Aquiles iba a contarle sobre el comentario que Ethan había hecho sobre su slip cuando se cruzaron, pero prefirió callar.
Llegaron a la orilla y Marina, quitándose los lentes y parándose frente a Aquiles, pasó sus brazos por sobre sus hombros y le dio un tierno beso.
–¿Por qué no me despertaste? –preguntó.
–Porque estaba durmiendo tan plácidamente, que me dio pena molestarte –respondió Aquiles.
Tomados de la mano, comenzaron a caminar por la orilla, mientras que las pequeñas olas bañaban sus pies. Llegaron hasta un sector de rocas que les impedía continuar sin tener que escalarlas, por lo que decidieron pegar la vuelta.
Llegaron a la altura de su palapa y se sentaron sobre la arena seca mirando hacia el mar.
A unos pocos metros, Ethan y Cristie pasaban agarrados de la mano y se introducían en el mar.
Lucían felices y parecían ser buena gente.
–Ethan me contó que es ingeniero civil y que ella es abogada –dijo Aquiles.
–Ah, mirá vos... –dijo Marina.
–Se quedó sorprendido por mi fluidez hablando en inglés y le dije que él, al menos podría hacer el esfuerzo de aprender a decir hola... mucho ingeniero, mucho primer mundo, pero es un burro... –agregó Aquiles, manteniéndose serio.
–¡No podés! ¡Sos un animal! ¿Cómo le vas a decir algo así? –lo recriminó Marina.
Aquiles comenzó a reír.
–No... no se lo dije, pero lo pensé y tuve ganas de hacerlo... Estamos en México y tenemos que hablar en inglés... eso me da bronca –dijo Aquiles.
–Bueno... relájate... peor sería si no pudiésemos comunicarnos –dijo Marina.
–Es cierto... contestó Aquiles.
Ethan y Cristie salieron del agua y se dirigieron directo hacia donde Aquiles y Marina estaban sentados.
–Increíblemente hermosas estas playas –dijo Cristie.
–Sorprendentes –agregó Ethan.
–Sí que lo son, realmente una de las playas más lindas del Caribe –contestó Marina, desplegando su impecable inglés y dando por hecho de que ya habían estado en otras playas de la región.
–¿Es la primera vez que vienen a México? –preguntó Aquiles.
–Sí, es la primera vez en México –respondió Ethan.
–Hace algunos años que vacacionamos en Punta Cana, pero este año decidimos cambiar y creo que no nos equivocamos –dijo Cristie.
Aquiles y Marina les comentaron muy por arriba sobre los lugares que tenían agendados para ir a visitar y que habían alquilado un Jeep para poder moverse independientemente. Sin decírselos, ambos pensaron en la posibilidad de proponerles que se sumaran a excursiones así no las hacían solos.
Marina sintió la repentina necesidad de comer algo.
–Muero de hambre –dijo Marina, cambiando repentinamente el curso de la conversación.
–Vamos hasta el bar de playa que ahí podés picar algo –dijo Aquiles.
Se despidieron y Aquiles la acompaño hasta el bar, en el que Marina pidió una taza de café con leche y se sirvió el mismo tipo de bocados que había agarrado Aquiles.
Caminaron hacia su palapa y permanecieron recostados en las reposeras, hasta que el sol desapareció por completo. De vez en cuando, aparecían las cabezas de algunas tortugas que, cerca de la orilla salían para respirar.
–Podríamos decirles que vengan con nosotros a las excursiones –dijo Marina.
–Sí, pensé lo mismo, podríamos... lo vamos viendo –dijo Aquiles.
La noche se fue cerrando. Agarraron sus pertenencias y comenzaron a caminar hacia el puesto de playa en el que Aquiles dejaría el toallón mojado y el equipo de snorkel , pero ya estaba cerrado, por lo que tuvo que cargar con ellos para devolverlos el día siguiente.
Subieron al sendero de madera y caminaron hacia su cabaña. Ningún ruido artificial, solo los sonidos de la naturaleza; el crujido de la madera, el viento, el agua y la jungla. Hasta ahora, todo lucía perfecto y superaba ampliamente sus expectativas de lo que ambos habían ido a buscar en este nuevo viaje.
