Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles y su tigre encadenado

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Aquiles y su tigre encadenado: краткое содержание, описание и аннотация

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La semilla estaba sembrada… La inesperada y furtiva experiencia vivida con Alejandro, había puesto a Aquiles frente a la puerta que lo conduciría a un mundo que, hasta ese momento, le era absolutamente ajeno y desconocido.
Su deseo y la búsqueda de formar una familia junto a Marina, lo llevaran a transitar un estado de voracidad sexual propia del macho semental que busca procrearse y ese sentimiento se confrontará con la curiosidad y con la inesperada atracción que Aquiles comenzará a sentir por abrir esa puerta.
La distensión de las vacaciones en lugares exóticos y la interacción con parejas que transitan sus vidas de una manera abierta y liberal, lo acercaran cada vez más hacia esa puerta que, quizá, en algún momento se anime a abrir.
Solo el temor a un viaje sin retorno y su estructura de macho hetero, mantendrán encadenado a su tigre interior que ya ha despertado hambriento y deseoso por satisfacer su voracidad.

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A diferencia de lo que frecuentemente sucede en un grupo de amigos en los que siempre existe el fachero que arrastra al resto para conseguir mujeres, el gordo simpático, o el que tiene labia para conquistarlas, este grupo era extrañamente homogéneo.

Salvo Alejandro y Tomás, que se conocían desde la época del colegio, el resto fue sumándose en diferentes etapas de la vida y habían congeniado como para compartir salidas, reuniones y en alguna que otra ocasión, también mujeres.

Todos practicaban deportes e iban al mismo gimnasio. Sus físicos estaban tonificados, se mantenían muy bien y eran tipos atractivos.

Salieron del hotel, cruzaron la Av. Vieira Souto y en pocos minutos estaba pisando la arena de las playas de Rio.

Dejaron sus mochilas sobre la arena. Facundo se quitó la bermuda para quedar en sunga ; Alfredo y Tomás hicieron lo mismo, ya que llevaban sunga debajo de las bermudas. La de Alfredo, al igual que la de Facundo, era tipo slip , mientras que la de Tomás era de piernas cortas.

–Ustedes dos ¿se van a quedar así? –preguntó Tomás, dirigiéndose a Alejandro y a Marcelo que vestían bermudas.

–Si nene, abajo no tengo nada y no me interesa salir a mostrar bulto... si no lo hago en Argentina, no veo porque debería hacerlo acá –respondió Marcelo, diciendo casi lo mismo que lo que Alejandro le había dicho a Facundo en la habitación del hotel.

–¡Déjense de joder! Estamos en Brasil, dejen el pudor y la pacatería para cuando regresemos a Buenos Aires y salgan a lucir lomo –agregó Alfredo.

Alejandro, sin dar trascendencia al tema de la vestimenta, comenzó a correr hacia el mar y se zambulló bajo la primera ola. El resto del grupo se le unió, aunque temerosos por dejar sus pertenencias solas.

Alejandro y Marcelo se internaron en el mar y comenzaron a nadar, mientras que los otros tres permanecieron zambulléndose en cada ola que se formaba no muy lejos de la costa.

La temperatura del agua era sumamente agradable y el día era propicio como para disfrutar al máximo del mar, aunque, tratándose del primer día, debían cuidarse de respetar el horario de máxima exposición solar, porque de no hacerlo, terminarían como camarones.

Marcelo y Alejandro se acercaron a la costa y se unieron al resto del grupo. Permanecieron un buen rato dentro del agua jugando entre las olas, mostrándose exultantes de alegría.

Fueron saliendo del agua y permanecieron en la orilla conversando, mientras que las olas que acariciaban una tras otra sus pies.

La playa comenzaba a llenarse de gente de todo tipo y color. Físicos para todos los gustos, fuesen femeninos o masculinos.

–¡Admirable! –dijo Alfredo, mirando fijamente hacia un punto.

–¿Qué es lo admirable? –preguntó Marcelo.

–¡Miren lo que es el culo de esa mujer y se calza una cola less como si fuese modelo! Eso sí que es tener la autoestima bien puesta –dijo Alfredo.

El grupo miró hacia donde miraba Alfredo y quedaron sorprendidos por la imagen.

–Es lo que yo pienso siempre... Admiro a este pueblo por la soltura y hasta por la elegancia con la que manejan sus cuerpos... Yo, si tuviese ese culo, creo que me pondría una túnica para venir a la playa –dijo Alejandro.

El grupo completo estalló en una carcajada por el comentario.

