Dame tiempo es un libro para los niños y adolescentes que debe ser leído también por los padres y educadores y por los responsables del mundo de la política, la empresa y la sociedad.
Sus protagonistas son niños y niñas, familias, relojes, el cariño y el tiempo necesario para demostrarlo. Están escritos con el corazón y la generosidad de muchas personalidades de la vida española: algunos de ellos, escritores con larga trayectoria; otros, reconocidos profesionales de distintos campos; otros, jóvenes que comienzan a caminar. A todos les preocupa la difícil conciliación de la vida personal, familiar y laboral.
Los horarios laborales –es incuestionable– nos separan del contexto europeo y constituyen la gran asignatura pendiente que tiene la sociedad española. En Europa somos una singularidad: desde 1940 no estamos en el huso horario que nos corresponde, el del meridiano de Greenwich; iniciamos nuestras jornadas laborales en horas similares a las de los demás europeos y las finalizamos dos o tres horas más tarde; dedicamos al almuerzo dos o tres horas, cuando en los demás países le dedican entre 45 y 60 minutos; nuestro prime time televisivo termina pasada la medianoche, en el resto de Europa finaliza entre las 22,30 h y las 23 h; somos los que menos dormimos, y ello afecta a la productividad, la conciliación y la salud.
La sociedad hoy es sensible a la necesidad de un cambio profundo en los horarios. Empezamos a dar valor al tiempo, que a todos nos iguala. Diariamente, todos disponemos de 86.400 segundos. La conciliación de la vida personal, familiar y laboral, la corresponsabilidad, la igualdad, la productividad y nuestra felicidad dependen de cómo los empleemos.
Además, somos conscientes de que una distribución más racional del tiempo es exigencia educativa. Los niños tienen derecho a convivir con su familia; el tiempo que pasan con ella es la base de su equilibrio vital, de sus hábitos y de su aprendizaje; todo lo demás –actividades extraescolares, cuidadores...– apenas cumple una labor de aparcamiento. Con esta certeza, la sociedad entera exige ya que el trabajo sea compatible con la convivencia familiar.
El objetivo de este libro es, precisamente, subrayar esta exigencia. Agradecemos profundamente a Javier Urra, Carmen de Alvear, el padre Ángel, Daniel Arasa, Alberto Arroyo de Oñate, David Betoret y Sara Catalá, Ángel Durández, María Ángeles Fernández, Federico Fernández de Buján, Elsa González, Elsa Tadea, Sara González Veiga, Antonio Hernández, Nieves Herrero, Federico Mayor Zaragoza, Enrique Montiel, Pedro Núñez Morgades, Sagrario Pinto, Irene Pomar, Jorge Pozo Soriano, Manuel Francisco Reina, Pedro Ruiz, Pilar Tabares, Pastora Vega y las niñas Ángeles Bazán y Verónica Marcos que hayan querido embarcarse con nosotros en esta importante y trascendente aventura.
IGNACIO BUQUERAS Y BACH,
CARMEN GUAITA
PRÓLOGO
JAVIER URRA
Académico de Número de la
Academia de Psicología de España,
primer Defensor del Menor
Si hay algo que avanza y no vuelve atrás es el tiempo. Y, sin embargo, pocos conceptos tan inaprensibles, tan relativos.
Publicaba recientemente en la editorial Morata un libro que une tiempo y espacio, y que lleva por título Nostalgia del más allá.
Déjenme cuchichear con ustedes desde la imaginación unas palabras sobre ese niño que todos llevamos con nosotros y que vive de manera intemporal un presente continuo. El concepto de tiempo es abstracto. Antes de los dos años, la percepción temporal del niño es puramente fisiológica. De tres a cuatro años empieza a clasificar la sucesión de acontecimientos. Es a los cinco o seis años cuando distingue el antes del después o el mañana del ayer. Y en la edad clave de los siete años es cuando podemos hacerle entender que será la próxima semana cuando visitemos al abuelo.
