42. El cumplimiento de las profecías
43. Eternidad del Verbo
44. Cristo y Abraham
45. El Hijo de Dios y la escala de Jacob
46. El Hijo de Dios y Moisés
47. La unción del Hijo de Dios
48. Cristo, Sacerdote eterno
49. El Hijo de Dios rey universal
50. Concordancia del testimonio profético
51. El Hijo siervo del Padre
52. Cumplimiento de las profecías en Cristo
53. Nombres de Cristo
54. Emmanuel, anuncio de la Encarnación
55. Consejero del Padre y de la humanidad
56. Condenación de los incrédulos
57. El esperado de las naciones
58. La estrella de Jacob
59. El vástago de Jesé
60. Juez justo
61. Manifestación presente del reino futuro
62. La tienda de David y el cuerpo de Cristo
63. Belén, lugar del nacimiento de Cristo
64. El Rey prometido
65. La entrada en Jerusalén
66. Predicción de las obras y pasión de Cristo
67. Los milagros de Jesús
68. El siervo sufriente
69. El Cordero de Dios
70. La generación de Cristo
71. La sombra, imagen del cuerpo
72. La muerte del Justo
73. El sueño, imagen de la muerte de Cristo
74. Herodes y Pilato
75. La voluntad de Dios en la pasión
76. La captura de Jesús
77. Cristo entre Pilato y Herodes
78. Bajada a los infiernos
79. Profecías sobre la crucifixión
80. Reparto del vestido de Cristo
81. Traición de Judas
82. Profecía sobre el vinagre mezclado con hiel
83. La ascensión de Cristo
84. Triunfo del Rey de la gloria
85. El juicio
86. El testimonio de los apóstoles
87. Superioridad de la fe y el amor
88. Redimidos por Dios
89. Un nuevo camino
90. El nuevo pacto
91. Esperanza en el Santo de Israel
92. Manifestado a los que no le buscaban
93. El pueblo nuevo de Dios
94. Fertilidad de la Iglesia
95. Incorporación de los gentiles
96. Superación de la Ley
97. Salvación y poder Jesucristo
98. Conclusión
99. Desviaciones heréticas
Índice de conceptos teológicos
Títulos de la colección Patrística
Prólogo
a la Colección
GRANDES AUTORES DE LA FE
A la Iglesia del siglo XXI se le plantea un reto complejo y difícil: compaginar la inmutabilidad de su mensaje, sus raíces históricas y su proyección de futuro con las tendencias contemporáneas, las nuevas tecnologías y el relativismo del pensamiento actual. El hombre postmoderno presenta unas carencias morales y espirituales concretas que a la Iglesia corresponde llenar. No es casualidad que, en los inicios del tercer milenio, uno de los mayores best-sellers a nivel mundial, escrito por el filósofo neoyorquino Lou Marinoff, tenga un título tan significativo como Más Platón y menos Prozac; esto debería decirnos algo...
Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador.
“La Iglesia cristiana –afirma el teólogo José Grau en su prólogo al libro Historia, fe y Dios – siempre ha fomentado y protegido su herencia histórica; porque ha encontrado en ella su más importante aliado, el apoyo científico a la autenticidad de su mensaje”. Un solo documento del siglo II que haga referencia a los orígenes del cristianismo tiene más valor que cien mil páginas de apologética escritas en el siglo XXI. Un fragmento del Evangelio de Mateo garabateado sobre un pedacito de papiro da más credibilidad a la Escritura que todos los comentarios publicados a lo largo de los últimos cien años. Nuestra herencia histórica es fundamental a la hora de apoyar la credibilidad de la fe que predicamos y demostrar su impacto positivo en la sociedad.
Sucede, sin embargo –y es muy de lamentar– que en algunos círculos evangélicos parece como si el valioso patrimonio que la Iglesia cristiana tiene en su historia haya quedado en el olvido o incluso sea visto con cierto rechazo. Y con este falso concepto en mente, algunos tienden a prescindir de la herencia histórica común y, dando un “salto acrobático”, se obstinan en querer demostrar un vínculo directo entre su grupo, iglesia o denominación y la Iglesia de los apóstoles…
¡Como si la actividad de Dios en este mundo, la obra del Espíritu Santo, se hubiera paralizado tras la muerte del último apóstol, hubiera permanecido inactiva durante casi dos mil años y regresara ahora con su grupo! Al contrario, el Espíritu de Dios, que obró poderosamente en el nacimiento de la Iglesia, ha continuado haciéndolo desde entonces, ininterrumpidamente, a través de grandes hombres de fe que mantuvieron siempre en alto, encendida y activa, la antorcha de la Luz verdadera.
Quienes deliberadamente hacen caso omiso a todo lo acaecido en la comunidad cristiana a lo largo de casi veinte siglos pasan por alto un hecho lógico y de sentido común: que si la Iglesia parte de Jesucristo como personaje histórico, ha de ser forzosamente, en sí misma, un organismo histórico. Iglesia e Historia van, pues, juntas y son inseparables por su propio carácter.
En definitiva, cualquier grupo religioso que se aferra a la idea de que entronca directamente con la Iglesia apostólica y no forma parte de la historia de la Iglesia, en vez de favorecer la imagen de su iglesia en particular ante la sociedad secular, y la imagen de la verdadera Iglesia en general, lo que hace es perjudicarla, pues toda colectividad que pierde sus raíces está en trance de perder su identidad y de ser considerada como una secta.
Nuestro deber como cristianos es, por tanto, asumir nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Sólo en la medida en que seamos capaces de asumir y establecer nuestra identidad histórica común, seremos capaces de progresar en el camino de una mayor unidad y cooperación entre las distintas iglesias, denominaciones y grupos de creyentes. Es preciso evitar la mutua descalificación de unos para con otros que tanto perjudica a la cohesión del Cuerpo de Cristo y el testimonio del Evangelio ante el mundo. Para ello, necesitamos conocer y valorar lo que fueron, hicieron y escribieron nuestros antepasados en la fe; descubrir la riqueza de nuestras fuentes comunes y beber en ellas, tanto en lo que respecta a doctrina cristiana como en el seguimiento práctico de Cristo.
La colección GRANDES AUTORES DE LA FE nace como un intento para suplir esta necesidad. Pone al alcance de los cristianos del siglo XXI, en poco más de 170 volúmenes –uno para cada autor–, lo mejor de la herencia histórica escrita del pensamiento cristiano desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo XX.
La tarea no ha sido sencilla. Una de las dificultades que hemos enfrentado al poner en marcha el proyecto es que la mayor parte de las obras escritas por los grandes autores cristianos son obras extensas y densas, poco digeribles en el entorno actual del hombre postmoderno, corto de tiempo, poco dado a la reflexión filosófica y acostumbrado a la asimilación de conocimientos con un mínimo esfuerzo. Conscientes de esta realidad, hemos dispuesto los textos de manera innovadora para que, además de resultar asequibles, cumplan tres funciones prácticas:
1. Lectura rápida.Dos columnas paralelas al texto completo hacen posible que todos aquellos que no disponen de tiempo suficiente puedan, cuanto menos, conocer al autor, hacerse una idea clara de su línea de pensamiento y leer un resumen de sus mejores frases en pocos minutos.
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