Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles... un hetero curioso

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Aquiles es un hombre de clase media acomodada, que está promediando su cuarta década. Comparte sus días con Marina, su mujer, de quien está profundamente enamorado y con quien disfruta de una sexualidad plena y despojada de prejuicios. Lleva una rutina muy activa, entre gimnasio, trabajo y deportes, compartiendo su tiempo de ocio junto a sus cuatro amigos de la infancia y a sus familias.
Su vida trascurre placenteramente y alejada de cualquier conflicto que pueda perturbarlo. Hasta que, una situación inesperada, provocará un cimbronazo en su estructura y despertará su curiosidad, que lo conducirá a transitar caminos desconocidos y a descubrir que existen relaciones que van más allá de las establecidas por las doctrinas sociales y por los mandatos culturales dentro de los que se mueve.
A partir de ese momento, Aquiles comenzará a agudizar su atención a situaciones que, hasta entonces, le habían pasado desapercibidas y aun con los reparos impuestos por su estructura de hombre heterosexual, comenzará a indagar e intentará abrir su cabeza para entender que nada es lo que parece y que quizá, pueda existir otro tipo de placer que, hasta el momento, jamás experimentó ni imaginó.

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–Hermoso día –dijo Marina.

–Hermoso –respondió Aquiles, que agregó– si el clima continúa así, estaría bueno arreglar con los chicos para ir a navegar el próximo domingo.

–Sí, estaría bueno, lo vamos viendo hacia el fin de semana.

–¿Cómo viene tu día hoy? –preguntó Aquiles.

–Mañana de reunión con el que puede ser un nuevo e interesante cliente; a la una y cuarto , turno con el ginecólogo y luego tarde tranquila, por lo que no se si regresaré a la oficina o si vengo para casa. Depende de las ganas que tenga y de cómo se vaya desarrollando el día, quizá pase por la casa de Sofi, que hace bastante que no veo al bebé.

–Ahh, no sabía que habías conseguido turno para hoy con el ginecólogo... O sea que hoy te saca el DIU –comentó Aquiles.

–Sí, así que prepárate amor que vamos a fabricar trillizos–dijo Marina con tono burlón.

–Ni lo digas... ¿Te imaginas? ¡De estar solos a ser cinco de golpe! –comentó Aquiles entre riendo y con cara de pánico.

–Difícil... en mi familia no hay antecedentes y creo que en la tuya tampoco ¿no?

–Que yo sepa no... –respondió Aquiles, y agregó– yo tengo turno para el miércoles con el mío.

–¿Con tu ginecólogo? –dijo Marina riendo.

–No tonta... con mi médico clínico –respondió Aquiles.

–Si tenés ganas y depende de cómo venga tu día, podríamos encontrarnos en casa de Félix y Sofi y comemos algo ahí –dijo Marina.

–Dale, vamos viendo; de todas maneras, hablá antes con Sofi a ver si tiene ganas –dijo Aquiles.

–Obvio, claro –dijo Marina.

Aquiles terminó su desayuno y se metió en el baño. Marina puso todo en la bandeja y la dejó sobre la mesada, al lado de la pileta.

Los lunes y jueves iba la empleada a hacer limpieza, por lo que Marina aprovechaba para acumular ropa y cosas para lavar; tareas que le daban mucha fiaca ocuparse.

Aquiles salió del baño y se dirigió al vestidor; eligió un traje azul marino, camisa blanca, corbata celeste oscuro, cinturón de cuero negro y zapatos del mismo color.

Odiaba la formalidad y tener que usar saco y corbata, pero a veces, le resultaba imposible escapar de los formalismos sociales impuestos y hoy era de esos días de reuniones en los que no podía zafar. Aunque aún era primavera y no sería el caso de ese día, siempre había pensado sobre lo absolutamente ridículo que resultaba el hecho de tener que transitar por las calles de Buenos Aires en pleno verano, con quizá 35 ºC, vistiendo saco y corbata, cuando lo coherente sería hacerlo en manga corta y en bermudas.

Mientras despotricaba internamente por estas cuestiones culturales, preparó la ropa en una percha y la guardó en su respectiva funda. Se quitó el bóxer y se puso calzas cortas negras y un short blanco, musculosa de color gris claro y un buzo liviano; medias sin caña y zapatillas de running. Puso dentro de su bolso un par de toallónes, las medias azules que hacían juego con el traje, los zapatos, el bóxer ajustado azul oscuro de piernas largas, ojotas y por las dudas, un par de remeras deportivas. Se aseguró de tener el frasco de shampoo y el jabón en otra bolsa impermeable que llevaba dentro del bolso.

