Marta Lamas - Dolor y política

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Un llamado al debate sobre el feminismo, y una interpretación sobre sus manifestaciones públicas actuales desde una perspectiva crítica que vincula la política y la subjetividad.
Si, como explica Marta Lamas en estas páginas, las subjetividades ofrecen muchas de las motivaciones que alimentan la política, y las emociones tienen claramente efectos políticos, es clave entender la afectividad del movimiento feminista actual para comprender sus fortalezas y debilidades.A partir de una revisión de las recientes movilizaciones de mujeres, la autora presenta un examen, tanto desde el feminismo como desde la perspectiva psicoanalítica, sobre las nuevas formas de hacer política desde el dolor y otras emociones. Los ejes del libro son tres verbos: sentir (la expresión de los sentimientos y su posición central en los nuevos activismos),
pensar (la necesidad de no dejar de lado el trabajo reflexivo) y
hablar (el imperativo de crear y sostener espacios de diálogo).Construido desde la conciencia del dolor como motor de los activismos, Dolor y política es a la vez una ventana para mirar ciertas expresiones del feminismo actual, un llamado al diálogo y al inter-cambio de ideas, y una propuesta sobre ciertos actos necesarios para la lucha por la emancipación.

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El término postfeminismo transmite simultáneamente una idea de superación del feminismo, pero también de que el feminismo ya llegó a su fin, incluso que falló. Es ambiguo, pues denota tanto el agotamiento de la política feminista como una expresión más avanzada del feminismo, y se suele interpretar de distinta manera en la academia que en los medios de comunicación (Genz y Brabon 2009).⁹ A finales de los años ochenta se empieza a hablar de postfeminismo en los medios de comunicación de algunos países europeos, Estados Unidos, Canadá y Australia, y su uso cobra fuerza en los noventa. Varias autoras analizan el postfeminismo , y retomo la interpretación de Angela McRobbie (2009), quien plantea que el repudio al feminismo fue alentado por los medios masivos de comunicación, las revistas femeninas, los programas de televisión y la literatura “ chick lit ”.¹⁰ Se calificaron de postfeministas las actitudes de muchas jóvenes que asumían una imagen de feminidad sexy y se comportaban de manera asertiva, con frecuencia diciendo: “Yo no soy feminista”, aunque en la práctica asumieran planteamientos feministas.

Así, a finales del siglo xx el término postfeminismo adquirió una connotación simultáneamente liberadora y despreciativa, y la subjetividad postfeminista se volvió una tendencia generacional entre muchísimas jóvenes de clase media de las urbes en los países desarrollados. Este proceso, que ocurre en esta etapa del capitalismo tardío en la que las transformaciones socioeconómicas y culturales del neoliberalismo han generado cambios en las maneras de sentirse “mujer” y sentirse “hombre”, a su vez impulsó una nueva dinámica relacional junto con una mayor visibilización de identidades no normativas ( trans y queers ). Surgieron nuevos códigos de conducta sexual y de apariencia física, que incidieron en la producción de un psiquismo distinto, y aparecieron nuevas personalidades. El ethos hedonista del neoliberalismo, tejido en torno a pautas de consumo y competencia alentadas mediáticamente, atravesó por igual tanto a mujeres jóvenes como a hombres jóvenes, y les ciudadanes pasaron a ser consumidores vueltos sobre su propia imagen. En este contexto de individualismo consumista ciertos reclamos feministas —como el derecho a decidir sobre el propio cuerpo— empataron con un nuevo régimen de significados sexuales, y el discurso mediático dirigido a las jóvenes les ofreció una forma de igualdad, concentrada en la educación y el empleo, pero inserta en la cultura del consumo (Gill 2016). En los medios de comunicación masiva, las mujeres cis jóvenes empezaron a ser representadas como alivianadas, sexys y asertivas, proyectando imágenes de chicas sonrientes y “echadas para adelante” con sus escotes, tacones y uñas decoradas. El entramado de la visibilidad mediática de jóvenes atractivas y sexualizadas se llevó a cabo con el apoyo de la industria de la belleza y la moda. Las jóvenes postfeministas anhelaron ser autosuficientes, ganar dinero para consumir y, también, gustar y ser deseadas. Entre los modelos de feminidad postfeminista que ofrecieron los medios, Madonna encarnó la imagen paradigmática de “empoderamiento”, disfrute y orgullo de ser mujer, con su éxito económico, su confianza en sí misma y su hipersexualización.¹¹ En México Gloria Trevi intentó representar algo similar, con nefastas consecuencias.

