–Ah, ¡pero vos sos una atorrante descarada! ¡Les estuviste marcando los paquetes a mis amigos! –dijo Aquiles.
–¿Y qué tiene de malo? !Seguramente vos no te fijaste en las tetas y en los culos de sus mujeres...! –dijo Marina sonriendo.
Si bien las mujeres de los amigos se habían convertido en amigas sagradas e intocables, era cierto que Aquiles tenía bien estudiados sus culos y sus tetas. Incluso, durante los embarazos y lactancias de Paula y de Sofía, el ítem “Tetas” había sido tema de conversación entre ellos; más allá de remarcar el aumento de tamaño que habían experimentado sus pechos, habían contado sobre el morbo que les había producido a ambos el hecho de chuparles las tetas y que les saliese leche, experiencia que Adrián y Aquiles aún no habían tenido.
–¡Jamás,! Las mujeres de mis amigos son sagradas y nunca se me hubiese ocurrido observarles sus culos ni sus tetas –respondió Aquiles riendo.
–Claro.... ponele –dijo Marina.
De pronto, sin proponérselo y luego de varios años de matrimonio, Aquiles acababa de descubrir una faceta nueva de su mujer. Si bien no estaba horrorizado, mínimamente, se quedó tocado con la idea de que ella hubiese estado pispiando los paquetes de sus tres mejores amigos.
–Espero que no hayas estado ventilando nuestra intimidad con ellas –dijo Aquiles.
–Ay dale... ¿Me vas a decir que entre Uds. no se cuentan que hacen o dejan de hacer? Si se conocen desde los cuatro años y se cuentan todo –dijo Marina.
–Lo de Adrián e Inés, lo sabía, como también se una cuantas cosas de Félix y de Marcos, pero nunca les conté que nosotros tenemos juguetitos sexuales –respondió Aquiles.
–¿Te da vergüenza? ¿Podés ser tan troglodita de pensar que porque disfrutes con algún juguete masajeándote la próstata tu masculinidad se verá afectada en algo? ¿Pensás que tus amigos no lo hacen? –dijo de manera contundente Marina.
Aquiles casi se atraganta nuevamente.... Jamás imaginó que, lo que había sido un tranquilo despertar dominical y que se proyectaba como un día apacible, se hubiese convertido en un desayuno repleto de sorpresas un tanto perturbadoras.
–¿Las chicas te contaron algo? –preguntó Aquiles, sumamente intrigado.
–No, nada sobre eso y yo tampoco llegué al extremo de contarle lo que hacemos nosotros, pero sacate de la cabeza esa mentalidad de Homo erectus –contestó Marina.
Aquiles era consciente de que, más allá de su apertura mental, mantenía una estructura machista y que estaba condicionado por la educación que había recibido, sumado al entorno social en el que se movía.
Le parecía espectacular que Marina tuviera esa manera de pensar y se sentía muy afortunado de tenerla como compañera; no obstante, si llegase el día en el que decidiera contarle a sus amigos sobre el tipo de prácticas sexuales de las que, por cierto, disfrutaba enormemente, quería ser él quien lo hiciera y no que se enteraran por sus respectivas mujeres.
–Creo que me voy a ir a nadar un rato antes de almorzar –dijo Aquiles, saliendo de la conversación que, en algún punto, lo había incomodado.
–OK. andá y después salimos a comer algo por ahí –respondió Marina.
Aquiles fue al vestidor, se puso un speedo negro y un short de baño encima.; preparó una mochila con ropa para cambiarse, un toallón, buscó sus ojotas y bajó hacia la piscina.
Como de costumbre, se cruzó con una o dos personas a las que saludó, se quitó el short, que dejó sobre una reposera, se puso las antiparras y se zambulló en el agua templada, donde permaneció media hora nadando.
Regresó al departamento y fue directo a agarrar ropa para cambiarse, ya que se había duchado en el vestuario de la piscina. Buscó una bermuda azul, que combinó con una chomba color rosa viejo y con zapatos estilo náuticos.
Marina ya estaba lista, lo aguardaba en el comedor diario, con la tapa de su notebook abierta. Se la veía realmente hermosa, con los pelos largos y húmedos, apenas maquillada. Se había puesto un solero muy colorido, que dejaban al descubierto sus hombros y brazos firmes; completaba su look con sandalias blancas.
Era el tipo de mujer que no necesitaba de mucha producción como para lucir hermosa. Su estilo era muy sencillo; solo su personalidad le alcanzaba para marcar presencia, por lo que no necesitaba de muchos artilugios como para llamar la atención.
Salvo que, por cuestiones laborales, tuviese la necesidad de lucir un look más formal, su estilo era el de zapatos bajos, sin tacos, ni suplementos excesivos.
–Vamos –dijo Aquiles.
–Vamos –respondió Marina.
Se dirigieron a la cochera y salieron en busca de algún restaurante cerca del río.
Pasaron el resto de la tarde al aire libre, disfrutando del buen clima y conversando sobre lo planteado por Aquiles el sábado por la mañana.
La decisión ya estaba tomada. Marina utilizó la app de su prepaga que tenía instalada en su celular para sacar turno con su ginecólogo. Sorprendentemente, había encontrado uno para el día siguiente, cosa nada frecuente que sucediera. Para acelerar los trámites, Aquiles hizo lo propio como para ver a su médico clínico, ya que, seguramente, a ambos les pedirían los estudios clínicos de rutina antes de quedar embarazados.
Ya anocheciendo, regresaron al departamento, picotearon algo que quedaba de la noche del sábado en la heladera, se dieron una ducha y fueron a la cama, donde permanecieron abrazados tiernamente viendo TV, hasta que quedaron dormidos.
Capítulo 6
Un lunes cualquiera
El molesto y odioso sonido del despertador, interrumpió el profundo sueño en el que Aquiles y Marina estaban sumergidos. Ambos permanecieron quietos y en silencio.
Pasaron cinco minutos y ahora era el despertador de Aquiles el que comenzaba a emitir una alarma sonora y proyectaba en el cielorraso la hora. Eran las siete y cuarto y ya no quedaba margen para remolonear más.
Aquiles salió de la cama y fue directo al baño para orinar y para cepillarse los dientes.
Se dirigió a la cocina, exprimió cuatro naranjas y dos pomelos; puso a preparar café fresco y metió rebanadas de pan en la tostadora.
Sacó su celular del cargador y se acercó a la ventana del comedor diario, por donde ingresaban cálidos rayos de sol y desde donde se podía observar el cielo, que nuevamente estaba absolutamente despejado y diáfano.
Chequeó algunos mensajes y se sobresaltó al sentir que los brazos de Marina lo tomaban por detrás, cruzándose por sobre su abdomen, para luego descender con sus manos hasta alcanzar su miembro.
–Buenos días, amor –dijo Marina.
Aquiles giró, esbozó una sonrisa y respondió dándole un beso en los labios.
–Buenos días, linda –dijo.
Marina agarró dos tazas, la azucarera, cucharas y sacó de la heladera leche fresca, queso crema y mermelada de arándanos, que depositó en una bandeja y llevó a la mesa. Aquiles agarró los vasos de jugo, la jarra de café, un par de cuchillos para untar y se sentó frente a Marina.
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