Agarró su bolso, dobló sobre el otro brazo la funda que contenía la percha con el traje y la camisa, fue hacia la cocina para saludar a Marina y salió del departamento para dirigirse a su auto.

Llegó al gym , saludos de rutina en la recepción y se dirigió al vestuario para dejar sus pertenencias en un locker . Subió al salón, agarró su ficha y comenzó con la rutina de los lunes.

Más allá de saludos cordiales con los instructores y con quienes solía cruzarse cada mañana, no tenía intención alguna de entablar conversación con nadie. Su tiempo estaba bastante acotado y quería utilizarlo en ejercitar sus músculos.

Terminó su rutina, se sirvió un vaso con agua del dispenser y se dirigió al vestuario para tomar una rápida ducha. Abrió su locker , agarró el bolso y lo apoyó sobre un banco; sacó las ojotas, su bolsa impermeable y un toallón. Comenzó a desvestirse, colocando cada prenda chivada dentro de una bolsa plástica que siempre tenía destinada para ese fin.

Se dirigió hacia las duchas y observó que había dos personas, ambas en la misma línea, pero con un cubículo vacío entre medio. Por una cuestión de cortesía, saludó e ingresó a un cubículo del otro lado de la circulación. Las duchas de ese vestuario, si bien no tenían cerramientos en el frente, estaban separadas lateralmente, por lo que no existía contactos hacia los lados, pero sí se podían ver con los que estaban en la línea del otro lado del pasillo. Eso era lo que justamente sucedía en ese momento, en el que Aquiles, sin pensarlo, se había instalado en una ducha desde la que podía ver a los dos flacos que estaba en bolas frente a él.

Sin prestar nada de atención, abrió los grifos y rápidamente comenzó a fluir un buen caudal de agua templada. La sensación del agua sobre el cuerpo tensado por el trabajo de carga, realmente resultaba reconfortante y por un breve instante, Aquiles se concentró en percibir ese placer.

Comenzó a enjabonar su cuerpo y luego vertió shampoo sobre su cabeza. Masajeó su cuero cabelludo, manteniendo los ojos cerrados para impedir que le ingresara jabón.

Al abrirlos, pude ver que un flaco había ocupado la ducha que quedaba libre entre los otros dos, justo la que quedaba frente a él. El tipo lo miró fijamente a los ojos y lo saludó. Aquiles respondió con un seco saludo, cerró los grifos, ató a su cintura el toallón blanco y se dirigió hacia los bancos.

Al ingresar al área de bancos, vio a los dos flacos que estaban previamente en las duchas que, aún en bolas y secándose con sus toallónes, conversaban fluidamente. Otros dos ingresaban del gym y comenzaban a desvestirse.

Aquiles se quitó el toallón, se secó, se puso el bóxer ajustado y fue hacia el locker a buscar la percha enfundada que contenía su traje.

Continuó vistiéndose, sin prestar demasiada atención a su entorno y comenzó a enfocar su mente en los temas que se plantearían en las reuniones que comenzarían en breve.

Llego al estacionamiento de la oficina y se encontró con Marcos, que ya descendía de su camioneta. Apagó el motor de su auto y abrió el baúl para sacar su atache .

–Qué hacés querido –dijo Aquiles, dirigiéndose a Marcos.

–Hola, galán –parecés un Dandy –dijo Marcos.

–Se hace lo que se puede –dijo Aquiles.

–Fuiste al gym ¿no?, yo debo retomar urgente porque la panza comienza a asomar –dijo Marcos.

Era cierto que los más fanáticos por la práctica de deportes y por mantenerse en forma eran Adrián y Aquiles, aunque Félix y Marcos se mantenían bien, más allá de la típica pancita de padres cuarentones y burgueses.

–No seas vago y arrancá a la mañana conmigo... si no, después, transcurre el día y siempre vas a encontrar una excusa como para no ir –dijo Aquiles.

Se dirigieron hacia el ascensor, saludaron al personal y cada uno ingresó a su despacho, con la premisa de encontrarse en quince minutos en la sala de reuniones.

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