Semanas después, a finales de marzo de 2019, en México estallarían varios #MeToo locales contra escritores, músicos, académicos, periodistas, etcétera. Si bien era sabido que en México existen variadas formas de abuso y acoso sexual en espacios domésticos y públicos, en ambientes laborales²⁸ y estudiantiles, y que hay una gran impunidad ante ellos, los 424,867 tuits escritos entre el 21 de marzo y el 4 de abril por 230,578 personas (casi en su totalidad mujeres)²⁹ pusieron en evidencia la trascendencia que tiene ese problema en nuestro país. Las denuncias ofrecieron un panorama desolador: desde violaciones hasta manoseos, desde amenazas de despido hasta condicionamiento de la permanencia en el trabajo a cambio de “favores sexuales”. Dejando de lado algunos tuits que hacían referencia al adulterio, al desamor o a la indiferencia de la pareja, las denuncias de los #MeToo mexicanos fueron un potente indicador del sufrimiento, la indignación y el hartazgo de muchísimas mujeres por los episodios de hostigamiento laboral, abuso, agresión, incluso violación, que han padecido. Además, junto a la rabia por los abusos de poder llevados a cabo por jefes, y por las insinuaciones groseras y los toqueteos de colegas, también fue notorio el miedo a perder el empleo. Y para muchas denunciantes sus palabras tuvieron un costo personal, pues hubo represalias tanto en el plano individual como en el social: desde el hostigamiento mediático hasta amenazas telefónicas, además del quiebre de algunas amistades.
Aunque en México hay un consenso social velado acerca de que es verdad que existen esos horrores, el activismo de las denunciantes exhibió la magnitud y gravedad de lo que ha estado ocurriendo, y eso que quienes se expresaron pertenecen básicamente a un sector urbano de clase media: faltarían todavía #MeToo de obreras, campesinas e indígenas. Este sesgo de clase ha sido una de las mayores críticas que han recibido los #MeToo a nivel mundial. Las denunciantes suelen ser mujeres de clase media urbana, con una presencia mediática mayor de mujeres blancas y famosas. Las denuncias mexicanas se insertaron en el amplio reclamo contra la violencia hacia las mujeres, pero también se consideraron “acoso” expresiones sexualizadas, como miradas de deseo o palabras de admiración que pueden incomodar a quien las recibe, pero que no necesariamente implican violencia, ofensa o agravio. Hay, pues, una resignificación semántica, en la que el término acoso es utilizado para nombrar actos machistas. El rechazo de muchas mujeres a expresiones sexualizadas que no son necesariamente dañinas, pero a las que se les otorga una connotación negativa (como los “piropos”), obliga a revisar cómo llegamos a pensar lo que hoy pensamos, no sólo del acoso, sino más ampliamente acerca de las relaciones de coqueteo, cortejo y seducción entre mujeres y hombres.³⁰ Aclaro que lo que estoy relatando tiene que ver con mujeres que habitan en grandes ciudades; aunque hay feministas que acompañan las luchas de las mujeres de medios suburbanos y rurales, la información acerca de lo que les ocurre a ellas no trasciende igual.
Analizar procesos culturales no significa justificarlos. Es un ejercicio intelectual que nos facilita encontrar las herramientas y las vías para cambiar lo que nos hiere, y no solamente reprobarlo. Entretejidas en la cultura están creencias y prácticas que, aunque se vivan hoy como impropias, no son del mismo orden que ciertos comportamientos agresivos. Esto es lo que planteó el grupo de francesas que en enero de 2018 cuestionó algunas de las denuncias del #MeToo, y señaló que reconocer diferencias y matices lleva a ejercer formas de discrepancia tolerante en lugar de buscar castigos tajantes, que fortalecen al punitivismo o la censura.³¹ Si bien hay que frenar todo comportamiento reprobable, ¿será posible desentrañar los deslizamientos de sentido que están surgiendo en torno al acoso y que amenazan con distorsionar las denuncias? Existen innumerables ejemplos de cómo en el capitalismo se manipulan y distorsionan ideas que luego se utilizan con otros objetivos. Eso nos compromete a ser cuidadosas en la distinción de términos. Habría que preguntarnos a quién le sirve la fusión conceptual que revuelve y condensa en el término acoso , actos e intenciones, tocamientos y miradas, agresiones y torpezas. ¿A qué proyecto político le sirven las reacciones desmedidas ante conductas que no son estrictamente abusivas ni acosadoras, aunque sean molestas? ¿No será que los conflictos que indudablemente padecen las mujeres son utilizados por los grupos de derecha para fortalecer una visión conservadora y puritana? Las mujeres que protestan no son puritanas, pero una perspectiva muy frecuente con la cual se pretende combatir esas expresiones sí lo es. Foucault resumió el triple decreto del puritanismo moderno respecto al sexo en “prohibición, inexistencia y mutismo” (1991:11). Este puritanismo se debe a resabios de la doble moral sexual,³² que hace que ciertas alusiones sexualizadas se vivan o se interpreten como “ofensivas” o como “proposiciones indecorosas”.
