonio es la fuerte acentuación del hombre, de las fuerzas humanas y de las capacidades humanas. Con ello tiene que ver al mismo tiempo una segunda razón: cuanto más pasa el hombre a primer plano, tanto más pasa Dios al segundo plano.
Ahora bien, la psicología de la religión nos dice que se da un hecho peculiar: cuando Dios y el demonio luchan entre sí y la sociedad humana procura asumir una posición respecto de Dios y del demonio, la influencia del demonio desaparece primero del sentir de los hombres 16. Así entendemos que, si bien la humanidad siguió sosteniendo a Dios, olvidó al demonio.
Ahora podemos decir, a la inversa: el demonio vuelve a llamar la atención sobre sí mismo. La humanidad siente de nuevo que hay un demonio, un poder real. De allí puede inferirse que, tarde o temprano, también Dios se hará notar más fuertemente. Así pues, nos encaminamos hacia una época en que se reconocerá más fuertemente el poder del demonio y la personalidad del demonio.
¿Qué se sigue de todo eso para nosotros personalmente, sea que piense en mí o en mis hijos?
Si Dios le ha dado en la actualidad semejante poder al demonio, el demonio tiene también poder sobre mí y sobre mis hijos. Entonces tengo que contar con la potencia del demonio en mí y en mis hijos. Aun cuando, en el caso particular, resulte difícil determinar que lo que actúa aquí es sólo la debilidad de la voluntad humana, y, allá, la potencia del demonio, hay que contar con esa potencia.
Ya el solo hecho de que yo cuente fundamentalmente con ella es un gran avance. Por ejemplo, si noto que se despiertan en mí pasiones tremendas, o siento lo mismo en mis hijos, no debo decir solamente: ¿qué tengo que hacer, psicológica y pedagógicamente?, sino que debo preguntarme también: ¿qué debo hacer para atenuar la influencia del demonio en mí y en mis hijos?
Son los viejos pequeños recursos católicos que nuestros abuelos aplicaban tan a menudo: bendecir a nuestros hijos o bendecirnos a nosotros mismos. ¿Qué es la bendición? Es como una suerte de exorcismo.
Existe asimismo un exorcismo 17que se considera como tal también en cuanto al nombre, o sea, que no es sólo una bendición, sino un exorcismo oficial. Hay una oración mayor, formulada por León XIII 18. Existe también un exorcismo menor, que dice así: «Exsurgat Deus, et dissipentur inimici eius». «Levántese Dios y se dispersen sus enemigos». Después, se pronuncia la bendición.
Conozco a una familia, a un padre digno y anciano que lo reza. Tiene a todos sus hijos fuera, actúan en el exterior, en diferentes países. Es uno de aquellos padres que hablan poco, que no pronuncian grandes discursos. Pero cada noche, antes de irse a dormir, sale delante de la puerta y bendice a sus hijos a los cuatro vientos. ¿Qué significa bendecir a los hijos? En la práctica, significa que el demonio debe apartarse de ellos y que Dios debe llegar a ser nuevamente Señor sobre ellos. ¿Entienden la fe profunda que hay detrás de ello? Tenemos que contar más con el poder del demonio.
Supongamos, por ejemplo que un hijo adolescente se resiste año a año a mi influencia y está siempre en contra: si conozco el tiempo actual, no aplicaré solamente los medios pedagógicos habituales para superar la situación, sino que, en silencio, y sin que el muchacho lo perciba, también le daré la bendición, en la consciencia de que el demonio tiene que apartarse de ese muchacho. Del mismo modo, si yo mismo me encuentro año tras año en graves tentaciones, debo contar con la influencia del demonio.
Permítanme revelarles que yo personalmente lo hago 19cada mañana en dirección a los cuatro puntos cardinales, y al hacerlo tengo presentes a todos aquéllos que Dios ha conducido hasta mí. ¡También ustedes se cuentan entre ellos! Es decir: lo hago para que la influencia del demonio se aparte de ellos. Y no es preciso hablar mucho de ello: simplemente, se lo hace.
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