El fenómeno postfeminista , muy de clase media urbana en países de Europa y en Estados Unidos, se difunde en clases medias y altas en otras regiones del mundo. En México, me tocó vivirlo a finales de los años noventa, cuando empecé a dar clases en el itam. En ese entonces, un amplio grupo de universitarias de clase media y alta asumía que el feminismo era algo del pasado, aunque disfrutaban de sus “triunfos” (la libertad sexual y el derecho a ser económicamente independientes); las más politizadas hablaban de “empoderamiento” y veían con buenos ojos las acciones afirmativas (como las cuotas en puestos políticos). Incluso entre quienes tomaban mi clase (Género y política) muy pocas se asumían feministas. En ese entonces lamenté, junto con otras colegas, que las jóvenes no se interesaran en el feminismo. Sin embargo, en 2013 me llevé una sorpresa. Una docena de jóvenes (algunas habían sido mis alumnas y seguían estudiando en el itam) me propusieron hacer un grupo de lectura en mi casa para analizar La mística de la feminidad de Betty Friedan, que cumplía ya medio siglo. ¡Qué extraño su interés por leer a la pionera de la Segunda Ola, y además hacerlo por fuera de la currícula académica! En ese momento, incluso en ese sector privilegiado de estudiantes, la postura calificada de postfeminismo era la generalizada y esas chicas eran una rareza. Ellas no se identificaban a sí mismas como postfeministas , sino como feministas, y crearon un grupo feminista en el itam al que nombraron “La Cuarta Ola”. Posteriormente escribirían acerca de su proceso (Meltis et al . 2014), y en ese texto se describen como jóvenes de entre 20 y 25 años, de clase media y alta, estudiantes de relaciones internacionales y ciencia política, provenientes de varios estados de la república y distintos entornos académicos y sociales. Pese a las diferencias por haber estudiado en escuelas católicas o laicas, compartían un común denominador: “el privilegio de una educación privada” (2014:119). Ellas mismas preguntan: “¿Por qué jóvenes formarían un grupo feminista? Parece algo del pasado” (2014:119).

La Cuarta Ola

Sin embargo, ya había un cambio en el aire, y sería precisamente con el epíteto “Cuarta Ola” que en distintas partes del mundo se empezaría a hablar de lo que parecía un resurgimiento feminista. Ya señalé que, en lugar de enmarcar el movimiento feminista a partir de generaciones, la perspectiva de Chamberlain acerca de la temporalidad afectiva da cabida a las cambiantes condiciones de los feminismos, que producen “una colisión de temporalidades que moldean impulsos intensos de acción política” (2017:52). Esto coincide con lo que señalan Goodwin, Jasper y Polleta (2007) en relación con el fenómeno de cómo en los movimientos sociales se dan convergencias de emociones, que sirven para unir voluntades e impulsan el activismo. Un indicio muy citado como inicio de la Cuarta Ola es la “Marcha de las Putas” ( Slut Walk ) que se llevó a cabo en varios países en 2011. A pesar del nombre, no se trata de una marcha de trabajadoras sexuales sino de todo tipo de mujeres para protestar que se justifique la violencia sexual con el pretexto de la apariencia provocadora de las víctimas. El comentario escandaloso de un policía —“Las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”— encendió en Toronto la indignación de las universitarias y más de tres mil mujeres salieron a la calle en abril de 2011 vestidas como “putas” para expresar que no importa la vestimenta que se use, nada justifica la violencia sexual. Además, se burlaron de la idea de que hay hombres a los que esos atuendos excitan al grado de perder el control. El mensaje fue claro: las agresiones sexuales son responsabilidad de quienes las llevan a cabo y no de las víctimas.¹² Así, la Marcha de las Putas se diseminó a otras ciudades: Montreal, Londres, Matagalpa, Melbourne, Seattle, Los Ángeles, Tegucigalpa, etcétera. En la Ciudad de México se llevó a cabo el domingo 12 de junio de 2011.¹³ Apropiarse del término estigmatizante de puta es una actitud desafiante y liberadora, que marcó un cambio generacional en todo el mundo.

Sería en torno a 2014 que la popularización del feminismo cobraría un ímpetu mediático inaudito, y en muchas partes del mundo “ser feminista” se convertiría en algo valorado entre las chicas más jóvenes. En ese año la onu lanzó, con la joven actriz Emma Watson, su campaña “HeForShe”. Esta campaña, que logró el apoyo de grandes empresas, gobiernos y universidades públicas y privadas, ha sido cuestionada por muchas feministas por alentar a los varones a “apoyar” las demandas feministas de las mujeres, en lugar de plantear la necesidad de que ellos se hagan una autocrítica y cuestionen sus privilegios masculinos. El libro We Should All Be Feminists, que surgió de la charla ted que Chimamanda Ngozi Adichie, una joven escritora nigeriana, dio en diciembre de 2012, se publicó en 2014 y se volvió un bestseller mundial. El mensaje Todas las personas deberíamos ser feministas fue velozmente difundido, y así como el modelo inspirador de Chimamanda impulsó a muchas jóvenes a asumirse como feministas, también alentó a Maria Grazia Chiuri, la primera mujer directora artística de la casa Christian Dior, a incluir en la colección de 2015 una camiseta blanca con la frase de la autora: We Should All Be Feminists . A continuación, la industria de la moda imprimió el término feminista o feminismo en distintas prendas de ropa, a precios mucho más accesibles que los 550 euros de la camiseta de Dior. Posteriormente la propia Chimamanda dio una entrevista respecto a tal comercialización de su título, donde señaló que: “El feminismo todavía es muy polémico y controvertido, y todavía está muy cargado de estereotipos negativos. Una camiseta no va a cambiar el mundo, pero pienso que el cambio ocurre cuando diseminamos ideas” (Bird 2019). Sí, pero como diría Wendy Brown, el capitalismo reconfigura todos los aspectos de la vida, incluso los mensajes feministas, en términos económicos.

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