Capítulo 7
Playa, calentura y un poco de alcohol
Alejandro abrió tímidamente sus ojos y sintió no poder despegarse del colchón. Notó que un hilo de saliva mojaba la comisura derecha de sus labios. Claramente, había caído en un sueño profundo y reparador.
Sin levantar su cabeza de la almohada, observó el cuerpo de Facundo, que abarcaba casi toda la extensión de la cama.
Le tiró un almohadón que lo hizo sobresaltar. Facundo se incorporó y quedó sentado sobre su cama, con los pies apoyados en el suelo y con las marcas de los pliegues de la almohada estampados en su cara.
–¿Qué hora es? –preguntó.
–Ni idea –respondió Alejandro, que luego de incorporarse, cerró nuevamente los ojos y se dejó caer de espaldas sobre el colchón.
A pesar de estar aún medio dormido, Facundo no pudo evitar la tentación de clavar su mirada en el paquete de Alejandro, que se marcaba notoriamente y que llenaba por completo la sunga que tenía puesta.
Agarró su celular de la mesita de luz y sorprendido, observó que ya eran las cuatro. Tenía dos mensajes de Tomás y se dio cuenta de que, verdaderamente, se había desmayado del cansancio, ya que ni siquiera había escuchado el aviso. En el primero, enviado a las dos y media, le decía que los estaban esperando abajo; en el segundo, enviado a las tres menos cuarto le decía que se iban a la playa.
Alejandro estiró el brazo para agarrar su celular y vio que tenía dos mensajes enviados por Marcelo, que decían exactamente lo mismo.
–Estos tres ya están en la playa –dijo Facundo.
–Eso parece –contestó Alejandro, en medio de un bostezo.
Facundo se levantó y se dirigió al baño para orinar y para lavarse la cara. Regresó a su cama, se puso una bermuda blanca y una playera color borravino.
Alejandro se incorporó y también se dirigió al baño para orinar y para lavarse la cara. Regresó hacia su cama y se puso la misma bermuda de la mañana y una playera blanca.
–¿Vamos? –dijo Alejandro.
–Vamos.... –respondió Facundo.
Ambos agarraron viseras y mochilas, se calzaron sus ojotas y salieron rumbo a la playa.
El día continuaba espectacular, no se divisaba ni una nube y la temperatura rondaba los 30 ºC. Cruzaron el boulevard y bajaron a la playa en busca de sus amigos.
Las garotas que habían conocido a la mañana, estaba tiradas sobre la arena y cerca de ellas estaban las mochilas de sus tres amigos.
Seguramente les habían pedido que se las cuidaran para poder irse tranquilos al mar.
– Boa tarde –saludó Facundo
– Boa tarde –respondieron en conjunto el grupo de mujeres.
Alejandro cruzó la mirada con la morocha de ojos celestes, que le regaló una amplia sonrisa. Aunque sintió un poco de vergüenza, no dudo en devolverle la sonrisa, luciendo su impecable y prolija dentadura blanca.
Ambos dejaron las mochilas y las ojotas al lado de las pertenencias de sus amigos.
Alejandro se quitó la sudadera, captando inmediatamente la atención del grupo de mujeres. Venciendo sus prejuicios y tomando valor, sabiéndose poseedor de un físico privilegiado y trabajado, se quitó la bermuda para quedar en sunga, dejando al descubierto toda su humanidad.
A pesar de considerarse una persona con mentalidad abierta, era la primera vez en la que se encontraba en una playa vistiendo solo una sunga .
Facundo, a quien generalmente no se le escapaba nada, observó como el grupo de garotas , en medio de sonrisas picaronas, escaneaban descaradamente el físico de Alejandro, y se percató de como la morocha de ojos claros, parecía haber quedado hipnotizada por su amigo.
Como lo había hecho Alejandro, se quitó la ropa para quedar en sunga y ambos se fueron hacia el mar en busca de sus amigos.
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