Ya de adultos sabemos que una conferencia de una hora que empieza tediosa es agotadora, y es que no pasa el tiempo. Sin embargo, cuando estamos a gusto, el tiempo fluye de manera vertiginosa.
Nos cuesta pasar los días, las semanas, los años y, sin embargo, al mirar atrás es fácil decir: «Parece que fue ayer», o «la vida ciertamente es muy corta».
Y qué decir de la espera, por ejemplo, de la noche de Reyes, aquella en que el segundero lo marcan los latidos del corazón.
Es bonito ceñirse a emitir un mensaje de un minuto, exige ser selectivo. Y ya anticipamos las denominadas últimas horas de nuestra vida.
El tiempo: por una décima de segundo se gana o se pierde una medalla de oro. El tiempo cronológico, el emocional, el climático, el estacional. Todos sabemos que no es lo mismo un minuto dentro del WC que con necesidad fuera del mismo.
Miren el tiempo y los niños; quizá sea el tiempo y la existencia, porque no me negarán que con los años volvemos a ser cada vez más niños: fíjense en cómo terminó pintando Picasso, o percátense de lo que un anciano estima esencial: el contacto, la palabra cálida, una tierna sonrisa, el juego.
Sí, es verdad que los niños poco anticipan, que generalmente no hacen uso de la memoria, repito, viven el aquí y el ahora. Por eso, cuando un niño es llamado y dice: «Ahora voy», y tarda, y tarda, no está engañando.
Tiempo ha que, el día de la primera comunión, el padrino o el abuelo, alguien muy significativo, regalaba al niño que celebraba tan solemne y religioso acto un reloj.
El reloj que tantas veces se mira a lo largo de una existencia y que sirve como ejemplo a los psicólogos jurídicos para demostrar que los testimonios, que la atención, en muchas ocasiones, falla. No mire usted el reloj, no mire usted el reloj y dígase: ¿tiene números romanos o rayas? En el mejor de los casos, dudará.
El ser humano es muy de convenciones y se abraza al primero que tiene al lado cuando dan las campanadas de un nuevo año, y celebra o se disgusta cuando cumple otro año.
El tiempo y los niños. A veces los padres no quisieran que pasase el tiempo para que sus hijos siempre fueran unos bebés, para poder cuidarlos, pero el proceso no es así, y a veces, mirando la edad de nuestros hijos, empezamos a constatar que somos mayores, bastante más mayores de lo que generalmente estimamos.
Hay quien querría volver a tener dieciocho años, los hay que están muy a gusto en la fase que la vida les ha permitido vivir.
Estas palabras no son de psicología evolutiva, son palabras sin tiempo, sí, atemporales. Una ensoñación, como cuando uno sueña estar despierto y, al despertar, aprecia que está soñando.
Y, cuando decimos el niño y el tiempo, hemos de plantear cuándo y dónde se ha nacido. Cuál es la esperanza de vida en ese lugar. Si hay algo consustancial a los niños es su imaginación, su capacidad para desplazarse en tiempo y en espacio.
Por contra, vivir en sociedad exige limitar nuestras conductas y amoldarnos también en los horarios. Los niños precisan constancia, la limitación, la hora del baño, la de sueño. Y hete aquí que España se caracteriza por un desajuste horario grave. Nos acostamos muy tarde, dormimos poco.
Mi admirado y querido Ignacio Buqueras y Bach lleva tiempo luchando por la racionalización de los horarios; no se puede ser más Quijote en este país. Pues lucha contra los hábitos mal adquiridos.
Recuerdo mirar con detenimiento el reloj de arena. Ahora me llama la atención la austeridad del reloj de sol.
A mí, personalmente, me gusta llevar siempre un buen reloj, y, sin embargo, no son pocas las personas que, cuando inician sus vacaciones, se desprenden de ese instrumento horario.
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