Gonzalo Alcaide Narvreón - Aquiles y su tigre encadenado

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Aquiles y su tigre encadenado: краткое содержание, описание и аннотация

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La semilla estaba sembrada… La inesperada y furtiva experiencia vivida con Alejandro, había puesto a Aquiles frente a la puerta que lo conduciría a un mundo que, hasta ese momento, le era absolutamente ajeno y desconocido.
Su deseo y la búsqueda de formar una familia junto a Marina, lo llevaran a transitar un estado de voracidad sexual propia del macho semental que busca procrearse y ese sentimiento se confrontará con la curiosidad y con la inesperada atracción que Aquiles comenzará a sentir por abrir esa puerta.
La distensión de las vacaciones en lugares exóticos y la interacción con parejas que transitan sus vidas de una manera abierta y liberal, lo acercaran cada vez más hacia esa puerta que, quizá, en algún momento se anime a abrir.
Solo el temor a un viaje sin retorno y su estructura de macho hetero, mantendrán encadenado a su tigre interior que ya ha despertado hambriento y deseoso por satisfacer su voracidad.

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Luego de una tarde de siesta, le resultó sumamente placentero sentir el contacto con el agua tibia y transparente.

El clima estaba templado y apenas corría una brisa que se sentía refrescante. No había olas, por lo que el mar parecía una piscina y a la distancia, solo se observaba una línea blanca, producto de la marea chocando contra la barrera de corales.

Aquiles se puso el snorkel y se sumergió, perdiéndose en las maravillas que el mar caribe tenía para ofrecerle. Se cruzó con infinidad de cardúmenes de diferentes especies y tuvo la fortuna de encontrar dos tortugas a las que comenzó a perseguir y que escapaban cada vez que intentaba tocarlas.

Cada tanto, sacaba su cabeza del agua para observar cuán lejos se encontraba de la costa, porque era consciente de que su entusiasmo, podía hacerle perder la noción de la distancia.

Aunque al estar solo y no poder compartir la aventura con nadie le quitaba atracción a la práctica del snorkel , permaneció dentro del agua al menos por una hora.

Comenzó a dirigirse hacia la orilla y con el agua a la altura de su cintura, se paró y puso su snorkel por sobre su cabeza.

Permaneció allí, mirando hacia el horizonte y luego de unos minutos, comenzó a caminar hacia la orilla.

Los pelos negros que cubrían todo su cuerpo, por efecto del agua, caían pesados sobre su humanidad y contrastaban con la blancura de su slip .

Caminó hacia la palapa, dejo el snorkel sobre una reposera y agarró el toallón para secarse.

Pensó en ponerse la bermuda, pero decidió que no quería mojarla y venciendo sus propios prejuicios, decidió quedarse como estaba.

Siendo fiel a su argentinidad, Aquiles usaba slip solo para nadar en la piscina del edificio en el que vivía y siempre bajaba con una bermuda que se quitaba al llegar. En la playa, solo los usaba si vacacionaba en el exterior, pero jamás lo haría en una playa de Argentina... Ese comportamiento pacato y propios de la mayoría de los argentinos, quizá, era producto de sentirse liberados ante el anonimato de saberse extranjeros y de la casi nula probabilidad de cruzarse con algún compatriota conocido.

Se incorporó y caminó hacia la barra del bar que había sobre la playa para pedir un café, mientras observaba que podía servirse para comer. Puso sobre un plato un par de bocados de masa recubierta con dulce y aguardó a que le entregasen su taza.

Con su pedido en mano, giró y comenzó a caminar hacia su palapa.

A mitad de camino, vio que Ethan venía caminando en sentido opuesto. Al acercársele, sin tapujos y de manera notoria, bajó su mirada hacia su bulto y esbozando una sonrisa dijo en inglés:

–Lindo slip ...

Aquiles no supo que responder; solo atinó a hacer un gesto con su cara y a continuar caminando.

Llegó a su reposera en la que depositó su humanidad y se puso lentes de sol para descansar la vista. Mientras disfrutaba de su merienda mirando hacia el horizonte, recordó las charlas que había mantenido con Alejandro sobre situaciones vividas en los vestuarios de los gimnasios, temas sobre los que jamás había prestado atención, hasta que Alejandro se lo había hecho notar.

Aquiles no entendía bien si se estaba imaginando cosas que no eran. Quizá, estaba percibiendo segundas intenciones donde no las había, o quizá, su radar funcionaba perfectamente bien y captaba mensajes que estaban siendo dirigidos con absoluta claridad y con total desparpajo.