–Che, Ale... mirá cómo te está marcando el flaco de sunga amarilla que está a tu derecha –dijo Facundo, que tenía muy claro cómo se manejaban ese tipo de códigos, esas miradas y las intenciones que estas transmitían.

Alejandro giró y vio a un hombre mestizo, de cuerpo cuidado, que mirándolo fijamente, bajó su mirada, clavándola descaradamente en el bulto que a Alejandro se le marcaba notoriamente bajo la bermuda mojada y luego lo miró directo a los ojos sonriéndole.

Alejandro, imposibilitado para devolver el saludo, volvió a girar la cabeza hacia su grupo de amigos muerto de vergüenza.

–Huy boludo... que descarado ese tipo... me miró el paquete y después me sonrió –dijo Alejandro, un tanto sonrojado.

–Bueno, en principio, se te recontra marca y llama la atención... Además, acostúmbrense, porque acá se les van a insinuar mujeres y hombres por igual –dijo Facundo.

–Si vos lo decís, por algo será –comento Tomás, sarcásticamente.

–Y... la verdad es que hace años que veraneo en Brasil y si tengo que serles honesto, he vivido casi de todo –contestó Facundo, enfrentando sin pudor al comentario sarcástico emitido por Tomás y agregó– además, ese mestizo está muy apetecible.

–Todo tuyo... –dijo Alejandro.

–Voy a buscar protector solar, porque si no, voy a tener que dormir colgado de una percha –dijo Marcelo.

–Yo diría que regresemos al hotel. Son las once y el sol nos va a matar a todos –agregó Alfredo.

Los cinco estuvieron de acuerdo, por lo que caminaron hasta donde habían dejado sus mochilas.

A un par de metros, se habían instalado un grupo de cuatro brasileñas que sonrieron al verlos llegar.

–Bom día –dijo Facundo, con su habitual desfachatez y dispuesto a entablar una conversación, sabiéndose dueño de un fluido portugués.

–Bom día –respondieron al unísono las cuatro mujeres, con sonrisas dibujadas en sus rostros.

Las brasileñas no necesitaban aclaración alguna para como para darse cuenta de que el grupo de amigos eran argentinos.

Si bien el idioma no era el mismo, hablándolo lentamente, brasileños y argentinos se podían entender sin mayores complicaciones.

Los muchachos les contaron que se estaba hospedando en un hotel sobre la Av. Vieira Souto y que permanecerían allí durante una semana. Las brasileñas eran de Sao Paulo y habían viajado a Rio solo por el fin de semana y se hospedaban en el departamento de los padres de una de ellas.

Se despidieron y quedaron en que, probablemente, se encontrarían nuevamente por la tarde o quizá, al día siguiente.

–Lindas garotas –dijo Alejandro, mientras comenzaban a caminar hacia el hotel.

–Sí, lindas mujeres –dijo Tomás.

–Che, antes de ir al hotel, por qué ustedes dos no se compran un par de sungas y se dejan de joder con esos pantalones hasta las rodillas... vieron la cantidad de veteranos con las panzas colgando que las usan sin pudor... Ustedes que tienen lomazos, en lugar de lucirlos, parecen dos viejas –dijo Facundo, insistiéndole a Alejandro y a Marcelo.

–Que rompe pelotas que sos –dijo Marcelo.

–Vamos... síganme que a dos cuadras hay un local que se especializa en trajes de baño y tiene un montón de variedades y a buenos precios –insistió Facundo.

Resignados, le siguieron el paso, al menos para que no rompiera más los huevos con el tema sungas ... En todo caso, después verían si se las ponían o no, o si se animaban a quitarse la bermuda estando en la playa.

Llegaron al local y guiados por Facundo, comenzaron a buscar.

Estaba claro que ninguno de los dos compraría nada estridente ni llamativo. Irían por los colores clásico y tranquilos.

–Miren que buenas están estas, exclamó Facundo, agarrando una de color fucsia con rayas negras y otra blanca.

–Pero vos estás totalmente trastornado... ni en pedo me pongo eso –exclamó Marcelo.

Facundo largó una carcajada, ya que había hecho el comentario exprofeso, sabiendo cuál sería la reacción de sus amigos.

Continuaron buscando y sin dar más vueltas, Marcelo agarró una sunga negra de piernas cortas y Alejandro eligió una tipo slip color azul oscuro con un par de rayas rojas en uno de los costados y otra como la de Marcelo.

–Che, ¿me quedará bien esta? Digo, porque no sé si acá entrará mi paquete... –dijo Alejandro riendo.

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