La diamantina y los destrozos
La sensación de riesgo que muchas jóvenes viven cotidianamente cuando andan en la calle explotó en agosto de 2019 con la denuncia de violación por parte de cuatro policías a una jovencita que regresaba a su casa de madrugada. La filtración a la prensa de la denuncia desató una manifestación de proporciones mayores. La furia de las jóvenes el viernes 16 de agosto de 2019 inauguró una reacción inédita y, hasta cierto punto, lúdica: le esparcieron al jefe de policía polvo rosa de diamantina ( glitter ). Además, las jóvenes activistas rompieron una puerta de vidrio en la oficina de la policía e hicieron otros destrozos en la calle. Fue a partir de esa acción, muy publicitada, que los medios empezaron a hablar de la existencia de las feministas “anarcas”, no en el sentido del anarquismo de una figura como Emma Goldman, sino más vinculadas al fenómeno del “anarquismo insurreccional” que analiza Carlos Illades como “la irrupción de jóvenes encapuchados, vestidos de negro, que rayan las paredes, utilizan sopletes y destruyen los símbolos del capital global y del Estado” (2019). Las figuras políticas e intelectuales que se expresan en los medios de comunicación se manifestaron en dos sentidos: por un lado, en apoyo a las jóvenes manifestantes y, por otro, repudiando lo que se calificó como “vandalismo”.³³ Al comparar las reacciones ante lo ocurrido el viernes 16 de agosto con la desatención o falta de interés que hubo respecto a las anteriores movilizaciones, da la impresión de que se “requieren” esos “actos vandálicos” para que los medios de comunicación, y los editorialistas e intelectuales, no ignoren las protestas. Eso lo precisó también una joven entrevistada por Elena Poniatowska (2020), que dijo: “Si no somos violentas, nadie nos hace caso”. En efecto, a partir de la marcha de la diamantina y los destrozos varios analistas políticos que no se habían interesado antes por el tema empezaron a hacerlo. Hubo muchos editoriales en la prensa nacional, y la concatenación de otras protestas mantuvo el tema en el debate público. Una reflexión de corte académico la hizo la teórica política Amneris Chaparro (2020a y b), que interpreta que la marcha del 16 de agosto representa también una “ruptura epistemológica” pues: “es una apertura para darle significado y resignificar el lugar que tienen las personas en condiciones de subordinación”. Ella señala que dicha ruptura tiene varios aspectos, entre los que incluye “desafiar formas de feminidad tradicional y la apropiación de las mujeres del espacio público mediante intervenciones simbólicas y/o violentas”.
En el reclamo que se ha dado en distintas partes del país en relación con la violencia sexual y el acoso, un sector social fundamental en las denuncias han sido las universitarias.³⁴ Ellas cuestionan el nexo entre lo que se califica de “vandalismo” y sus condiciones de vida, y encuentran una contradicción social muy grande entre el discurso oficial de las autoridades universitarias y la desigualdad y violencia cotidiana que padecen. Aunque las protestas se han dado en instituciones públicas y privadas de todo el país, tengo más información de lo que ha pasado en la unam por ser mi lugar de trabajo. En la unam el feminismo se ha convertido en un tema importante, y la Prevista de la Universidad de México , en su número 854 correspondiente a noviembre de 2019, estuvo totalmente dedicada a los feminismos. La imagen de la portada es obra de Sonia Pulido, titulada Las poderosas , y consiste en seis figuras de mujeres, paradas con los brazos en jarras, en una actitud contestataria y desafiante. Con la aparición de ese número tan atractivo se inició un mes cargado de tensiones. En distintas Facultades y Escuelas las universitarias se organizaron en protesta por el acoso de maestros y compañeros, y una de las acciones más significativas y visibles fue la que surgió en la Facultad de Filosofía y Letras. Luego de casi tres años de debatir en asambleas autoconvocadas y de realizar paros, el 4 de noviembre de 2019 el colectivo Mujeres Organizadas de la Facultad de Filosofía y Letras (moffyl) tomó las instalaciones de esa facultad. Cintia Martínez, profesora de la FFyL, declaró en entrevista que las Mujeres Organizadas de la FFyL tuvieron la necesidad de subir el tono del movimiento porque no eran escuchadas (San Martín 2020). Además de las denuncias sobre acoso, dos cuestiones escalaron el conflicto con las autoridades y lo llevaron hasta el paro: la negativa del director Jorge Linares a atender a los familiares de la alumna Mariela Vanessa Díaz Valverde, desaparecida desde el 27 de abril de 2018, y la orden de borrar uno de los murales elaborados en los paros anteriores, que representaba a la Victoria alada (también llamada Ángel de la Independencia) y a Atenea (que es la figura en el escudo de la FFyL) portando el pañuelo verde de la legalización del aborto y besándose. Borrar ese mural fue considerado un acto de lesbofobia. Mediante el paro de labores —y de clases—, el colectivo moffyl exigía la reapertura de algunos casos de violencia de género cuya resolución fue insatisfactoria para las víctimas. Además proponía establecer una Comisión Tripartita y una Unidad de Atención a la Violencia de Género, junto con una modificación de la currícula para que se incorporen talleres con perspectiva de género y feminismos, y cursos de género en los planes de estudio para todas las licenciaturas.
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