Las sonrisas cruzadas durante el desayuno, la sensación de estar siendo observado, los cuchicheos entre sonrisas picaronas que los canadienses habían hecho cuando Marina y él pasaban frente a su cabaña; el reciente comentario sobre su slip, mirándole descaradamente el bulto...

Además, le había llamado la atención el comentario emitido por Marina hablándole de la sospecha que tenía sobre esta pareja.

Después de todo, el reciente comentario sobre su slip o las sonrisas, podían ser simplemente gestos de amabilidad o de querer entablar una conversación amistosa y punto.

Los pensamientos de Aquiles fueron interrumpidos por Ethan, que parado a su lado y con una copa de Ron Sunset en su mano, preguntó en su inglés nativo:

–¿Puedo sentarme ?

Aquiles se sobresaltó y levantó sus lentes para dejarlos apoyados sobre su cabeza.

–Si, por supuesto, sentate –respondió Aquiles, hablando en inglés, sin otra opción más que la de aceptar la solicitud de Ethan.

–¿Tu bella mujer? –preguntó Ethan.

–Durmiendo, estaba muy cansada; el viaje desde Buenos Aires es largo y necesitaba dormir –respondió Aquiles.

–Ah claro... ¿Cuánto tiempo les lleva el viaje desde Buenos Aires? –preguntó Ethan.

–Son unas nueve horas de vuelo hasta Cancún, dependiendo de los vientos y de si el vuelo es directo, que es como viajamos nosotros –contestó Aquiles.

–Lejos –dijo Ethan.

–Ustedes están mucho más cerca... ¿Cuánto dura el vuelo desde Vancouver hasta Cancún? –preguntó Aquiles, siguiendo con el tema.

–Son aproximadamente seis horas –respondió Ethan.

Aquiles hizo un gesto de sorpresa, porque siempre había pensado que eran solo cuatro horas de vuelo.

–¿Y tu mujer? –preguntó Aquiles.

–Decidió quedarse en la tina que hay en la terraza... yo prefiero disfrutar de la naturaleza; teniendo este mar, no me voy a quedar dentro de un recipiente con agua –respondió Ethan.

–Totalmente de acuerdo –dijo Aquiles.

–¿Es la primera vez que vienen? –preguntó Ethan.

–A La Riviera Maya sí, a México hemos venido en otras oportunidades –respondió Aquiles.

Ethan estaba sorprendido por la fluidez y el dominio que Aquiles tenía del inglés. Aquiles le contó que tanto Marina como él habían estudiado en colegios bilingües y que luego de eso, siempre habían tenido la posibilidad de continuar practicándolo, sea por cuestiones laborales o por viajes de placer que hacían al exterior.

–El español es un idioma muy complicado –comentó Ethan.

–Sí, lo es –contestó Aquiles, mordiéndose la lengua y quedándose con las ganas de decirle “Al menos, hacé el esfuerzo de aprender algunas palabras básicas...”

Continuaron hablando sobre las bellezas del lugar y se contaron sobre las actividades que cada quien desarrollaba en su país. Ethan era ingeniero civil y Cristie abogada.

La conversación fue interrumpida por la llegada de Marina, que se acercaba y saludaba con su habitual amabilidad. Vestía una malla entera blanca y tenía atado en su cintura un pareo con fuertes colores en la gama de rojos y de naranjas. Sobre su cabeza llevaba un sombrero tipo Panamá y sus infaltables lentes de sol.

Inmediatamente, Ethan se incorporó para cederle la reposera.

–No, no... quédate, voy a caminar un rato por la orilla –dijo Marina.

Aquiles, viendo que Ethan no se quedaría solo, ya que Cristie se acercaba, se incorporó para unirse a su mujer en el paseo. Saludaron a Cristie y comenzaron a caminar hacia la orilla, quedando en que más tarde se verían.

–¿Qué haces vos en slip blanco? –dijo Marina, no como reprendiéndolo, sino que más bien asombrada.

–Lo compré antes de venir y lo quise estrenar hoy... bajé con la bermuda puesta y me lo saqué para hacer snorkel. Como estaba todo muy tranquilo, me tiré en la reposera a merendar y me quedé así para no mojar la bermuda. Apareció el canadiense y me sacó charla... cuando me incorporé, me dio cosa ponerme la bermuda delante de Cristie –dijo Aquiles.

–Bien que te marcó de arriba abajo –dijo Marina.

–No me di cuenta... aunque no me extraña, porque sé que soy irresistible –dijo Aquiles, que, en verdad, sí se había dado cuenta del escaneo que Cristie había hecho sobre su cuerpo.

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